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– Claro que no. Son cuentos de viejas. -Marnie ladeó la cabeza para volver a mirar la foto-. De todas formas, si hubiera algo de verdad en ello, él sería de primera categoría.

– Está muerto.

– A la mejor pasó el gen a su hija. Ella es de primera categoría total. -La mujer cogió la lima de las uñas-. ¿Dónde la conseguiste, si no es mucho preguntar?

– ¿La fotografía? ¿Por qué lo preguntas?

Marnie tocó la esquina derecha con la lima.

– Sé dónde fue tomada la foto.

Roz miró hacia donde Marnie señalaba. Detrás de la cabeza de Martin se veía un trozo de una pantalla de una lámpara con íes griegas invertidas alrededor de la base.

– En su casa, seguramente.

– Lo dudo. Fíjate en el signo alrededor de la pantalla. Solamente existe un sitio cerca de aquí que tenga estos signos.

Las íes eran lambdas.

Roz advirtió que eran el signo internacional de la homosexualidad.

– ¿Dónde?

– Es un pub que hay cerca del muelle. Es de travestis. -Marnie sonrió con sorna-. Es un puti-club de gays.

– ¿Cómo se llama?

Marnie continuó con sorna.

– El Gallo Blanco.

El patrón reconoció la fotografía inmediatamente.

– Mark Agnew -le dijo a Roz-. Acostumbraba a venir mucho aquí. Pero no le he vuelto a ver desde hace doce meses. ¿Qué pasó con él?

– Ha muerto.

El patrón puso una cara larga.

– Tendré que andar con tiento -dijo con un cansino y macabro humor-. Con el sida y la crisis ya casi no me quedan clientes.

Roz sonrió comprensivamente.

– Si puede servirle de consuelo, no creo que muriese de SIDA.

– Bien, aunque poco, sirve de consuelo. Este Mark se lo estaba buscando.

La señora O'Brien miró a Roz con un profundo hastío. El tiempo y su suspicaz naturaleza la habían persuadido de que Roz no tenía nada que ver con la televisión y que había venido a sonsacarle información acerca de sus hijos.

– Se ha de reconocer que tiene usted mucha cara.

– Oh -dijo Roz obviamente desilusionada-, ¿ha cambiado usted su decisión respecto al programa? -continuó con la farsa para ver si colaba.

– Un huevo, su programa. Es una maldita investigadora. ¿Qué es lo que busca? Eso me gustaría a mí saber.

Roz sacó la carta del Sr. Crew de su cartera y la entregó a la mujer.

– Me expliqué tan bien como pude la última vez, pero aquí tiene las condiciones de mi contrato con la cadena de televisión. Si la lee, verá claramente los propósitos y objetivos del programa que quieren hacer. -Roz señaló la firma de Crew-. Esta es la firma del director. Escuchó la cinta que grabamos y le gustó lo que oyó. No le sentará nada bien que se eche para atrás.

La vieja O'Brien, al disponer de una prueba escrita, quedó positivamente impresionada. Frunciendo el entrecejo con aire de intelectual miró las ininteligibles palabras.

– Bien -dijo-, un contrato es un contrato. Me lo tenía que haber enseñado la última vez. -Lo dobló con intención de metérselo en el bolsillo.

Roz sonrió.

– Desgraciadamente -dijo Roz, arrebatando la carta de los dedos de la vieja-, es la única copia que tengo y la necesito para asuntos legales y de impuestos. Si la perdiese, ninguno de nosotros cobraría. ¿Puedo entrar?

La vieja O'Brien apretó los labios.

– No veo motivo para que no, supongo. -Pero la suspicacia es difícil de matar-. No me voy a meter en asuntos raros, ¡ojo!

– Muy bien. -Roz entró en el salón-. ¿Hay alguien más de la familia en casa? Me gustaría incluirles en el reportaje, si es posible. Cuanto más completa la imagen, mejor.

La mujer se lo pensó un momento.

– ¡Mike! -gritó súbitamente-. ¡Baja! Hay una señora que quiere hablar contigo. ¡Pequeñín! Entra aquí.

Roz, que solamente estaba interesada en hablar con Gary, pensó con horror que los billetes de 50 libras le volarían. Sonrió conresignación cuando dos flacos jóvenes entraron en el salón y se colocaron al lado de su madre en el sofá.

