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– ¿Puedo ayudarle en algo?

Ella se volvió con una sonrisa:

– Eso espero.

Una mujer elegante de más de cincuenta y cinco años se había detenido frente a una puerta con la placa de Secretaría.

– ¿Desea matricular a su hija?

– ¡Qué más quisiera yo! Una escuela preciosa. Pero no tengo hijos -explicó al percatarse de la mirada interrogadora y desconcertada de aquella mujer.

– ¡Ah, claro! ¿En qué puedo servirla, pues?

Roz cogió una tarjeta.

– Rosalind Leigh -se presentó-. ¿Podría hablar con la directora?

– ¿Ahora? -preguntó la mujer, sorprendida.

– Si es que está libre. De no ser así, quisiera concertar una cita para pasar más tarde.

La mujer cogió la tarjeta y la leyó con detención.

– ¿Puedo preguntarle sobre qué desea hablarle?

Roz encogió los hombros:

– Información en general sobre la escuela y el tipo de chicas que acuden a ella.

– ¿No será la Rosalind Leigh autora de Through the Looking Glass, por casualidad?

Roz asintió con la cabeza. Through the Looking Glass, su última y mejor obra, se había vendido bien y había conseguido excelentes críticas. Un estudio sobre las cambiantes concepciones de la belleza femenina a través del tiempo; en aquel momento se preguntaba de dónde había sacado la energía para escribirlo. Una tarea basada en el amor, pensaba, pues el tema la había fascinado.

– Lo he leído. -La mujer sonrió-. A pesar de que comparto muy pocas de sus conclusiones, me pareció muy sugerente. Su prosa es maravillosa, aunque creo que huelga decirlo.

Roz rió. Sintió inmediatamente una corriente de simpatía por aquella mujer.

– Como mínimo es sincera.

La otra consultó el reloj.

– Pase a mi despacho. Dentro de media hora debo recibir a unos padres, pero hasta entonces será un placer proporcionarle la información que precisa. Por aquí. -Abrió la puerta de la secretaría y acompañó a Roz a un despacho contiguo-. Tome asiento, por favor. ¿Café?

– Sí, gracias. -Roz se sentó en la silla que la mujer le indicó y estuvo observándola mientras se movía preparando la cafetera y las tazas-. ¿Es usted la directora?

– La misma.

– En mi época, siempre era una religiosa.

– De forma que usted ha estudiado en una escuela religiosa. Debía imaginármelo. ¿Leche?

– Sin leche y sin azúcar, por favor.

La mujer colocó una taza humeante en la mesa frente a Roz y se sentó delante de ella.

– En realidad, soy monja. La hermana Bridget. Hace tiempo que mi congregación abandonó eso de los hábitos. Descubrimos que tendían a crear una barrera artificial entre nosotras y el resto de la sociedad. -Soltó una risita-. No sé qué pasa con los hábitos religiosos, pero la gente intenta evitarte si puede. Me imagino que se creen obligados a comportarse con la máxima compostura. Es algo muy frustrante. A menudo salen conversaciones tan afectadas…

Roz cruzó las piernas y se relajó. No era consciente de ello, pero sus ojos la traicionaron. Mostraban en su reborde toda la calidez y sentido del humor que, un año antes, había sido la expresión externa de su personalidad. Al parecer, la amargura no podía corroer tanto.

– Probablemente es debido a un sentimiento de culpabilidad -dijo-. Tenemos que controlar la lengua a fin de no provocar el sermón que creemos que tenemos merecido. -Tomó un sorbo del café-. ¿Qué le hizo pensar que yo había recibido educación religiosa?

– Su libro. Se muestra tan resentida con las religiones establecidas que supuse que era una judía o una católica que había perdido la fe. Resulta más fácil abandonar el vínculo protestante, en principio porque es mucho menos opresivo.

– En realidad, cuando escribí Through the Looking Glass, no había abandonado nada -respondió Roz afablemente-. Seguía siendo una buena católica.

La hermana Bridget interpretó el cinismo que había en su tono:

– Pero ahora no.

– No. Dios ha desaparecido de mi vida. -Esbozó una breve sonrisa ante la mirada de incomprensión de la hermana-. Supongo que ya lo habrá leído. No puedo aplaudir su afición por la prensa.

– Soy educadora, amiga mía. Aquí estamos atentos tanto a la prensa sensacionalista como a los periódicos en general. -No bajó la mirada ni mostró vergüenza, lo que Roz agradeció-. Claro, lo leí y yo también habría castigado a Dios. Fue muy cruel por su parte.

