– Señor Hawksley, ahora le paso al señor Hayes.
Se oyó al otro lado del hilo una voz falsamente amistosa.
– Buenos días, señor Hawksley. ¿En qué puedo servirle?
– En nada, señor Hayes, soy yo quien puede servirle a usted. Le ofrezco una oportunidad que se mantendrá en pie durante el tiempo que yo tarde en llegar a su despacho, media hora aproximadamente.
– No le entiendo.
– Estoy dispuesto a vender el Poacher, pero el precio lo pongo yo, y tiene que ser hoy mismo. Es la única oferta que se le presentará.
Se hizo un breve silencio.
– No estamos en el negocio de compra de restaurantes, señor Hawksley.
– Pero el señor Crew, sí, y por ello le sugiero que se ponga en contacto con él antes de que transcurra el tiempo del que le he hablado.
Se hizo otro silencio.
– No conozco a ningún señor Crew.
Hal ignoró la respuesta.
– Dígale que el caso de Olive Martin está a punto de estallar. -Guiñó el ojo a Roz-. Actualmente la está asesorando otro abogado, quien presentará una apelación contra las cláusulas del testamento de su padre en el plazo de siete días basándose en la inocencia de Olive. Crew comprará el Poacher hoy mismo al precio que yo establezca o perderá la oportunidad. Tiene media hora, señor Hayes. -Colgó.
Geoff les esperaba en la acera cuando llegaron.
– No me dijiste que venías acompañado -dijo, algo intrigado, agachándose un poco para mirar hacia la ventanilla del acompañante.
Hal hizo las presentaciones:
– El sargento Wyatt, la señorita Rosalind Leigh.
– ¡Jesús, Hal! -dijo enojado-. ¿Por qué demonios has tenido que traerla?
– Porque me apetecía.
Geoff movió la cabeza, exasperado.
– Estás loco.
Hal abrió la puerta y salió del coche.
– Supongo que te refieres a la razón por la que la he traído, porque si estás cuestionando mí actuación te aplasto la nariz ahora mismo. -Miró hacia el otro lado del coche, por encima de la capota, y vio que Roz había salido y estaba cerrando la puerta-. Creo que será mejor que te quedes dentro.
– ¿Por qué?
– Pueden tirarte de los pelos.
– Y a ti.
– La batalla es mía.
– Y mía, si me estoy planteando en serio que esta relación sea estable. Aparte de que me necesitas. Soy la única que puede llevar una caja de Tampax.
– No funcionará.
Roz soltó una risita al ver la expresión de Geoff.
– Claro que funcionará, no lo dudes.
Hal señaló a Wyatt con el dedo.
– Ahora ya sabes por qué la he traído.
– Los dos estáis como un cencerro. -Geoff tiró la colilla a la acera y la aplastó con el tacón-. ¿Para qué me has llamado? Siguiendo la ley, tendría que detenerte. -Miró a Roz con curiosidad-. Supongo que se lo ha contado todo.
– No creo -dijo ella, animada, dando la vuelta al coche-. Tan sólo hace media hora que me he enterado de que su ex mujer se llama Sally y se ha casado con usted. Si así es la muestra, calcule cómo será el paquete.
– Me refería -dijo él en tono desagradable- a la cantidad de acusaciones a las que tendrá que enfrentarse cuando se acabe esta farsa y me lo lleve a comisaría.
– ¡Ah, esto! -hizo un gesto desabrido con la mano-. Papeles y nada más.
Geoff, no muy feliz con su nuevo apaño matrimonial, observó cómo ellos intercambiaban unas miradas de complicidad y se preguntó por qué los demás, mereciéndoselo muchísimo menos que él, tenían tanta suerte. Escuchó las instrucciones que le daba Hal mientras sostenía la mano apretando el estómago, que notaba totalmente revuelto.
Roz había imaginado que se encontraría en un despacho sórdido y destartalado como el de la Wells-Fargo; en lugar de esto, entraron en un vestíbulo limpio y cuidadosamente pintado en el que había una recepcionista con aire eficiente detrás de un impecable mostrador. Se le ocurrió que alguien tenía que haber invertido muchísimo dinero en Seguridad STC. ¿Pero quién? ¿Y de dónde había salido?
Hal dedicó su más encantadora sonrisa a la recepcionista.
– Soy Hal Hawksley. El señor Hayes me está esperando.
– Ah, sí. -Le devolvió la sonrisa-. Me ha dicho que le hiciera pasar. -Señaló hacia el fondo del pasillo-. La tercera puerta a la izquierda. ¿Tal vez sus amigos tomarán asiento aquí? -Indicó unas sillas que había en el rincón.
