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Roz asintió:

– Algo así.

– Si hubiéramos encontrado algo lo hubiéramos dicho a alguien.

– Desde luego, pero no me refería a encontrar alguna prueba incriminatoria. Me refería más bien a impresiones. ¿Usted diría, por ejemplo, que era un lugar para sentirse a gusto? ¿Que por ello él permaneció aquí? ¿Porque apreciaba la casa?

La mujer negó con la cabeza.

– Más bien era algo así como una cárcel. No pondría la mano en el fuego, porque no estoy segura, pero yo diría que tan sólo utilizaba la habitación que está abajo, al fondo, junto a la cocina y el lavabo, que tenía una puerta que daba al jardín. Quizá fuera a la cocina a prepararse algo de comer, pero lo dudo. La puerta que daba allí estaba cerrada y no encontramos la llave. Además, había un antiguo hornillo conectado a uno de los enchufes de la habitación, que no sacaron los que limpiaron la casa, y yo tengo la impresión de que preparaba su comida allí. El jardín era bonito. Me imagino que vivía entre esta habitación y el jardín y que no pisaba para nada el resto de la casa.

– ¿Porque la puerta estaba cerrada?

– No, por la nicotina. Las ventanas estaban tan empapadas que los cristales habían quedado completamente amarillos. Y el techo -dijo haciendo una mueca- era de un marrón muy oscuro. El olor a tabaco rancio era abrumador. Seguro que fumaba sin parar en aquel sitio. Ahora bien, en el resto de la casa no había restos de nicotina. Si alguna vez cruzó aquella puerta, no permaneció mucho tiempo en las otras habitaciones.

Roz movió la cabeza.

– Murió de un ataque al corazón.

– No me extraña.

– ¿Le importaría que echara una ojeada dentro?

– No le servirá de nada. Es totalmente distinta. Echamos abajo todas las medianeras y en la planta baja cambiamos toda la disposición. Si quiere hacerse una idea de cómo era cuando él vivía aquí, puedo hacerle un plano. Pero no entrará. Porque si digo que sí, sería el cuento de nunca acabar. Todo quisque se apuntaría a la visita.

– De acuerdo. Además, un plano puede ayudarme más.

Cogió del coche un bloc y un lápiz que pasó a la joven.

– Ahora es mucho más bonita -dijo la decidida mujer mientras trazaba unas rápidas líneas-. Hemos hecho aberturas en las habitaciones y les hemos añadido color. La pobre señora Martin no tenía ni idea. Creo que tenía que ser una mujer bastante aburrida. Aquí tiene. -Le devolvió el bloc-. Lo he hecho tan bien como he podido.

– Muchas gracias -dijo Roz, estudiando el plano-. ¿Por qué piensa que la señora Martin era aburrida?

– Porque todo, paredes, puertas, techos, todo, lo pintaba de blanco. Parecía un hospital, frío y aséptico, sin el más mínimo punto de color. Tampoco tenía cuadros colgados, pues no había ninguna señal en la pared. -Se estremeció-. Este tipo de casas no me gustan. Parece que no están habitadas.

Roz sonrió mientras contemplaba la fachada de ladrillo rojo.

– Me alegro de que fuera usted quien la comprara. Seguro que ahora se ve habitada. Yo no creo en fantasmas.

– Según cómo se mire, porque quien quiere ver fantasmas los ve, y quien no, no. -Se golpeó ligeramente un extremo de la cabeza-. Todo está en la cabeza. Mi padre muchas veces lo veía todo doble, y a pesar de ello nunca pensó que en su casa hubiera espíritus.

Roz no pudo contener una carcajada al coger el coche para alejarse de allí.

Capítulo 6

El aparcamiento del Poacher estaba vacío igual que anteriormente, pero ahora eran las tres de la tarde, había pasado la hora de comer y la puerta estaba cerrada. Roz golpeó la ventana y, al no recibir respuesta, dio la vuelta hacia el callejón de la parte trasera, donde debía estar la puerta de la cocina. Permanecía abierta y se oía a alguien cantar en el interior.

– Buenas -dijo ella-. ¡Sargento Hawksley! -Roz cogió la puerta para abrirla algo más y por poco no pierde el equilibrio cuando se la arrancaron de las manos-. ¡Lo hizo a propósito! -dijo ella bruscamente-. Podía haberme roto el brazo.

