Ahora Roz ya tenía tres versiones diferentes de cómo los O'Brien habían perdido el trabajo en la Wells-Fargo. ¿Era alguna de ellas la verdadera? o ¿eran todas verdaderas pero vistas desde tres perspectivas diferentes? «La verdad, -pensó- es una cosa menos absoluta de lo que siempre había pensado.»
– Tu madre me dijo -apuntó Roz con un poco de inocente picardía- que tuviste un rollo con una asesina mientras trabajabas allí.
– ¿Te refieres a Olive Martin? -Cualquier tipo de escrúpulos que pudo haber tenido en la época de los asesinatos había obviamente desaparecido-. Menudo cachondeo, aquél. Solía llevarle cartas a ella los viernes por la tarde de parte de un tío que le gustaba y entonces va y ¡paf!, se carga a sus parientes. Me quedé acojonado si te he de decir la verdad. No tenía ni idea de que estuviera tan majara.
– Pero lo tenía que estar para descuartizar a su madre y su hermana.
– Sí. -Se le vio pensativo a Gary-. Nunca lo entendí. Era una tía legal, la conocí cuando era pequeña. Entonces también era normal. Era la madre la bruja y la presumida de su hermana. Dios, qué cerda era la tía.
Roz disimuló su sorpresa. Todo el mundo quería a Amber. ¿Cuántas veces había oído esto?
– A lo mejor Olive se hartó y un día estalló. Eso ocurre.
– Oh -dijo Gary encogiéndose de hombros-, eso no es lo que yo no entiendo. Lo que no entiendo es por qué Olive no cogió y se fue con su amor. Incluso en el caso de que estuviera casado, le podía haber puesto un piso en algún sitio. No le venía de un duro de más o de menos a juzgar por lo que llegaba a pagar para enviarle las cartas. Veinte papeles la entrega. Debía estar forrado el tío.
Roz mordió su lápiz.
– A lo mejor Olive no lo hizo -dijo Roz como pensativa-. A lo mejor la policía cogió a la persona equivocada. La verdad, no sería la primera vez.
La señora O'Brien apretó los labios.
– Están todos podridos -dijo-. Te las cargas por cualquier cosa, actualmente. No se puede ser irlandés en este país. No tienes esperanzas si eres irlandés.
– Entonces -dijo Roz mirando a Gary-, si no fue Olive, ¿quién lo hizo?
– No estoy diciendo que no fuese ella -dijo Gary puntualizando-. La declararon culpable, entonces lo debía haber hecho. Todo lo que digo es que no tenía necesidad de hacerlo.
Roz se encogió de hombros despreocupadamente.
– Creo que simplemente perdió los estribos y se ofuscó. Probablemente sería porque le provocó su hermana. Has dicho que era terrible, ¿no?
Sorprendentemente fue Mike el que habló.
– Ángel en la calle, demonio en casa -dijo-. Igual que nuestra Tracey.
Roz sonrió a Mike.
– ¿Qué significa eso?
Mamá O'Brien aclaró.
– Cabrona con la familia, cariñosa con los demás. Pero nuestra Tracey no es en absoluto como Amber Martin. Siempre dije que aquella cría sería un fracaso y tenía razón. No puedes ser una veleta durante toda tu vida y salir adelante.
Roz mostró curiosidad.
– Realmente conocían bien a la familia, entonces. Pensaba que sólo había trabajado allá un tiempo.
– Sí, pero Amber se interesó por uno de los chicos después -la mujer hizo una pausa-, pero que me maten si recuerdo ahora cuál de ellos era. ¿Eras tú, pequeñín?
Gary negó con la cabeza.
– Chris -dijo Mike.
– Es verdad -corroboró la vieja-, realmente simpatizaban el uno por el otro. Podía estar sentada en esta habitación, orgullosa de sí misma, con cara de boba mirándole, y no debía tener más de doce o trece años. Él tenía, ¿cuánto? Quince, dieciséis, pero naturalmente cualquier atención a esa edad es sugestiva y además de guapa, todo ha de ser dicho, parecía mayor de lo que era. De todas formas, vimos a la auténtica Amber entonces. Trataba a Chris como a un rey y al resto de nosotros como si fuéramos escoria. Tenía una lengua que daba terror. Puta, puta, todo el rato. -A mamá O'Brien se la veía absolutamente indignada-. No sé ni cómo pude contenerme de darle su merecido pero lo hice por Chris. Colgado estaba, pobre chaval. La madre de Amber no lo sabía, claro. Acabó con la historia en el mismo momento que la descubrió.
