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Pero el teléfono permaneció obstinadamente silencioso todo el fin de semana.

Capítulo 16

El lunes por la mañana, con la pesada carga de la depresión de nuevo sobre los hombros, Roz se fue al hotel Belvedere y puso la foto en el mostrador.

– ¿Es éste el señor Lewis? -preguntó a la propietaria.

La amable señora se puso las gafas y miró detenidamente la foto. Negó con la cabeza con aire de disculpa:

– No, lo siento. Éste no me suena de nada.

– ¿Y ahora? -colocó el celofán sobre la foto.

– ¡Cielos! ¡Qué cosa más extraordinaria! Éste sí que es el señor Lewis.

Marnie asintió.

– Es él. El sucio desgraciado. -Achicó los ojos-. No está muy favorecido, ¿verdad? ¿Qué podía ver en esto una chica?

– No lo sé. Tal vez un afecto complaciente.

– ¿Quién es?

– Un psicópata -respondió Roz. La otra soltó un silbido.

– Entonces tendrás que tener cuidado.

– Sí.

Marnie tamborileó con sus rojas uñas la superficie del escritorio.

– ¿Estás segura de que no quieres decirme quién es por si acaso acabas descuartizada en el suelo de la cocina? -dijo lanzando a Roz una mirada de intriga. Pensaba que en aquello tenía que haber algún dinero escondido.

Roz captó el brillo en los ojos de la otra.

– No, gracias -dijo escuetamente-. Es una información que preferiría guardarme. No quiero ni pensar qué podría ocurrirme si se enterara de que estoy al acecho.

– Seré una tumba -dijo Marnie con un deje de ofendida.

– No tendrás por qué si no te tiento. -Roz metió la foto en el bolso-. Desde luego, sería una irresponsabilidad. Tú eres uno de los principales testigos. Lo mismo podría ir a por ti y descuartizarte. -Sonrió fríamente-. No soportaría que esto pesara sobre mi conciencia.

Volvió al coche y permaneció unos minutos mirando por la ventana. Si en algún momento había necesitado a un ex policía bregado para que le hiciera de guía en aquel laberinto de procedimientos legales, ahora era la ocasión. Ella era una aficionada que podía cometer con facilidad algún error y echar a perder la posibilidad de un futuro proceso. ¿Y qué repercusiones tendría esto para Olive? Probablemente el tener que pudrirse en la cárcel. Tan sólo podía revocarse el veredicto contra ella si se demostraba la culpabilidad de otra persona. Si tenía que seguir su curso, la semilla de la lógica duda tardaría años en germinar hasta que el ministerio de Interior se sintiera lo suficientemente presionado para darse por enterado. ¿Cuánto esperaron los seis de Birmingham para que se hiciera justicia? La responsabilidad de llevarlo adelante correctamente era escalofriante.

Ahora bien, pese a que le costaba admitirlo, lo que más pesaba para ella era la conciencia de no tener el valor para escribir el libro mientras permaneciera en libertad el amante psicópata de Olive. Por mucho que lo intentaba, no podía quitarse de la cabeza las imágenes de Gwen y Amber.

Aporreó con los puños el volante.

«¿Dónde estás Hawksley? ¡Cabrón! Siempre que me has necesitado me has tenido a tu lado.»

Graham Deedes, el abogado que representó a Olive en el juicio, se disponía a entrar en su despacho después de un duro día en los tribunales, cuando, con gesto irritado, se percató de que frente a su puerta estaba Roz sentada en un banco. Echó una ojeada al reloj deliberadamente:

– Tengo prisa, señorita Leigh.

Ella suspiró, levantándose del duro asiento.

– Cinco minutos -le imploró-. Le he estado esperando dos horas.

– No, lo siento. Tenemos invitados a cenar y he prometido a mi esposa que iría pronto. -Abrió la puerta y entró-. Llámeme por teléfono y concertaremos una cita. Estaré tres días en los tribunales, pero creo que tendré algún hueco hacia finales de la semana. -Se dispuso a cerrar la puerta dejándola fuera.

Ella apoyó su hombro en la jamba, aguantando la puerta abierta con una mano.

