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– Antes funcionaba. Esperemos que no haya cambiado nada.

Capítulo 9

A la mañana siguiente, una semana después de lo planificado, dirigieron a Roz a un supervisor que trabajaba en las oficinas de la Seguridad Social en Dawlington. Este contempló su labio lleno de costras y las gafas oscuras de ella con una cierta curiosidad, aunque Roz se dio cuenta de que su apariencia tampoco era nada fuera de lo corriente. Ella se presentó y tomó asiento:

– Llamé ayer -le recordó ella.

El supervisor asintió con la cabeza.

– Habló de cierto problema que se remonta a más de seis años atrás. -El hombre tamborileó con los dedos sobre la mesa-. Debería insistir en que probablemente no podremos ayudarla. Tenemos suficientes problemas para seguir los casos actuales, como para meternos en archivos antiguos.

– Pero usted estaba aquí hace seis años, ¿verdad?

– En junio hará siete años -respondió él con poco entusiasmo-. Me temo que poco podré ayudarla. No me acuerdo de usted ni de su caso.

– Es lógico. -Sonrió ella con aire de pedir disculpas-. Por teléfono me reservé una parte de la verdad. No soy una usuaria. Soy escritora. Estoy escribiendo un libro sobre Olive Martin. Tengo que hablar con alguien que pudo conocerla cuando ella trabajó aquí y lo que quería evitar era un no rotundo por teléfono.

El hombre parecía divertirse; estaba contento de que le ahorraran una investigación imposible de la que no podía extraerse ningún fruto.

– Era aquella chica gorda del final del pasillo. Ni siquiera sabía su nombre hasta que apareció en los periódicos. Por lo que recuerdo, jamás intercambié más de una docena de palabras con ella. Probablemente usted sepa más de ella que yo. -Cruzó los brazos-. Tenía que haber dicho lo que quería. Se habría ahorrado un viaje.

Roz cogió su bloc de notas.

– No importa. Lo que me interesan son nombres. Personas que hablaron con ella. ¿Hay alguien más aquí que haya permanecido tanto tiempo como usted?

– Algunos, pero nadie intimó mucho con Olive. En el momento de los asesinatos aparecieron por aquí un par de periodistas y no hubo ninguna persona que admitiera haber pasado más tiempo que el del trabajo con ella.

Roz notó que el hombre desconfiaba.

– ¿Y quién les puede culpar? -respondió ella, animada-. A buen seguro se trataba de la prensa sensacionalista a la búsqueda de un suculento titular. estreché la mano de un monstruo o algo de parecido mal gusto. Tan sólo los que persiguen publicidad o los idiotas se prestan a ser utilizados para incrementar sus sucios beneficios.

– Y su libro, ¿no reportará beneficios? -En su voz se marcó una seca inflexión. Roz sonrió.

– Muy modestos, comparados con los de los periódicos. -Se colocó las gafas de sol sobre la cabeza, con lo que dejó al descubierto sus ojos y los contornos amarillentos de su alrededor-. Le seré franca. Me obligó a realizar esta investigación un agente literario irritable que exigió una historia. El tema me pareció de lo más desagradable y me disponía a abandonarlo tras una entrevista superficial con Olive. -Roz le miró mientras jugaba con el lápiz-. Luego descubrí que Olive era humana y muy agradable, por lo que seguí visitándola. Y prácticamente todo el mundo con quien he hablado me ha respondido de forma parecida. Casi no la conocían, nunca hablaron con ella, no era más que aquella muchacha gorda del final del pasillo. Realmente podría escribir un libro con tan sólo este tema: cómo el ostracismo social puede llevar a una muchacha solitaria, falta de cariño, a un arranque de ira frenética contra la familia que la mortifica. Pero no lo haré, pues no creo que sea verdad. Estoy convencida de que la justicia ha cometido un error. Considero que Olive es inocente.

Lleno de sorpresa, él la tranquilizó:

– Nos dejó totalmente de piedra lo que había hecho -admitió él.

– ¿Porque consideraba que aquello no era propio de ella?