Roz deseaba que la expresión de su cara no revelara todo lo que sentía. ¿Convertía eso entonces a Chris O'Brien en el padre del hijo ilegítimo de Amber? Tenía bastante sentido. El señor Hayes había mencionado un muchacho del instituto Parkway como responsable, y si Gwen había puesto punto final a la relación, ella sabría perfectamente a quién atribuirle la paternidad cuando nació el bebé. Esto también explicaría el secreto que envolvía la búsqueda del nieto de Robert Martin. Probablemente los O'Brien no tenían idea de que Chris había tenido un hijo y que este hijo, si aparecía, valía medio millón de libras.
– Es fascinante -murmuró Roz, buscando desesperadamente algo que decir-. Nunca había conocido a nadie tan próximo a un asesinato. ¿Estaba Chris afectado cuando Amber fue asesinada?
– No -dijo la vieja O'Brien sonriendo sin sentimiento-. No la había visto hacía años. Gary estaba más preocupado por Olive, ¿no, cariño?
El muchacho miraba a Roz fijamente.
– En realidad, no -dijo Gary directamente-. Estaba nervioso por estar metido en ello. Me refiero a que sabía bastante de Olive de una manera u otra. Sabía que la poli molestaría a todos a los que ella conocía y los acribillaría a preguntas. -Gary movió la cabeza-. Su fulano se libró sin problemas. Lo habrían cogido rápidamente si ella hubiera cantado unos cuantos nombres para intentar librarse.
– ¿Conociste a aquel hombre?
– No -su cara se volvió maliciosa de repente y observó a Roz con una expresión como si leyera exactamente sus pensamientos-. Sé adónde la llevaba para tirársela -le dijo a Roz sonriendo como un conspirador-. ¿Cuánto vale para ti?
Roz le devolvió la mirada.
– ¿Cómo lo sabes?
– El imbécil usaba sobres autoadhésivos. Son muy fáciles de abrir. Leí una de las cartas.
– ¿Llevaba su firma? ¿Sabes su nombre?
Gary movió la cabeza negativamente.
– Algo que empezaba con P «Todo mi amor, P» es como acababa.
Roz paró de fingir.
– Cincuenta pavos más -dijo-, aparte de los ciento cincuenta que habíamos quedado. Pero nada más. Me quedaré sin blanca.
– Vale. -Gary tendió la mano de idéntica manera como lo hacía su madre-. El dinero por adelantado.
Roz sacó el monedero y lo vació.
– Doscientas libras.
Lo contó en la mano del chico.
– Ya sabía yo que no era usted de la televisión -dijo la señora O'Brien disgustada-. Vaya si lo sabía.
– ¿Bien? -preguntó Roz a Gary.
– Ponía: «El domingo en el hotel Belvedere en la calle Farraday. Con todo mi amor, P». Es la calle Farraday, en Southampton, por si no lo sabía.
La carretera a Southampton llevó a Roz a lo largo de la calle mayor de Dawlington. Había pasado la boutique Glitzy antes de que el nombre le sonase y casi provocó una colisión por culpa de frenar en seco en medio de la calle. Con un alegre saludo al furioso hombre que tenía detrás, que no paraba de maldecir a las mujeres conductoras, Roz condujo el coche a una calzada lateral donde encontró aparcamiento.
Glitzy no era el nombre adecuado, pensó Roz abriendo la puerta. Esperaba encontrar ropa de diseño o, como mínimo, ropa más bien cara. Pero claro, estaba acostumbrada a las boutiques de Londres. Glitzy vendía género para la clase más baja del mercado, inteligentemente en consonancia con la clientela, mayormente chicas adolescentes sin posibilidades o sin medios de transporte para ir a comprar a tiendas de más estilo en Southampton.
Roz buscó a la encargada, una mujer de unos treinta años con un espléndido peinado con los cabellos hacia atrás formando como un moño sobre su cabeza. Roz le entregó una de sus tarjetas y a continuación insistió con su relato acerca del libro sobre Olive Martin.