– Por el amor de Dios, chica -respondió él, hastiado-. ¿Alguna vez abrirá la boca para algo que no sea refunfuñar? Estoy empezando a pensar que cometí una injusticia con mi ex mujer. -Cruzó los brazos, aguantando con una de las manos una rodaja de pescado-. ¿Y ahora qué quiere?

Tenía la virtud de desconcertarla. Tragó quina y no respondió de manera airada.

– Lo siento -dijo-. Es que he estado a punto de caer. Oiga, ¿está muy ocupado o puedo pasar un momento para hablar con usted? -Roz observó la cara de Hawksley para comprobar si localizaba en ella más heridas, pero comprobó que seguía con las que ella ya conocía.

– Estoy ocupado.

– ¿Qué tal si paso dentro de una hora? ¿Podremos hablar entonces?

– Puede que sí.

Ella le dirigió una sonrisa triste.

– Lo intentaré a las cuatro.

Hawksley la observó irse por el callejón.

– ¿Qué hará en esta hora? -le dijo a gritos.

Roz se dio la vuelta.

– Me imagino que quedarme en el coche. Tengo unas notas que revisar.

Él agitó la rodaja de pescado.

– Estoy preparando un steak au poivre con verduras al vapor y patatas fritas con mantequilla.

– ¡Qué bien! -dijo ella.

– Hay suficiente para dos.

– ¿Qué es esto? ¿Una invitación o una refinada forma de tortura? -Roz sonrió.

– Una invitación.

Roz se acercó lentamente a la puerta.

– La verdad es que estoy hambrienta.

Una leve sonrisa iluminó el rostro de Hawksley.

– Qué, ¿qué me cuenta? -La acompañó hasta la cocina y le ofreció una silla. La observó con expresión crítica mientras encendía el fuego bajo unos cazos-. Por su aspecto, se diría que no ha probado una comida como Dios manda hace días.

– Y es cierto. -Recordó lo que le había dicho el joven policía-. ¿Es buen cocinero?

Hawksley le dio la espalda sin responder y ella se arrepintió de haber formulado la pregunta. Hablar con él era casi tan violento como hablar con Olive. Por lo que parecía, no podía abrir la boca sin pisar algún callo. Exceptuando un ligero gesto de agradecimiento cuando él le sirvió una copa de vino, Roz permaneció unos cinco minutos sentada en un silencio incómodo, preguntándose cómo iniciar la conversación. Dudaba mucho de que a él le pareciera bien su proyecto de libro sobre Olive.

Hawksley colocó los filetes en unos platos calentados de antemano, los adornó con patatas fritas, capuchinos al vapor y pequeñas zanahorias, y les echó encima la salsa de la sartén.

– Aquí tiene -dijo, acercándole uno de los platos, al parecer inconsciente de la incomodidad de ella-, esto pondrá un poco de color en sus mejillas. -Se sentó y atacó su plato-. Vamos, chica, ¿qué espera?

– Un cuchillo y un tenedor.

– ¡Ah! -Hawksley abrió un cajón de la mesa y sacó unos cubiertos-. Y ahora, manos a la obra y chitón mientras come. La comida es algo que vale la pena disfrutar.

A Roz no le hicieron falta más advertencias y se dedicó a ello con buena disposición.

– Fabuloso -dijo por fin, apartando el plato vacío con un suspiro de satisfacción-. Absolutamente fabuloso.

Él arqueó una ceja con gesto irónico.

– ¿Cuál es el veredicto? ¿Soy o no soy buen cocinero?

Ella rió.

– Es buen cocinero. ¿Puedo hacerle una pregunta?

Hawksley le llenó la copa, ya vacía.

– Si no hay más remedio…

– De no haber aparecido yo, ¿se habría comido todo esto usted solo?

– Tal vez me habría conformado con uno solo. -Permaneció un momento en silencio-. Claro que tal vez, no. Nadie ha reservado mesa para esta noche y estas cosas no pueden guardarse. Puede que me los hubiera comido los dos.

Ella notó un deje de amargura en su tono.

– ¿Aguantará mucho más tiempo con el restaurante abierto, sin clientes? -preguntó Roz, algo incauta.