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– ¿Ni siquiera si pensase que es inocente?

La señora Hopwood no respondió.

– ¿Y si supusiéramos que no lo hizo? ¿Acaso no se lo ha planteado?

– No es asunto mío. -Se dispuso a cerrar la puerta.

– Pues ¿de quién es asunto, por el amor de Dios? -dijo Roz, furiosa de pronto-. Su hija cuenta una película de dos hermanas tan inseguras que una tiene que contar mentiras y chinchar a la gente para darse un cierto aire, y la otra nunca tiene un no por si acaso la gente la rechaza. ¿Qué demonios les ocurría en casa para que estas muchachas salieran así? ¿Dónde estaba usted en aquella época? ¿Dónde estaba todo el mundo? Cada una de ellas sólo podía contar con la amistad de la otra. -Vio un levísimo gesto de comprensión perfilarse en los ojos de la mujer a través de la rendija de la puerta y agitó la cabeza con aire despectivo-. Tengo la impresión de que su hija me ha despistado. Por algo que ha dicho, he pensado que usted podría pertenecer a los samaritanos. -Le dirigió una fría sonrisa-. Y ahora me doy cuenta de que es una farisea. Que usted lo pase bien, señora Hopwood.

La otra chasqueó la lengua, impaciente.

– Será mejor que pase pero le advierto que tendrá que pasarme una transcripción de esta entrevista. No me interesa que me atribuya palabras que no he dicho por el simple hecho de que encajan con alguna historia sentimental que usted ha podido montar con Olive.

Roz le mostró la grabadora.

– Pensaba grabar la conversación. Si usted tiene una, podría grabarla al mismo tiempo o bien yo le mando una copia de la cinta.

La señora Hopwood asintió con la cabeza mientras soltaba la cadena y abría la puerta.

– Tenemos una. Mi marido la conectará mientras yo preparo un té. Pase y utilice el felpudo, por favor.

Al cabo de diez minutos, todo estaba a punto. La señora Hopwood estaba acostumbrada a tomar la iniciativa:

– Para mí, lo más fácil será contarle todo lo que recuerdo. Cuando haya terminado, me hace las preguntas, ¿vale?

– Vale.

– Le dije que apenas conocía a Olive. Y es cierto. Vino aquí unas cinco o seis veces, en dos ocasiones porque era la fiesta de cumpleaños de Geraldine, y tres o cuatro veces más a tomar el té. Yo no le tenía mucho cariño. Era una chica desgarbada, lenta, resultaba imposible hablar con ella, no tenía sentido del humor, y, francamente, muy fea. Tal vez esto le parezca duro y algo despiadado, pero qué le vamos a hacer, una no puede disimular sobre sus sentimientos. No me supo mal que la amistad que tenía con Geraldine muriera de muerte natural.

Hizo una pausa para poner las ideas en orden.

– Después de esto, tuve muy poco que ver con ella. No volvió más a esta casa. Oí hablar de ella, claro, a Geraldine y a las amistades de Geraldine. La impresión que me formé de la muchacha no difiere mucho de lo que usted ha comentado hace poco: una chica triste, falta de amor y poco atractiva que como recurso se dedicaba a fanfarronear sobre unas vacaciones de las que no había disfrutado, de unos novios que nunca tuvo, para compensar la falta de felicidad en su casa. Los engaños creo que eran el resultado de la constante presión de su madre para que fuera la mejor, como también debía serlo su forma compulsiva de comer. Siempre había sido gorda, pero en la adolescencia, sus hábitos de comida se convirtieron en algo patológico. Según Geraldine, robaba comida de la cocina de la escuela y se atracaba con ella con un terrible desasosiego, dando la impresión de que temía que alguien se la arrebatara antes de terminar.

