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Hal, bastante agitado, cogió aquel papel por un extremo y lo metió en el bolso de Roz.

– Usted no es mejor que él, Hayes. Abusó de la confianza que había depositado en usted Crew cuando comentó a su padre lo del hijo de Amber. Claro que por esto nunca habríamos incriminado a Crew. -Esperó allí mientras Roz se levantaba y se dirigía hacia la puerta-. Y pienso asegurarme que él se entere cuando la policía le detenga.

Hayes se divertía.

– Crew no hablará.

– ¿Qué se lo va a impedir?

Colocó la regla rota ante su garganta.

– Lo mismo que se lo impedirá a usted, Hawksley: el miedo. -Los ojos azules observaron a Roz de la cabeza a los pies-. Pero en el caso de Crew, lo que más quiere son sus nietos.

Geoff Wyatt les siguió cabizbajo hacia la acera.

– Muy bien -ordenó-. ¡Suelta! ¿Qué demonios pasa?

Hal observó el rostro pálido de Roz.

– Necesitamos un trago.

– Ah, no, no, ni hablar -dijo Geoff con agresividad-. Yo he pagado lo que me corresponde, Hal, ahora te toca a ti.

Hal le sujetó con violencia por encima del codo hundiendo sus dedos en la tierna carne.

– Aquí hay un hombre que te arrancaría el hígado, se lo comería delante tuyo y luego empezaría con los riñones. Y no pararía de sonreír durante todo el rato. ¿Dónde hay un bar por aquí?

Hasta que no se hubieron instalado en un discreto rincón, comprobando que las mesas de su alrededor estaban vacías, Hal no se mostró dispuesto a hablar. Le largó la historia a base de frases escuetas y entrecortadas, subrayando el papel de Crew, aunque refiriéndose a los asaltantes del Poacher como asesinos a sueldo. Acabó cogiendo el papel que llevaba Roz en el bolso y colocándolo con cuidado sobre la mesa:

– Quiero que me atornilles a este cabronazo, Geoff. No pienses ni por un momento que puede dejársele libre.

Wyatt se mostraba escéptico.

– No creo que cueste mucho.

– Lo suficiente.

Wyatt cogió la nota y se la metió en el bolsillo de la americana.

– ¿Y qué papel juega aquí Seguridad STC?

– Ninguno. Hayes me ha proporcionado el papel. Es toda la implicación de la empresa en ello.

– Hace diez minutos ibas a comerle el hígado.

– Estaba sediento.

Wyatt encogió los hombros.

– Me proporcionas muy pocos datos para empezar. Ni siquiera puedo garantizarte que ganes el proceso de Sanidad. Seguro que Crew negará que haya tenido algo que ver.

Se hizo un silencio.

– Tiene razón -dijo de pronto Roz, sacando un paquete de Tampax del bolso.

Hal agarró la mano que sostenía la caja y la mantuvo inmóvil sobre la mesa.

– No, Roz -dijo suavemente-. Lo creas o no, me importas mucho más tú que el Poacher o la justicia en abstracto.

Ella asintió:

– Lo sé, Hawksley. -Sus ojos sonrieron a los de él-. El problema es que tú también me importas a mí. Lo que implica que estamos como quien dice en un aprieto. Tú quieres protegerme a mí, yo quiero proteger el Poacher, y ambas cosas parece que se excluyen mutuamente. -Roz intentó liberar la mano de la presión de la de él-. De forma que uno de los dos tiene que ganar, y seré yo, porque esto no tiene nada que ver con la justicia en abstracto y sí con mi paz interior. Me sentiré mucho más tranquila cuando vea a Stewart Hayes entre rejas. -Movió la cabeza cuando las manos de Hal acariciaron las suyas-. No seré responsable de que pierdas el restaurante, Hal. Has pasado un infierno con él y ahora no puedes abandonar.

Pero Hal no era Rupert; a él no se le podía intimidar o camelar para que hiciera lo que Roz quería.

– No -repitió él-. Aquí no estamos para juegos intelectuales. Lo que ha dicho Hayes es real. No te está amenazando con matarte, Roz. Te amenaza con desfigurarte. -Se pasó una mano por la cara-. Los hombres como él no matan, porque no tienen necesidad de hacerlo. Mutilan o desfiguran, pues una víctima que sigue con vida y está lisiada constituye un estímulo mucho más poderoso para los demás que un muerto.

