– La verdad es que no estoy dispuesta a seguir insistiendo -replicó Roz sin rodeos-. Me imagino que no tengo ninguna oportunidad. De todas formas, usted se sitúa en un terreno bastante delicado con esto de la belleza como baza moral. ¿Pero qué me dice de los escollos de la vanidad y la arrogancia? ¿Y cómo me explicaría usted que buena parte de las personas más agradables que conozco poseen, sin tener que forzar mucho la imaginación, la belleza?
La hermana Bridget rió de nuevo, emitiendo un sonido de satisfacción.
– Sigue tergiversando mis palabras. En ningún momento he dicho que para ser agradable se tuviera que poseer la belleza. Únicamente discuto su afirmación de que las personas bellas no son agradables. Son dos términos que no se excluyen mutuamente. La observación me ha demostrado que a menudo sí. Con el riesgo de insistir en este punto, pueden conseguirlo.
– Así pues, volvemos a mi pregunta anterior. ¿Significa ello que las personas feas a menudo no son agradables?
– Esta no sería la consecuencia, al igual que el hecho de afirmar que los pobres son siempre perversos. Tan sólo significa que la prueba resulta más dura. -Ladeó la cabeza-. Tomemos por ejemplo el caso de Olive y Amber. Al fin y al cabo, por esto ha venido a verme. Amber llevaba una vida de lo más agradable. Diría que era la muchacha más encantadora que he conocido, con una naturaleza acorde con ello. Todo el mundo la adoraba. Olive, por otro lado, era de lo más antipopular. Poseía pocas cualidades que le sirvieran de apoyo. Era glotona, mentirosa y a menudo se mostraba cruel. Era muy difícil que te cayera bien.
Roz no hizo ningún gesto para disimular su interés. En cualquier caso, la conversación había llevado aquellos derroteros desde el principio.
– De forma que usted ha sufrido las mismas pruebas que ella. ¿Sucumbió? ¿Resultaba imposible apreciarla?
– Fue muy problemático hasta que llegó Amber a la escuela. La mejor cualidad de Olive era el amor que sentía por su hermana, sin reservas y prácticamente desinteresado. Resultaba bastante conmovedor. Se preocupaba por Amber como una clueca, llegaba a ignorar sus propios intereses por mor de los de Amber. En mi vida he visto un afecto tal entre hermanas.
– Entonces, ¿por qué la mató?
– Eso digo yo, ¿por qué? Ya era hora que se planteara la cuestión. -Aquella mujer mayor golpeteó con los dedos impacientemente en la mesa del despacho-. Voy a verla cuando puedo. No va a decírmelo, y la única explicación que encuentro es que aquel amor, que era obsesivo, se convirtió en un odio igualmente obsesivo. ¿Conoce a Olive?
Roz asintió.
– ¿Qué opinión le merece?
– Es inteligente.
– Sí, lo es. Habría podido ir a la universidad si la directora hubiera conseguido convencer a su madre de que le convenía. Pero por aquellos días yo no era más que una modesta profesora. -Soltóun suspiro-. Pero la señora Martin era una mujer decidida, y dominaba a Olive. Nosotras, como escuela, no podíamos hacer nada para que cambiara de parecer. Las dos chicas dejaron la escuela al mismo tiempo: Olive con unas notas excelentes y Amber con aprobados justos. -Suspiró de nuevo-. Pobre Olive. Entró a trabajar como cajera en un supermercado, mientras Amber creo que probó suerte en una peluquería.
– ¿En qué supermercado trabajó?
– En Pettit's, de High Street. Un negocio que cesó ya hace tiempo. Ahora allí hay una tienda de licores.
– ¿Verdad que en la época de los asesinatos trabajaba en la Seguridad Social?
– Sí, y tengo entendido que le iba muy bien. Claro que fue su madre quien la dirigió hacia allí. -La hermana Bridget reflexionó un momento-. Es curioso, tropecé con Olive casi por casualidad aproximadamente una semana antes de los asesinatos. Me alegró verla. Se la notaba… -dijo, y luego hizo una pausa- feliz. Sí, creo que la palabra exacta es feliz.
Roz dejó que el silencio se adueñara del ambiente mientras daba vueltas a sus propias reflexiones. Había tantas cosas en aquella historia que no parecían lógicas…
– ¿Se llevaba bien con su madre? -preguntó por fin.
– No lo sé. Siempre tuve la impresión de que prefería a su padre. La señora Martin era quien llevaba los pantalones, por supuesto. Si había que decidir algo, lo hacía ella. Era muy dominante, pero no recuerdo que Olive expresara ningún tipo de discrepancia respecto a ella. Costaba mucho hablar con aquella mujer. Siempre tan correcta. Daba la impresión de que medía cada una de sus palabras para no traicionarse. -Movió la cabeza-. Nunca descubrí qué tenía que esconder.
Llamaron a la puerta y una mujer asomó la cabeza.
– El señor y la señora Barker la esperan, hermana. ¿Está lista?
– Un momento, Betty. -Sonrió mirando a Roz-. Lo siento, creo que de poco le he servido. Cuando Olive estaba aquí, tenía una amiga, y no es que fuera el tipo de amistad que podría imaginarse usted o yo misma; más bien se trataba de una chica con la que hablaba un poco más que con las demás. Su nombre de casada es Wright, Geraldine Wright, y vive en un pueblo que se llama Wooling, a unos quince kilómetros de aquí. Si accede a hablar con usted, seguro que podrá darle muchos más detalles de los que puedo ofrecerle yo. El nombre de la casa donde vive es Oaktrees.
Roz anotó los detalles en su agenda.
– ¿Por qué tendré la impresión de que usted me estaba esperando?
– Olive me enseñó su carta la última vez que la vi.
Roz se levantó, recogiendo la cartera y el bolso. Miró a aquella mujer con aire pensativo.
– Tal vez el único libro que seré capaz de escribir sea cruel.
– Creo que no.
– No, yo tampoco lo creo. -Se detuvo un momento junto a la puerta-. He disfrutado charlando con usted.
– Venga a verme otra vez -dijo la hermana Bridget-. Me gustará saber cómo le van las cosas.
Roz asintió con la cabeza.
– Supongo que no hay duda de que ella lo hizo.
– Realmente no lo sé -respondió la otra mujer, lentamente-. Por supuesto que me lo he planteado. Todo resulta tan aterrador que cuesta aceptarlo. -Pareció que iba a sacar una conclusión-. Vaya con mucho cuidado, amiga mía. La única verdad de Olive es que miente prácticamente en todo.
Roz repasó sus recortes de prensa y copió el nombre del agente que detuvo a Olive y, de camino hacia Londres, pasó por la comisaría.
– Buscaba a un tal DS Hawksley -dijo a un joven agente que se hallaba en el mostrador de entrada-. Trabajó en esta sección en el ochenta y siete. ¿Sigue aquí todavía?