– Exactamente. -El hombre reflexionó-. Era seria en el trabajo, más despabilada que la mayoría, y la verdad es que no reparaba en horas como hacen otros. Es cierto que nadie la tenía en un pedestal, pero era una persona en la que se podía confiar, voluntariosa, no creaba problemas ni participaba en ninguna comidilla del trabajo. Estuvo aquí unos dieciocho meses y si bien nadie podrá decir que intimó con ella, tampoco se creó enemigos. Era una de aquellas personas en las que uno sólo piensa cuando quiere solucionar algo y luego se la recuerda con alivio con la certeza de que nunca falla. ¿Sabe a qué tipo de personas me refiero?

Ella asintió.

– Aburrida pero formal.

– Totalmente.

– ¿No le explicó nunca nada sobre su vida privada?

El supervisor negó de nuevo con la cabeza.

– Era verdad lo que dije al principio. Nuestros caminos raramente se cruzaban. Todo el contacto que teníamos, y era mínimo, estaba relacionado con el trabajo. La mayor parte de lo que le acabo de contar es una síntesis de las reacciones de sorpresa de los pocos que la conocieron.

– ¿Me puede dar sus nombres?

– No estoy seguro de recordarlos. -El hombre pareció dudar-. Olive los debe conocer mejor que yo. ¿Por qué no le pregunta e ella?

«Porque ella no me lo dirá. Ella no me dirá nada».

Sin embargo Roz contestó:

– Porque no la quiero herir. -Advirtió desconcierto en la mirada del hombre y suspiró-. Supongamos que los «amigos» de Olive me cierran las puertas en las narices y me vuelven la espalda. Ella me preguntaría que cómo me fue. ¿Y qué le respondería yo? «Lo siento Olive, para tus amigos estás muerta y enterrada.» Yo no podría hacer algo así.

El hombre asintió.

– De acuerdo, hay alguien que quizá quisiera ayudarle pero no puedo darle su nombre sin su consentimiento. Es una señora mayor, ya jubilada, y es posible que no quisiera verse involucrada. Si me permite cinco minutos, la llamaré y a ver qué le parece hablar con usted.

– ¿Esta señora le tenía afecto a Olive?

– Igual que los demás.

– Entonces dígale que yo no creo que Olive matase a su madre y a su hermana y que por ello estoy escribiendo el libro. -Roz se levantó-. Y por favor, hágale saber que es absolutamente preciso que hable con alguien que la conoció entonces. Hasta ahora solamente he conseguido localizar una antigua amistad de la escuela y un profesor. -Caminó hacia la puerta-. Esperaré fuera.

Tal como dijo el supervisor, fueron cinco minutos. Fue a encontrarla al pasillo y le dio un papel con un nombre y una dirección.

– Se llama Lily Gainsborough. En los viejos tiempos, antes de privatizar la limpieza e instalar las máquinas automáticas de café, ella se encargaba de la limpieza y del té. Se retiró hace tres años, a los setenta, y ahora vive en unos apartamentos para ancianos en la calle Pryde. -La orientó-. La está esperando.

Roz le dio las gracias.

– Déle recuerdos a Olive cuando la vea -dijo el hombre estrechándole la mano-. Tenía más cabello y menos grasa seis años atrás, por lo que una descripción no servirá de mucho, pero posiblemente se acuerde de mi nombre. La mayoría de la gente lo hace.

Roz contuvo la risa. Se llamaba Michael Jackson.

– Por supuesto que me acuerdo de Olive. La llamaba «Bolita» y ella a mí «Flor». ¿Ah que lo entiendes, querida? Por mi nombre, Lily. Era un pedazo de pan. Nunca creí lo que decían que ella había hecho, la escribí y se lo dije en cuanto supe adónde la habían enviado. Ella me contestó diciendo que yo estaba equivocada, que todo era culpa suya y que tenía que pagar su precio. -Los ojos miopes y sabios de la anciana miraban a Roz-. Yo sí que entendí lo que quería decir aunque nadie más lo hiciera. Nunca lo hizo pero no hubiera ocurrido si ella no hubiera hecho lo que no tenía que hacer. ¿Más té, querida?