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Roz sonrió sin quitarse las gafas.

– Me gustaría comer algo.

– Muy bien. -El hombre abrió aún más la puerta de la cocina-. Pasa, estarás más cómoda aquí.

– No, comeré aquí. -Roz se levantó-. En la mesa de la ventana. Me gustaría mantener la puerta de la calle abierta y -buscó los altavoces y cuando los hubo encontrado, continuó- la música bien alta, jazz a ser posible. A ver si podemos animar un poco el local. A nadie le gusta comer en las pompas fúnebres, por el amor de Dios. -Se sentó al lado de la ventana.

– No -contestó Hal con un cambio brusco en el tono de voz-. Si quieres comer, comerás aquí dentro conmigo. Si no, vete a otro sitio.

Roz le miró pensativa.

– ¿Verdad que esto no tiene nada que ver con la crisis?

– ¿El qué?

– El hecho de no tener clientes.

El hombre señaló hacia la cocina:

– Bueno, ¿te vas a quedar o te vas?

– Me quedo -contestó Roz levantándose. «¿Qué significa todo esto?» se preguntó.

– De verdad que no es asunto tuyo, señorita Leigh -murmuró Hal, leyendo la mente de Roz-. Te sugiero que dejes de husmear y que me permitas que me ocupe yo mismo de mis asuntos a mi manera. -Geoff le había llamado para darle los resultados de sus investigaciones el pasado lunes.

«Esta mujer es legal -había dicho Geoff-. Una escritora de Londres. Divorciada. Su hija murió en un accidente de coche. No tiene ninguna conexión anterior con nadie en esta zona; lo siento, Hal.»

– Vale -dijo Roz apaciblemente-, pero tienes que admitir que todo esto es muy intrigante. Un policía me advirtió que sobre todo no comiese en este restaurante cuando fui a la comisaría para averiguar dónde te habías metido. Desde entonces me pregunto realmente por qué. Con esta clase de amigos realmente no te hacen falta enemigos, ¿a que no?

Hal hizo una pequeña mueca como una sonrisa.

– Entonces eres muy valiente, si aceptas por segunda vez mi invitación. -Mantuvo la puerta abierta.

Roz le pasó por delante decidida y entró en la cocina.

– Simplemente hambrienta -dijo-. Eres mejor cocinero que yo. De todas maneras pienso pagar lo que coma a no ser, desde luego -su sonrisa tampoco pasó de la boca-, que esto no sea un restaurante sino una tapadera de otra cosa.

Hal pareció divertirse.

– Tienes mucha imaginación. -Sacó una silla para Roz.

– Quizás -contestó Roz, y se sentó-. Pero es la primera vez que conozco un propietario de restaurante que se atrinchera entre rejas, preside mesas vacías, no tiene personal y que surge de la oscuridad como una cosa que ha sido alimentada por una trituradora. -Roz arqueó las cejas-. Si no fuera porque cocinas tan bien, aún me inclinaría más por pensar que esto no es un restaurante.

Hal se echó bruscamente hacia delante y le sacó las gafas de sol a Roz, las plegó y las dejó encima de la mesa.

– ¿Y qué debería deducir de esto? -dijo, impresionado inesperadamente por el daño causado a los bonitos ojos de Roz-. ¿Que no eres una escritora porque alguien dejó sus huellas por toda tu cara? -Hal frunció el ceño, evidentemente perplejo-. No ha sido Olive, ¿verdad?

Roz le miró con sorpresa.

– Claro que no.

– Entonces ¿quién ha sido?

Roz bajó la mirada.

– Nadie. No tiene ninguna importancia.

Hal esperó unos segundos.

– ¿Ha sido alguien que significa algo para ti?

– No. -Roz apoyó suavemente las manos en la mesa-. Más bien lo contrario. Ha sido alguien que no significa absolutamente nada para mí. -Roz le miró con una débil sonrisa-. Y a ti, ¿quién te ha pegado una paliza, sargento? ¿Alguien que significa algo para ti?

El hombre abrió la puerta de la nevera y examinó el contenido.

– Un día de éstos tendrás problemas serios por meter tu nariz en los asuntos de otras personas. ¿Qué te gustaría comer? ¿Cordero? ¿Pollo? ¿Pescado?

– De hecho he venido a verte para que me dieses un poco más de información -le dijo Roz mientras tomaban el café.