– Hola -dijo Roz animadamente-, me llamo Rosalind Leigh y trabajo para una cadena de televisión que quiere hacer un programa sobre las penurias sociales…

– Corta el rollo, ya lo saben. No hace falta introducción alguna. Cincuenta pavos por barba. Es eso, ¿no?

– Mientras que den algo que valga la pena por el dinero. Necesito hablar durante una hora más y solamente estoy dispuesta a pagar 50 libras a cada uno si puedo hablar con su hijo mayor, Peter, y el más joven, Gary. De esta forma tendré un punto de vista más amplio. Quiero saber lo que cambió para los mayores cuando se fueron a vivir con los padres adoptivos.

– Bueno, aquí tiene a Gary -dijo la mujer, dándole codazos al joven de su izquierda-, es este pequeñín de aquí. Peter está en el talego, así que tendrá que conformarse con Mike. Es el tercero y estuvo el mismo tiempo fuera que Peter.

– Muy bien, adelante.

Roz desplegó su minuciosamente preparada lista de preguntas y puso la grabadora en marcha. Notó que los dos «chicos» tenían las orejas muy bien proporcionadas.

Durante la primera media hora Roz habló con Mike, dándole ánimos para que explicase ampliamente su juventud en las casas de los padres adoptivos, su educación (o mejor dicho, la falta de ésta debido a las continuas campanas) y sus problemas desde muy joven con la policía. Era un chico taciturno, incluso sin los más mínimos modales sociales elementales, a quien le costaba mucho expresarse. Mike dio a Roz una impresión muy pobre, y ella intentó contener su impaciencia tras una forzada sonrisa y se preguntó si era posible que hubiera salido peor si la beneficencia le hubiera dejado en manos de su madre. En cierto modo tenía sus dudas. La vieja señora O'Brien, a pesar de todos sus pecados y los de sus hijos, quería a los suyos, y ser querido es la base de la confianza.

Roz se giró con alivio hacia Gary, que había escuchado la entrevista con mucho interés.

– Veo que no te fuiste de casa hasta los doce años -dijo Roz mirando sus anotaciones-, que es cuando te enviaron a un internado. ¿Por qué?

Gary hizo una mueca.

– Haciendo novillos, robando, como mis hermanos, pero en Parkway dijeron que yo era peor y por eso me enviaron a Chapman. No estaba mal. Aprendí un poco. Aprobé dos cursos en el instituto antes de abrirme.

Roz pensó que la verdad debía ser exactamente lo contrario y que en Parkway le habrían dicho que él estaba un poco por encima de sus hermanos y que valdría la pena invertir un poco más de esfuerzo.

– Qué bien. ¿Te ayudaron los aprobados a encontrar más fácilmente un trabajo?

Pareció como si Roz estuviese hablando de ir a la luna por lo extraño que le sonó a Gary el hecho de tener un trabajo en la vida.

– Nunca lo probé. Ya estábamos bien.

Roz recordó algo que Hal le había dicho.

«Simplemente tienen una escala de valores diferente de la que podamos tener nosotros.»

– ¿No querías tener un trabajo estable? -preguntó Roz con curiosidad.

Gary negó con la cabeza.

– ¿Tú querías conseguir algún trabajo cuando acabaste la escuela?

– Sí -dijo Roz sorprendida por la pregunta-, estaba impaciente por irme de casa.

El chico se encogió de hombros, tan perplejo de las aspiraciones que Roz tenía como perpleja ella de la falta de aspiraciones que él demostraba.

– Siempre nos hemos mantenido unidos -dijo Gary-. El paro cunde más juntándose. ¿Así que tú no estabas bien con tus padres?

– No lo suficiente como para querer vivir con ellos.

– Ah, vale -dijo el chico con simpatía-, esto lo explica todo.

De una forma absurda, Roz sentía envidia de él.

– Tu madre me dijo que trabajaste de mensajero con moto hace tiempo. ¿Te gustaba?

– Así, así. Era divertido al principio, pero no hay diversión en conducir una moto por la ciudad y todo el trabajo era en la ciudad. No habría estado tan mal si el cabrón que llevaba el negocio nos hubiese dado lo suficiente para poder pagar las motos. -Gary sacudió la cabeza-. Era un cabrón. Nos las jodieron al cabo de seis meses, y punto. Ni motos, ni trabajo.