– ¿Era el señor Clarke su único amante? ¿Qué te parece?
– ¿Qué sé yo? Supongo que no. -continuó Olive, contradiciéndose a sí misma-. Tenía su propia entrada, por detrás, de la habitación que utilizaba. Podía haber ido a buscar chicos de pago cada noche sin que nosotros lo supiéramos. Le odio. -Parecía que Olive volvía a enfurecerse, pero la mirada de alarma de Roz la calmó-. Le odio -repitió Olive, antes de sumirse en el silencio.
– ¿Porque él mato a Gwen y Amber? -preguntó Roz por segunda vez.
Pero Olive no la tomó en serio.
– Mi padre trabajaba durante todo el día. Es un hecho. Todo el mundo lo sabe.
«Olive Martin cogió un hacha…» «¿Está intentando darle esperanzas diciendo que su libro le dará la libertad?»
– ¿Los mató tu novio?
Roz sabía que era torpe, que preguntaba las cosas que no debía preguntar cuando no las debía preguntar.
Olive disimuló una sonrisa.
– ¿Qué te hace pensar que yo tenía un novio?
– Alguien te dejó embarazada.
– Ah, eso. -dijo Olive con desprecio-. Mentí sobre el aborto. Quería que las chicas de aquí pensasen que yo había sido atractiva. -Olive subió la voz como si quisiera que los funcionarios lo oyeran. La certeza de sus palabras hizo encoger el corazón de Roz. Cuatro semanas atrás, Deedes le había advertido sobre eso.
– Entonces ¿quién era el hombre que te enviaba cartas a través de Gary O'Brien? -preguntó Roz-. ¿No era tu amante?
Los ojos de Olive brillaron como los de una serpiente.
– Era el amante de Amber.
Roz miró fijamente a Olive.
– Pero ¿por qué te enviaba las cartas a ti?
– Porque Amber tenía demasiado miedo a recibirlas ella misma. Era cobarde. -Hubo una breve pausa-. Como mi padre.
– ¿De qué tenía miedo?
– De mi madre.
– ¿De qué tenía miedo tu padre?
– De mi madre.
– ¿Y tú no tenías miedo de tu madre?
– No.
– ¿Quién era el amante de Amber?
– No lo sé; Nunca me lo dijo.
– ¿De qué trataban las cartas?
– De amor, supongo. Todo el mundo quería a Amber.
– ¿Tú también?
– Oh, sí.
– ¿Y tu madre? ¿Ella también quería a Amber?
– Claro.
– La señora Hopwood no dice lo mismo.
Olive se encogió de hombros.
– ¿Qué sabe ella? Casi no nos conocía. Siempre estaba preocupada por su preciosa Geraldine. -Una sonrisa maliciosa llenó los labios de Olive, dándole un feo aspecto-. ¿Cómo es que ahora todo el mundo sabe cosas excepto yo?
Roz notó que poco a poco se le iban abriendo los ojos con una terrible desilusión.
– ¿Y por eso esperaste hasta la muerte de tu padre para empezar a hablar con alguien? ¿Para que no quedase nadie que pudiera contradecirte?
Olive miró a Roz abiertamente, con la cara a rebosar de antipatía y entonces, con un brusco movimiento, a salvo de las miradas de los funcionarios pero muy a la vista de Roz, sacó una diminuta muñeca de barro del bolsillo y giró lentamente el alfiler que atravesaba la cabeza de la muñeca. Pelirroja. Un vestido verde. No hacía falta mucha imaginación para darle al barro una personalidad. Roz sonrió forzadamente.
– Soy muy escéptica, Olive. Es como la religión. Solamente funciona si crees en ello.
– Yo creo en ello.
– Entonces peor para ti.
Roz se levantó rápidamente, se dirigió hacia la puerta moviendo la cabeza hacia el señor Allenby para que le dejara salir. ¿Qué le había hecho creer en la inocencia de esa mujer, en primer lugar? ¿Ypor qué, por el amor de Dios, había escogido una estúpida asesina para llenar el vacío que había dejado Alice en su corazón?
Roz se paró delante de una cabina telefónica y marcó el número del colegio St. Angela. Contestó la propia hermana Bridget.
– ¿En qué puedo ayudarle? -preguntó con su agradable y armónica voz.
Roz sonrió ligeramente al teléfono.
