El candor de Roz puso una sonrisa en el pálido rostro de Hal.
– La utilicé, pero no saqué nada en claro. «Estás haciendo muy caro el desalojo.» Es todo lo que dijo. -Arqueó una ceja-. ¿Tú entiendes algo?
– A menos que el banco te esté segando la hierba bajo los pies…
Hal negó con la cabeza.
– Pedí el mínimo crédito posible. No existe una prisa acuciante. -Tamborileó con los dedos en el suelo-. Por lógica, tenía que referirse a los negocios situados a un lado y otro de mi restaurante. Los dos han quebrado y en ambos casos se han ejecutado las hipotecas.
– Pues será eso -exclamó Roz, animada-. Alguien quiere las tres propiedades. ¿Le preguntaste de quién se trataba y por qué?
Él se frotó la parte posterior de la cabeza mientras reflexionaba.
– No me dieron la oportunidad, me apalearon antes. Evidentemente un quinto hombre fue arriba durante la reyerta para liberar al Fulano y al Zutano que tenía sujetos a las rejas, por lo que he deducido que el martilleo que oímos era esto. Total, que cuando volví en mí, había una sartén ardiendo en la cocina, la policía había llegado y mi vecino estaba largando que había tenido que llamar a una ambulancia porque yo intentaba meter a un cliente en un perol de caldo de pescado. -Soltó una carcajada tímida-. Aquello fue una puta pesadilla. Tuve que echar mano del primer poli y arrastrarlo hacia el restaurante. Es lo único que se me ocurrió. -Miró a Roz-. La verdad es que la primera cosa que me vino a la cabeza es que alguien quería apoderarse del Poacher. Hace algo más de un mes que comprobé los registros de las dos propiedades adyacentes y no encontré que tuvieran nada en común. Una la compró una pequeña cadena de venta al por menor y la otra se vendió por subasta a una empresa inversora.
– Podría tratarse de testaferros. ¿Fuiste a la central?
– ¿Qué crees que he estado haciendo estos tres últimos días? -rechinó los dientes, irritado-. He comprobado hasta el último maldito registro y todo lo que he encontrado es una pared sin nada detrás. No tengo la más mínima idea de lo que pasa, pero lo cierto es que el juicio significará el último clavo en el ataúd del Poacher y probablemente, llegado el momento, alguien me hará una oferta para comprar el establecimiento. Más o menos lo que hacías tú el otro día.
Roz no permitió que la acritud de él le afectara. Ahora lo comprendía.
– Y llegado el momento, será demasiado tarde.
– Exactamente.
Permanecieron en silencio unos minutos.
– ¿Por qué te habían apaleado cuando te conocí? -preguntó por fin Roz-. Tenía que ser después de la visita del inspector.
Él asintió.
– Fue tres o cuatro días después de que volviera a abrir. Cuando estaba abriendo la puerta, se me echaron encima en el umbral. Unos expertos, ya lo viste, tipos con pasamontañas y bates de béisbol, pero en aquella ocasión me metieron en la caja de un camión de pescado, me llevaron a unos quince kilómetros de New Forest, me zarandearon un poco y luego me descargaron en una cuneta sin ni cinco en el bolsillo ni una tarjeta de crédito. Tardé toda la tarde en llegar a casa, pues nadie se dignó detenerse para llevarme y la guinda fue -le dirigió una mirada de soslayo- que llego al restaurante y me encuentro a la Venus de Botticcelli enredando por las mesas. Realmente creí que mi estrella había cambiado hasta que la Venus abrió la boca y se tornó en una Furia. -Se agachó para evitar la mano de ella-. Oye, chica -dijo sonriendo con sarcasmo-, venía de una larga caminata y tú me echaste una bronca peor que los hijos de puta del camión de pescado. Violación, ¡válgame Dios! Si prácticamente era incapaz de poner un pie delante del otro.
– Es culpa tuya por tener rejas en las ventanas. ¿Por qué las tienes, por cierto?
– Estaban allí cuando compré el edificio. La mujer del individuo que lo tenía antes era sonámbula. Estas últimas semanas me han servido de mucho.