– Muchas gracias, señorita -dijo Geoff-. No se preocupe. -Cogió una al pasar y se la llevó hacia el pasillo.
– No -exclamó ella-. No me refería a que se la llevara.
Él le echó una mirada mientras Hal y Roz entraban en la tercera puerta sin llamar y luego se sentó apoyando la silla contra la puerta cerrada.
– Muy cómoda, la verdad. -Encendió un cigarrillo y siguió observando, con cierta sorna, cómo ella cogía el teléfono y marcaba con gran nerviosismo un número.
Al otro lado de la puerta, Stewart Hayes colgó el teléfono.
– Por lo que me informa Lisa, señor Hawksley, ha venido con un guardaespaldas. ¿No será policía, por casualidad?
– Puede.
– Ah. -Juntó las manos sobre el escritorio con expresión tranquila-. Siéntense, por favor. -Sonrió mirando a Roz y le señaló una silla.
Ella, fascinada por Hayes, le obedeció. Aquel no era el hombre que había intentado estrangularla. Era más joven, más atractivo, más falsamente amistoso, como su voz. El hermano, pensó, recordando las fotos del aparador. Se fijó en que tenían la sonrisa de su padre, con toda su sinceridad, el encanto maduro de su padre; en otras circunstancias le habría atraído. Tan sólo sus ojos, claros y vigilantes, reflejaban que tenía algo que ocultar.
Hal permaneció de pie.
La sonrisa abarcó a ambos.
– Bien, tal vez quiera explicarme lo que me ha dicho por teléfono. Le seré franco -su tono dejaba claro que pensaba hacer exactamente lo contrario-, no entiendo por qué alguien me da media hora para comprar un restaurante cuando ni siquiera le conozco ni he oído hablar de él, y todo porque una asesina convicta tiene intención de impugnar el testamento de su padre.
Hal echó una ojeada al elegante despacho.
– Gran calidad -dijo-. A usted y a su hermano les van bien las cosas. -Centró una mirada inquisitiva en Hayes-. Y su padre cree que está en la miseria…
Hayes suspiró levemente pero no dijo nada.
– ¿Cuánto paga Crew por una sesión de bate de béisbol? Sé lo arriesgado que es y por tanto no creo que sea barato.
Los claros ojos reflejaron un cierto humor.
– Creo que no le sigo.
– Su hermano fue fácil de identificar, Hayes. En la sala de estar de su padre hay cantidad de fotos de él. Claro que evidentemente Crew nunca le avisó de que estaba sobre un barril de pólvora. O tal vez era usted quien debía avisarle a él. ¿Sabía él que el padre de usted vivía al lado de Olive Martin? -vio la expresión de desconcierto en el rostro del otro y señaló hacia Roz-. Esta señora está escribiendo un libro sobre ella. Crew era el abogado de Olive, yo la detuve y su padre era vecino de la casa. La señorita Leigh nos ha visitado a todos y ha reconocido a su hermano a partir de la foto. El mundo es más pequeño de lo que usted podía imaginarse.
Aquellos ojos tan claros experimentaron un cambio casi imperceptible, un parpadeo de irritación.
– Le confundió. No demostrará nunca nada. Es su palabra contra la de él y él estuvo toda la semana pasada en Sheffield.
Hal encogió los hombros simulando indiferencia.
– Se está agotando el tiempo. Yo he venido aquí con una oferta real. -Colocó las manos en el escritorio y se inclinó hacia delante con aire agresivo-. Creo que la cosa va más o menos así. Crew ha estado utilizando el capital de Robert Martin para adquirir empresas en quiebra a buen precio al tiempo que espera la recuperación del mercado, pero su tiempo se acaba. El hijo de Amber no está tan muerto y enterrado como creía y Olive se convertirá en una celebridad cuando la señorita Leigh demuestre su inocencia. Tanto puede ser ella como su sobrino, quien llegue antes, la persona que exija cuentas al ejecutor de Robert Martin, es decir, a Crew. Ahora bien, la crisis se ha alargado algo más de lo que él creía y corre el peligro de que le pillen con las manos en la masa. Tiene necesidad de hacer algún cambio en la propiedad para ajustar el déficit en la contabilidad. -Levantó una ceja-. No sé qué planes existen en cuanto a la esquina de la calle Wenceslas. ¿Un supermercado? ¿Pisos? ¿Despachos? Le hace falta el Poacher para remachar el negocio. Yo se lo estoy ofreciendo. Hoy.