»Me imagino que usted interpretará esta conducta como un síntoma de un ambiente familiar problemático. -Dirigió una mirada interrogativa a Roz, la cual asintió-. Pues bien, creo que yo también estoy de acuerdo con ello. No era algo natural, como tampoco lo era la sumisión de Amber, aunque he de insistir en que todo esto nunca lo vi por mí misma, es una forma de decir. Yo le estoy contando únicamente lo que comentaban Geraldine y sus amigas. De cualquier forma, a mí me afectaba, sobre todo porque había conocido a Gwen y Robert Martin al ir a recoger a Geraldine en las pocas ocasiones en que la invitaron a su casa. Era una pareja muy extraña. Apenas se hablaban. Él estaba instalado en una habitación de abajo, en la parte de atrás de la casa, y ella y las dos niñas vivían en la parte delantera. Por lo que pude deducir, prácticamente todo el contacto entre ellos era por medio de Olive y Amber. -Al ver la expresión de Roz se detuvo un momento-. ¿Nadie le ha contado esto?

Roz movió la cabeza negativamente.

– Nunca supe cuántas personas estaban al corriente de ello. Claro que ella guardaba las apariencias, y, francamente, si Geraldine no me hubiera dicho que había visto una cama en el estudio del señor Martin, nunca habría sospechado lo que ocurría. -Frunció el ceño-. Pero las cosas siempre suelen ocurrir así, ¿verdad? En cuanto empiezas a sospechar de algo, todo lo que vas viendo te va confirmando la sospecha. Nunca iban juntos, excepto en la fiesta de los padres, e incluso en esta ocasión siempre se juntaban con una tercera persona, que solía ser alguna de las profesoras. -Sonrió con timidez-. Yo les observaba, pero no con mala intención, mi marido se lo puede confirmar, sino para demostrarme a mí misma que estaba equivocada. -Movió la cabeza-. Llegué a la conclusión de que realmente se odiaban. Y no es sólo que no se dirigieran la palabra, es que no intercambiaban absolutamente nada, ni un roce, ni una mirada, nada. ¿Le parece lógico?

– Sí, claro -dijo Roz, sintonizando-. El odio tiene un lenguaje corporal tan intenso como el amor.

– Yo diría que era ella la instigadora de todo. Siempre tuve la impresión de que él había tenido un asunto, que ella le había descubierto, aunque tengo que insistir en que yo no sé nada. Era un hombre atractivo, simpático, y, por su trabajo, andaba de un lado para otro. En cambio ella, por lo que yo pude entrever, no tenía amistades, tan sólo quizás algunos conocidos, pero en las reuniones sociales nunca te la encontrabas. Era una mujer que se controlaba mucho, era fría e impasible. En realidad, bastante desagradable. Evidentemente no era de las que se hacen querer. -Permaneció un momento en silencio-. Olive salió a ella, por supuesto, tanto por su aspecto como por su carácter, y Amber, a él. Pobre Olive -exclamó con auténtica compasión-. Tenía muy pocas salidas.

La señora Hopwood miró a Roz suspirando profundamente.

– Hace un rato, usted me ha preguntado dónde estaba yo cuando ocurrió todo esto. Pues estaba educando a mis hijos, y si usted tiene alguno, sabrá lo difícil que es esto, como para meterte con los de los demás. Ahora mismo me arrepiento de no haber abierto la boca en aquellos momentos, aunque, no sé, ¿qué podía hacer? Sea como sea, me pareció responsabilidad de la escuela. -Extendió las manos-. Pero claro, son tan fáciles las cosas cuando ya han sucedido, ¿y quién podía prever que Olive haría lo que hizo? Supongo que nadie se dio cuenta de lo mal que estaba -dijo, dejando caer las manos sobre su regazo y mirando a su marido con aire desamparado.

El señor Hopwood meditó unos instantes.

– De todas formas -dijo él lentamente-, nadie pretende decir que nos creyéramos que ella mató a Amber. Yo incluso fui a la policía y les dije que me parecía casi imposible. Me respondieron que mi inquietud procedía de una información muy anterior. -Hizo un ruido con los dientes-. Lo cual evidentemente era cierto. Hacía unos cinco años que no teníamos ningún trato con la familia, y en cinco años es posible que entre las hermanas hubiera surgido cierta aversión.

Permaneció un momento en silencio.

– Pero si Olive no mató a Amber -la azuzó Roz-, ¿quién lo hizo?

– Gwen -dijo, sorprendido, como si fuera lo más lógico. Se alisó las canas-. Nosotros opinamos que Olive apareció cuando su madre apaleaba a Amber. Esto habría sido suficiente para sacar a la chica de sus casillas, suponiendo que su afecto por la hermana no hubiera cambiado.