Ella volvió a su pregunta anterior:
– Pero esto no explica el porqué. Si la visita del inspector tenía la intención de que abandonaras rápidamente, tenían que haberte apaleado el día que abriste de nuevo y no cuatro días después. Y si ya les parecía bien esperar al juicio, ¿por qué te atacaron?
– Ya lo sé -admitió él-. Eso me hizo sospechar de ti. No paraba de pensar que podías tener algo que ver con ello, aunque te hice investigar y me pareciste legal.
– Gracias -dijo ella secamente.
– Tú hubieras hecho lo mismo. -Un gesto de mal humor marcó unas profundas cavidades entre sus cejas-. Tienes que admitir que es bastante raro cómo explotó todo durante los días en que apareciste tú.
Con toda la imparcialidad, Roz pensó que tenía razón.
– Pero a ti te habían engatusado antes de que oyeras hablar de mí o yo de ti. Tiene que ser una coincidencia. -Acabó de llenar la copa de Hal-. Además, hace cinco semanas lo único que podíamos tener en común tú y yo era Olive, y no me dirás que ella puede estar detrás de esto. Apenas tiene confianza en sí misma como para prepararse ella sola un baño… imagínate si sería capaz de actuar como cerebro en una conspiración para echarte del Poacher.
Él hizo un gesto de impaciencia.
– Ya lo sé. Le he dado mil vueltas. Nada tiene lógica. Lo único que veo claro es que se trata de la operación más esmerada que me he tirado a la cara. Me han atado de pies y manos. Soy el chivo expiatorio y ni siquiera sé por dónde empezar para enterarme de quién me la ha montado. -Se rascó la incipiente barba con fatigada resignación-. De modo que, señorita Leigh, ¿qué siente ante un restaurador fracasado, condenado por transgredir las normas sanitarias, por agresión, incendio premeditado y resistencia a la autoridad? Porque, salvo que ocurra un milagro, esto seré yo dentro de tres semanas.
Los ojos de ella brillaron por encima de la copa.
– Excitación.
Él soltó una carcajada involuntaria. Veía el mismo resplandor que en los ojos de Alice.
– Eres igual que tu hija. -Cogió de nuevo las fotos-. Tendrías que ponerlas todas en tu habitación para recordar lo bonita que era. Si se tratara de mi hija, yo lo haría. -Notó que Roz contenía la respiración y la miró-. Lo siento. He sido muy poco delicado.
– No digas chorradas -respondió ella-. Acabo de recordar dónde había visto antes a aquel hombre. Sabía que le conocía. Es uno de los hijos del señor Hayes. El viejo que vivía al lado de la casa de los Martin. Tenía unas fotos de ellos en el aparador. -Dio unas palmadas-. ¿Es o no es un milagro, Hawksley? Están funcionando las plegarias de la hermana Bridget.
Roz se sentó en la mesa de la cocina y se dedicó a observar a Hal mientras éste hacía magia con el magro contenido de su frigorífico. Se había quitado de encima la sensación de frustración como el animal que muda la piel y estaba tarareando alegre mientras intercalaba unas finas lonchas de tocino con otras de pechuga de pollo y las salpicaba con perejil.
– ¿Supongo que no estarás pensando en clavar mi alfiler al señor Hayes, verdad? -le preguntó Roz-. Estoy convencida de que no tiene la más remota idea de lo que es capaz el bestia de su hijo. El es un vejete encantador.
– No creo -dijo Hal, disfrutando con la salida. Cubrió la bandeja con papel de aluminio y la puso en el horno-, pero que me parta un rayo si soy capaz de ordenar estas malditas piezas del rompecabezas. ¿Por qué esta fustigación súbita por parte del hijo de Hayes si le bastaría con esperar tranquilamente a que se celebrara el juicio?
– Consigue su detención y lo descubrirás -respondió Roz con lógica-. Yo que tú, ya habría ido a casa de su padre a buscar su dirección y le habría mandado la policía.
– Y no habrías llegado a ninguna parte. -Reflexionó un momento-. Dijiste que habías grabado la conversación con el anciano. Me gustaría escucharla. No me cabe en la cabeza que se trate de una coincidencia. Tiene que haber un vínculo más claro. ¿Qué les pudo crispar de pronto para sacar los bates de béisbol? No le veo el sentido.