El cambio en su estado de ánimo empequeñeció los ojos de Hal. Realmente era un hombre muy atractivo, pensó Roz, tristemente consciente de que esa atracción no era recíproca. La comida resultó agradable pero distante, ambos impuestos en la advertencia: hasta aquí y no más.

– ¿Qué quieres saber?

– ¿Conoces a los O'Brien? Viven en el barrio de Barrow.

– Todo el mundo conoce a esta familia. -Hal miró a Roz frunciendo la frente-. Pero buen chasco me llevaría si es que hubiera alguna conexión entre ellos y Olive.

– Entonces te lo llevarás, y gordo -fue la áspera respuesta de Roz-. Me han dicho que Olive salía con uno de los hijos en el momento de los asesinatos. Probablemente Gary, el más joven. ¿Cómo es? ¿Le conoces?

Hal juntó los manos detrás de la cabeza.

– Alguien te está poniendo nerviosa -murmuró Hal-. Gary es ligeramente más inteligente que el resto de ellos, pero de todas maneras su nivel cultural debe ser el de un muchacho de catorce años. Es la pandilla más inútil, más incapaz con la que me he encontrado jamás. Lo único que saben hacer es robar y ni siquiera eso saben hacerlo bien. Está la madre O'Brien y unos nueve hijos, casi todos varones, ya todos adultos, y cuando no están en la cárcel, el que llega antes pilla la cama, pues viven en un piso de tres habitaciones en el barrio.

– ¿Alguno de ellos está casado?

– Durante poco tiempo. El divorcio es más común en esta familia que el matrimonio. Las mujeres normalmente buscan otros pasatiempos mientras sus maridos están en la cárcel. -Hal dobló las manos, que tenía entrelazadas-. Tienen muchos hijos, eso sí, como si el hecho de que una tercera generación de O'Brien que ha empezado a presentarse con regularidad delante del juez de menores fuese algo importante. -Hal movió, la cabeza-. Alguien te está poniendo nerviosa -repitió, insistente-. Por muy pecadora que fuera, Olive no era estúpida y para enamorarse de un granuja como Gary O'Brien debería haber tenido un bloqueo cerebral.

– ¿Realmente son tan malos? -preguntó Roz con curiosidad-. ¿O se trata de una ojeriza de policía?

Hal sonrió.

– Yo no soy poli, ¿te acuerdas? No, pero realmente son muy malos -aseguró-. En cada pueblo viven familias como los O'Brien. A veces, si realmente tienes mala suerte, te encuentras con un barrio lleno de ellos, como Barrow, cuando las autoridades deciden juntar todas las manzanas podridas en una cesta y entonces esperan que la policía la tape como sea. -Hal rió sin alegría-. Ésta es una de las razones por las que abandoné el cuerpo. Me harté de que me enviaran a limpiar la basura de la sociedad. La policía no crea estos guetos. Son las autoridades y el gobierno, e incluso la misma sociedad.

– Suena muy razonable -dijo Roz-. Pero entonces ¿por qué desprecias tanto a la familia O'Brien? Parece que necesitan que alguien les ayude en vez de condenarles.

Hal encogió los hombros.

– Supongo que porque ya han recibido más ayuda y apoyo del que tú y yo nunca recibiremos. Cogen todo lo que la sociedad les ofrece y entonces piden más. No existe ninguna compensación para personas como ellos. No ponen nada de su parte como satisfacción por lo que reciben. La sociedad les debe un sueldo, y créeme, se aseguran de que la sociedad les paga, normalmente robando todos los ahorros de alguna pobre anciana. -Hal juntó los labios-. Si hubieras detenido a esta escoria inútil tan a menudo como yo, también los despreciarías. No niego que representan una clase inferior creada por la sociedad, pero les reprocho sus pocas ganas de intentar sobreponerse. -Hal miró la cara de Roz-. Parece que no estás en absoluto de acuerdo. ¿He herido quizá tu sensibilidad liberal?

– No -dijo Roz con un brillo en los ojos-. Estaba pensando lo mucho que te pareces al señor Hayes hablando así. ¿Le recuerdas? ¿Cómo lo diría yo? -Roz imitó el suave susurro de la voz del viejo-. Tendrían que colgarles a todos del primer farol y dispararles. -Roz sonrió cuando él soltó una carcajada.