– Podría decir: ven hacia aquí, Roz, dedicaré una hora a escuchar tus penas.
La cálida voz de la hermana no perdió en absoluto a través del teléfono.
– Ven a mi casa, querida. Tengo toda la tarde libre y nada me gusta más que escuchar. ¿Tantas preocupaciones tienes?
– Sí. Creo que Olive es culpable.
– No está mal. Estás peor que cuando empezaste. Vivo en la casa al lado mismo de la escuela. Se llama Donegal. Totalmente inapropiado, claro, pero es agradable. Ven a hacerme compañía en cuanto puedas. Cenaremos juntas.
La voz de Roz sonó preocupada.
– ¿Cree en la magia negra, hermana?
– ¿Debería hacerlo?
– Olive está clavando alfileres en una figura de barro que ha hecho de mí.
– Dios mío.
– Y tengo dolor de cabeza.
– No me sorprende. Si yo hubiera perdido mi fe en alguien también tendría dolor de cabeza. ¡Qué criatura más absurda! Seguramente es su manera de intentar recobrar un poco el control. La cárcel destruye el alma en este aspecto. -La hermana Bridget hizo un sonido de desaprobación-. Qué cosa más absurda, y yo que siempre tuve tanta estima por el intelecto de Olive. Te espero.
Roz escuchó el clic en el otro extremo y entonces meció el receptor contra su pecho. «Gracias, Dios, por la hermana Bridget… -Roz devolvió el receptor con las dos manos temblorosas-. ¡Oh Jesús, Jesús, Jesús! Gracias a Dios por la hermana Bridget…»
La cena consistió simplemente en sopa, huevos revueltos con tostadas, fruta, queso y la contribución de Roz en forma de una botella de vino de aguja. Cenaron en el comedor con vista al pequeño jardín vallado, donde unas plantas trepadoras desparramaban su renovado vigor en brillantes cascadas verdes.
A Roz le costó dos horas repasar todas las notas y relatar cumplidamente a la hermana Bridget todo lo que había descubierto.
La hermana Bridget, con las mejillas más sonrosadas de lo normal, estuvo sentada largo rato en silencio contemplativo después de que Roz acabase. Se percatara o no de los morados en la cara de la otra mujer, la hermana Bridget no hizo comentario alguno sobre ello.
– Sabes, querida -dijo finalmente-, si de algo estoy sorprendida es de tu repentina certeza de que Olive es culpable. No encuentro nada en lo que Olive dijo que pudiera hacerte cambiar tu convicción de que ella era inocente. -La hermana levantó las cejas como preguntando.
– Fue la perversa manera con que sonreía cuando hablaba acerca de que era la única que sabía algo -dijo Roz cansada-. Había alguna cosa tan desagradable en el hecho de saberlo. ¿Tiene eso sentido?
– Realmente, no. La Olive que yo conozco, siempre tenía un aspecto malicioso. Ojalá ella fuera tan abierta conmigo como parece haber sido contigo, pero me temo que siempre me verá como el guardián de su moral. Esto hace más difícil que ella sea honesta. -La hermana Bridget hizo una pausa-. ¿Estás segura de no estar reaccionando por culpa de su hostilidad hacia ti? Es mucho más fácil pensar bien de las personas a las que caemos bien, y Olive dejó claro que le caías bien las dos primeras veces que fuiste a verla.
– Es posible -suspiró Roz-, pero eso significa que soy tan ingenua como cualquiera de los que me acusan de serlo.
«La mayoría de criminales son agradables la mayor parte de las veces», había dicho Hal.
– Creo que probablemente seas ingenua -corroboró la hermana Bridget-, y que es lo que ha hecho que sacaras información que ninguno de los cínicos profesionales creyó que valía la pena sacar. Ser ingenuo tiene sus ventajas, simplemente como todo lo demás.
– No, cuando te ayuda a creer mentiras, no -dijo Roz afectada-. Estaba tan segura de que Olive me había dicho la verdad sobre el aborto…, y eso fue precisamente lo que me hizo dudar más de su culpabilidad. Un amante secreto revoloteando, incluso un violador -Roz se encogió de hombros-, cualquier cosa hubiera cambiado el caso una infinidad. Si no hubiera cometido los asesinatos él mismo, los podía haber provocado de una manera u otra. Se me hundió el suelo cuando Olive me dijo que lo del aborto era mentira.