– Pero si le condenan… -empezó ella.

– Otra vez, con tus ingenuidades -le cortó él con suavidad, apartándole el pelo del rostro-. Incluso en el caso de que le condenaran, cosa que dudo mucho, ex militar, sin antecedentes, pruebas poco contrastadas, Crew negándolo todo, pasará poquísimo tiempo en la cárcel. El máximo que le puede caer son doce meses por confabulación para la estafa, de los cuales cumplirá seis. Y lo más probable es que le condenen condicionalmente. No sé si recuerdas que no fue Stewart quien irrumpió en el Poacher con un bate de béisbol sino su hermano, y tendrás que comparecer ante el tribunal y decirlo. -Sus ojos eran apremiantes-. Soy realista, Roz. Iremos a por Crew y plantearemos las suficientes dudas para que se retiren los cargos de Sanidad. Tras lo cual -encogió los hombros-, apuesto lo que quieras a que Hayes abandonará lo del Poacher.

Roz permaneció un rato en silencio.

– ¿Harías exactamente lo mismo si no me hubieras conocido y yo no estuviera implicada en el asunto? Y no me mientas, Hal, por favor.

Él movió la cabeza:

– No -dijo-. Actuaría de otra forma. Pero estás implicada, por tanto, la cuestión ni se plantea.

– De acuerdo. -Relajó la mano que tenía bajo la de Hal y sonrió-. Gracias. Ahora me siento mucho mejor.

– Estamos de acuerdo. -Ya tranquilo, Hal moderó un poco la presión que ejercía sobre la mano de Roz y ésta aprovechó la ocasión para coger la caja de Tampax.

– No -dijo ella-, yo, no. -Abrió la caja, sacó de ella unos tubos de cartón trucados y los puso boca abajo para extraer una grabadora en miniatura activada por la voz humana-. Con un poco de suerte -se volvió hacia Geoff Wyatt-, esto nos bastará para declarar culpable a Hayes. Estaba a todo volumen encima de su mesa, sin duda habrá registrado toda la conversación.

Roz rebobinó la cinta un par de segundos y luego accionó la puesta en marcha. La voz de Hal quedaba atenuada por la distancia: «… Lo que es otra forma de decir que debemos mantener la boca cerrada en cuanto a su implicación en lo del Poacher».

A Hayes se le oía perfectamente: «Porque la próxima vez el fuego no se limitará a una sartén, y usted y su amiga no tendrán tanta suerte. Hirieron el orgullo de mi hermano. Está deseando enfrentarse de nuevo a ustedes dos».

Roz desconectó el aparato y se lo acercó a Wyatt.

– ¿Servirá de algo?

– Si la cinta continúa así, estoy convencido de que constituirá una gran ayuda en el juicio contra Hal, siempre que usted esté preparada para proporcionar pruebas que lo apoyen.

– Por supuesto.

Lanzó una mirada a su amigo, vio la tensión que había en su rostro y se volvió hacia Roz.

– De todas formas, Hal tiene toda la razón en lo que ha dicho, si es que he comprendido bien el meollo de la cuestión. Aquí estamos hablando de justicia en abstracto. -Cogió la grabadora-. Al final, sea cual sea la sentencia que le dicten, si éste quiere vengarse contra usted lo hará. Y la policía no podrá hacer nada para protegerla. ¿Y ahora qué? ¿Me llevo el chisme o no?

– Sí.

Wyatt volvió a mirar a Hal e hizo un gesto de impotencia.

– Lo siento, tío, he hecho lo que he podido, pero parece que esta vez has caído en manos de una tigresa.

Hal soltó su típica carcajada de barítono.

– No hace falta que lo digas, Geoff, ya lo sabía.

Pero Wyatt lo dijo de todas formas.

– ¡Qué suerte tienes, cabrón!

Olive estaba encorvada sobre la mesa trabajando en una nueva escultura. Eva, con todas sus caras, y el pequeño se habían derrumbado bajo el peso de un puño, dejando tan sólo el lápiz apuntando hacia el cielo como un dedo acusador. El capellán observó la nueva pieza con aire reflexivo. Parecía que una voluminosa forma más o menos humana, tumbada de espaldas, luchaba por desprenderse de su base de arcilla. Se le ocurrió que era raro que Olive, con tan poco talento, diera forma a aquellas figuras.