– Olive tenía un amante -le dijo-. Sé quién es y dos testigos han identificado su foto; uno de ellos es la propietaria del hotel al que iban durante el verano anterior a los asesinatos. Tengo un testigo que me ha confirmado que Olive abortó. Por la fecha, supongo que, de haber vivido, el bebé de Olive habría nacido más o menos en el tiempo de los asesinatos. Me he enterado de que dos personas, Robert Martin y el padre de una amiga de Olive, de forma independiente, dijeron a la policía que Olive era incapaz de matar a su hermana. Explicaron la escena diciendo que Gwen mató a Amber, al parecer, no la quería mucho, y Olive mató a Gwen. Tengo que admitir que las pruebas del forense no casan con esto, sin embargo demuestran que existían serias dudas incluso en aquel momento, las cuales no creo que usted haya tenido en cuenta. -Notó la impaciencia en su rostro y se apresuró a continuar-. Por una serie de razones, básicamente porque era su cumpleaños, no creo que Olive estuviera en la casa la noche anterior a los asesinatos, y estoy convencida de que Gwen y Amber fueron asesinadas mucho antes de la hora en que Olive pretendió que lo había hecho. Pienso que Olive volvió a casa por la mañana o por la tarde del día nueve, se encontró con aquella carnicería en la cocina, sabía que su amante era el responsable y quedó tan abrumada por la conmoción y el remordimiento que se declaró culpable del crimen. Me da la impresión de que estaba muy poco segura de sí misma, de que estaba angustiada, y que no supo qué hacer cuando vio que le habían arrebatado el puntal de su vida, su madre.

El señor Deedes cogió unos papeles del escritorio y los metió en su portafolios. Había oído tantas defensas imaginativas que se mostraba más educado que interesado.

– Veo que sugiere que Olive y su amante pasaron juntos la noche de su cumpleaños en algún hotel. -Roz asintió-. ¿Tiene alguna prueba de ello?

– No. No constan en el hotel que utilizaban normalmente, pero tampoco es algo muy sorprendente. Era un día especial. Incluso podían haber ido a Londres.

– Y en ese caso, ¿por qué tendría ella que suponer que su amante era el responsable? Habrían vuelto juntos. Aunque la hubiera dejado a cierta distancia de su casa, el hombre no habría tenido tiempo de hacer lo que se hizo.

– Lo habría tenido de haberse marchado -dijo Roz- dejándola en el hotel.

– ¿Y por qué lo habría hecho?

– Porque le dijo que, de no ser por el hijo ilegítimo que había tenido su hermana y el terror que producía a su madre una situación parecida, ahora él hubiera sido un orgulloso padre. Deedes miró su reloj.

– ¿Qué hijo ilegítimo?

– El que tuvo Amber cuando tenía trece años. Sobre éste no hay ninguna duda. Robert Martin lo menciona en su testamento. Gwen se las ingenió para mantenerlo en secreto pero, como no podía esperar que aquello le saliera bien con Olive, la convenció para que abortara.

Deedes chasqueó la lengua en señal de impaciencia.

– Todo esto es muy fantasioso, señorita Leigh. Por lo que veo, no dispone de ninguna prueba que apoye estas alegaciones, y no puede llevar a la imprenta un texto en el que acuse a alguien de los asesinatos sin tener pruebas fehacientes o suficiente capital para pagar una fortuna por los perjuicios de la difamación. -Volvió a mirar el reloj sin acabar de decidir si deseaba irse o quedarse-. Supongamos por un momento que su hipótesis es correcta. ¿Dónde estaba el padre de Olive mientras descuartizaban a Gwen y Amber en la cocina? Si mal no recuerdo, pasó aquella noche en casa y a la mañana siguiente salió para el trabajo a la hora habitual. ¿Me está diciendo que no se enteró de lo que había sucedido?

– Sí, es lo que estoy diciendo exactamente.

El rostro apacible de Deedes se nubló, perplejo.

– Esto es absurdo.

– Si él no estuvo allí, no. Las únicas personas que afirmaron que estuvo allí son Olive, el propio Robert y la vecina de al lado, y ésta tan soló lo citó al afirmar que a las ocho treinta Gwen y Amber aún estaban vivas.