– Yo creía que el abogado defensor tenía derecho a que le dieran información y documentos -le recriminó ella.
– No en caso de que pensemos que pueda afectar a la investigación.
Håkon sonrió aún más ampliamente, como si le divirtiera que se encontraran en una situación de enfrentamiento profesional. Se levantó y fue a buscar dos tazas de café. Sabía aún peor que el del lunes, como si la misma cafetera llevara hirviendo desde entonces. Karen se conformó con un trago y dejó la taza sobre la mesa con una mueca.
– Esa sustancia te va a matar -le advirtió, pero él ignoró la advertencia y afirmó que tenía un estómago a prueba de bombas.
Por alguna razón que no podía explicar, Karen se sentía bien. Había surgido entre ellos un conflicto extraño y sorprendentemente agradable, que nunca antes había estado allí. Nunca antes Håkon Sand había estado en posesión de información de la que ella carecía. Lo miró con atención y se dio cuenta de que le brillaban los ojos. El gris incipiente de sus sienes no sólo le hacía parecer mayor, sino también más interesante, más fuerte. La verdad es que se había puesto bastante guapo.
– Te has puesto muy guapo, Håkon -se le escapó.
Él ni siquiera se ruborizó, la miró a los ojos. Ella se arrepintió enseguida, aquello suponía abrir una escotilla en el tanque, el que hacía mucho tiempo había asumido que no se podía permitir abrir, ante nadie. Cambió inmediatamente de tema.
– En fin, si tú no me puedes contar nada y yo no te puedo contar nada a ti, será mejor que nos despidamos -concluyó. A continuación se levantó y se puso el chubasquero.
Él le pidió que se volviera a sentar. Ella obedeció, pero se dejó puesta la chaqueta.
– Francamente, este caso es aún más serio de lo que habíamos pensado. Estamos trabajando con diversas teorías, pero son bastante volátiles, y por ahora no hay ni rastro de algo concreto. Lo que sí te puedo decir es que parece que se trata de tráfico de estupefacientes a gran escala. Es demasiado pronto para decir hasta qué punto está implicado tu cliente, pero aun así lo tenemos atrapado con un asesinato. Creemos que fue premeditado. Si no te puedo decir más, no es por mala idea. No sabemos más, así de sencillo, y yo, incluso ante una vieja amiga como tú, tengo que tener cuidado de no airear ideas sueltas y especulaciones.
– ¿Tiene esto algo que ver con Hans A. Olsen?
Karen había pillado desprevenido a Håkon. Se quedó mirándola fijamente durante treinta segundos con la boca abierta.
– ¿Qué coño sabes tú de eso?
– No sé nada -respondió ella-. Pero hoy me ha llamado un periodista. Un tal Fredrik Myhre o Myhreng o algo así. Del Dagbladet. Me preguntó si conocía al abogado asesinado, en medio de una ristra de preguntas sobre mi cliente, así, sin venir a cuento. La verdad es que da la impresión de que los periodistas están perfectamente informados sobre el trabajo de la Policía, así que he decidido preguntártelo. Pero yo no sé nada. ¿Debería saber algo?
– Menudo cabrón -dijo Håkon, que se levantó-. Hablamos la semana que viene.
En el momento en que iban a salir por la puerta, Håkon alargó el brazo para apagar la luz. El movimiento llevó su brazo por encima del hombro de la mujer y, sin previo aviso, se inclinó sobre ella y la besó. Fue un beso juvenil, como el de un chico.
Se miraron durante unos segundos, luego él apagó la luz, echó la llave y, sin mediar palabra, la acompañó hasta la salida del enorme edificio casi desierto. Había llegado el fin de semana.
Lunes, 5 de octubre
El periodista Fredrick Myhreng estaba incómodo. Se tiró nerviosamente de las mangas recogidas antes de empezar a juguetear con un bolígrafo que, de pronto, se le rompió y que hizo que la tinta le tiñera las manos de azul. Miró a su alrededor buscando algo con que secarse, pero se tuvo que contentar con el tieso papel de su cuaderno de espiral. No sirvió de mucho.