Roz asintió con la cabeza.

– Si no recuerdo mal -dijo, volviendo al libro-, sólo toco el tema religioso en un capítulo del libro. ¿Por qué le pareció imposible estar de acuerdo con mis conclusiones?

– Porque todas proceden de una única premisa. Como no puedo aceptar la premisa, no puedo estar de acuerdo con las concepciones.

Roz arrugó la frente.

– ¿A qué premisa se refiere?

– La belleza se queda en la piel.

Roz se quedó sorprendida.

– ¿Y no cree que es cierto?

– Como norma general, no.

– Me deja boquiabierta. ¡Y usted, que es una monja!

– Esto no tiene nada que ver con que sea monja. La vida enseña mucho.

Había sido un eco inconsciente de Olive.

– ¿De verdad cree que las personas bellas son bellas hasta el fondo? Yo no puedo aceptarlo. Siguiendo el mismo razonamiento, las personas feas lo son hasta el fondo.

– Está poniendo estas palabras en mi boca, amiga mía. -A la hermana Bridget le divertía aquello-. Simplemente cuestiono que la belleza sea una cualidad superficial. -Hacía oscilar la taza de café en sus manos-. Desde luego, es una idea cómoda, significa que todos nos podemos sentir bien en nuestro propio cuerpo, pero la belleza, como la riqueza, es una baza moral. Los ricos pueden permitirse acatar la ley, ser generosos y amables. Los que son muy pobres no pueden. Incluso la amabilidad se convierte en una lucha cuando uno no sabe de dónde sacar el próximo penique. -Le dirigió una sonrisa bastante peculiar-. La pobreza tan sólo eleva cuando uno es capaz de escogerla.

– No estará de acuerdo con esto, pero no veo la relación entre belleza y riqueza.

– La belleza nos protege contra las emociones negativas que provoca la soledad y el rechazo. Se valora a las personas bellas, es algo que se ha hecho siempre, usted misma insiste en ello; por consiguiente éstas tienen menos razones para mostrarse rencorosas, menos razones para experimentar celos, menos razones para codiciar lo que no pueden poseer. Tienen tendencia a convertirse en el centro de todas estas emociones, y en muy pocas ocasiones son instigadoras de ellas. -Encogió los hombros-. Siempre habrá excepciones, y muchas de ellas usted las descubre en su libro, pero la experiencia me ha demostrado que cuando una persona es atractiva, el atractivo va hasta el fondo. Puede discutirse qué fue primero, la belleza interior o la exterior, pero en general van a la par.

– De forma que cuando uno posee la riqueza y la belleza se le abren inmediatamente las puertas más resplandecientes. -Sonrió con aire cínico-. ¿No será ésta una filosofía algo radical para un cristiano? Creía que Jesús predicó exactamente lo contrario. Algo así como que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entrar en el reino de los cielos.

La hermana Bridget rió con ganas.

– Por supuesto usted asistió a una excelente escuela religiosa. -Removió el café con un bolígrafo, la expresión ausente-. Es cierto, eso dijo, aunque, si lo ponemos en su contexto, creo que sirve más para respaldar mi punto de vista que para contradecirlo. No sé si recordará que un joven adinerado le preguntó cómo conseguiría la vida eterna. Jesús respondió: observa los mandamientos. El joven dijo: los he observado desde mi niñez, ¿qué más puedo hacer? Si quieres alcanzar la perfección, dijo Jesús, y aquí subrayo la perfección, vende todo lo que posees y entrégaselo a los pobres, y luego sigúeme. El joven se alejó compungido, pues tenía tantas posesiones que no era capaz de venderlas. Fue entonces cuando Jesús se refirió al camello y al ojo de la aguja. Se dará cuenta de que estaba hablando de la perfección y no de la bondad. -Chupó el extremo del bolígrafo-. Para ser justa con el joven, siempre he considerado que el hecho de vender sus posesiones habría significado vender casas y negocios con arrendatarios y empleados en ellas, por tanto, se habría planteado un espinoso dilema moral. Sin embargo, opino que lo que Jesús estaba diciendo era: hasta hoy, has sido una buena persona, ahora bien, para demostrar hasta qué punto eres bueno, sumérgete en la pobreza más profunda. La perfección consiste en seguirme y observar los mandamientos cuando se es tan pobre que el robo y la mentira se convierten en un sistema de vida si uno quiere asegurar su vida para el día siguiente, un objetivo imposible de alcanzar. -Tomó un sorbo de café-. Evidentemente puedo equivocarme. -Se percibía el brillo en sus ojos.