Además, se manchó de tinta el traje caro que llevaba, con las mangas remangadas, como si no se hubiera enterado de que eso pasó de moda cuando Corrupción en Miami desapareció de la televisión, y de eso hacía ya mucho tiempo. No había quitado la marca de la parte exterior de la manga derecha, al contrario, había doblado la manga con tanto esmero que la marca aparecía como una señal de aristocracia. No le fue de gran utilidad: se sentía pequeño e inquieto en el despacho de Håkon Sand.
Había acudido voluntariamente. Sand lo había llamado a primera hora de la mañana, antes de que se le hubiera aplacado la triste sensación de lunes tras un fin de semana libre y animado. El fiscal adjunto había sido correcto, aunque considerablemente firme, cuando le pidió que se presentara en la comisaría lo antes posible. Eran las diez y se sentía algo mareado.
Sand le ofreció un caramelo de un cuenco de madera y el periodista aceptó, pero se arrepintió en cuanto se lo metió en la boca, era un caramelo grande e imposible de manejar sin hacer ruido. El propio Sand se había abstenido y Myhreng entendía por qué. Resultaba difícil hablar con aquella bola en la boca y empezar a masticarlo le pareció demasiado infantil.
– Por lo que entiendo, estás investigando nuestros casos de asesinato -dijo el fiscal adjunto en un tono no falto de arrogancia.
– Sí, soy reportero de sucesos -respondió Myhreng secamente y disimulando mal su orgullo por el título de su profesión.
En su empeño por parecer seguro de sí mismo, estuvo a punto de perder el caramelo de la boca. Al intentar recuperarlo a toda prisa, acabó tragándoselo. Sintió la lenta e incómoda peregrinación del caramelo en dirección al estómago.
– ¿Qué es lo que sabes, en realidad?
El joven periodista no estaba seguro de qué hacer. Todos sus instintos le recomendaban precaución, al mismo tiempo que sentía la imperiosa necesidad de presumir de todo lo que sabía.
– Creo que sé lo que sabéis vosotros -anunció, creyendo haber matado dos pájaros de un tiro-. Y tal vez algo más.
Sand suspiró.
– Escucha. Ya sé que no vas a decir nada sobre quién o cómo, sé que para vosotros es una cuestión de honor no revelar nunca vuestras fuentes. Así que no te estoy exigiendo nada, te estoy proponiendo un acuerdo.
Un atisbo de interés asomó en los ojos de Myhreng, pero el adjunto no estaba seguro de hasta dónde llegaba.
– Puedo confirmarte que no andas desencaminado -continuó Sand-. Me he enterado de que has vinculado los dos casos de asesinato, pero ya me he dado cuenta de que aún no has escrito nada sobre el asunto. Eso está bien. Para la investigación sería bastante malo, por decirlo suavemente, que esto saliera a imprenta. Como es obvio, podría conseguir que la comisaría principal de la Policía llamara al director de tu periódico, para presionaros, pero tal vez pueda evitar hacerlo. -El tipo estaba cada vez más interesado-. Te prometo que serás el primero en saberlo cuando tengamos algo más, pero eso presupone que pueda confiar en ti cuando te pida discreción. ¿Puedo?
A Fredrick Myhreng no le gustaba el giro que había tomado la conversación.
– Eso depende -dijo sonriendo-. Cuéntame más.
– ¿Por qué has vinculado los dos asesinatos?
– ¿Por qué los vinculáis vosotros?
Sand suspiró pesadamente. Se levantó, se giró hacia la ventana y permaneció así durante medio minuto. De pronto se volvió.
– Estoy intentándolo por las buenas -dijo con voz alta y dura-. Pero también puedo hacerte un interrogatorio judicial, puedo acusarte de retención de pruebas importantes para un proceso penal. Tal vez no te pueda obligar a soltar la información, pero sí que puedo hacer que lo pases muy mal. ¿Crees que será necesario?
El discurso tuvo cierto efecto. Myhreng se retorció en la silla, pidió más garantías de que sería el primero en saberlo cuando pasara algo y las obtuvo.