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– ¿Qué está esculpiendo ahora?

– El HOMBRE.

Pensó que debía haberlo imaginado. Observó cómo aquellos dedos aplanaban una gruesa salchicha de arcilla y la colocaban en posición vertical apoyada sobre la cabeza de la figura.

– ¿Adán? -sugirió. Tenía la sensación de que estaba jugando con él. En cuanto había entrado en la habitación había notado un súbito arranque de actividad, como si le hubiera estado esperando para iniciar un cambio después de horas de inmovilidad.

– Caín. -Cogió otro lápiz y lo colocó sobre la salchicha de arcilla, en paralelo con el hombre tumbado, presionando fuerte para que se aguantara bien-. Fausto. Don Giovanni. ¿Qué más da?

– Pues claro que importa -respondió él bruscamente-. No todos los hombres venden su alma al diablo, igual que no todas las mujeres tienen dos caras.

Olive sonrió para sus adentros y cortó un trozo de cordel de un ovillo que tenía sobre la mesa. Hizo un lazo corredizo en un extremo y sujetó el otro a la punta del lápiz, de forma que el cordel colgara por encima de la cabeza de la figura. Con sumo cuidado, ajustó el lazo a una cerilla.

– ¿Qué? -preguntó.

El capellán frunció el ceño.

– No lo sé. ¿La horca?

Ella dejó balancear la cerilla.

– O la espada de Damocles. Que viene a ser lo mismo, cuando Lucifer se apodera de tu alma.

Él se apoyó en el extremo de la mesa y le ofreció un cigarrillo.

– Creo que no es el HOMBRE en general -dijo encendiendo el mechero-. Tiene que ser alguien en concreto. ¿Me equivoco?

– Quizás.

– ¿Quién?

Ella sacó una carta que llevaba en el bolsillo y se la pasó. El capellán extendió la hoja sobre la mesa y la leyó. Se trataba de una carta convencional, personalizada por un procesador de textos, muy breve.

Apreciada señorita Martin:

Ruego tome nota de que circunstancias imprevistas han obligado al señor Peter Crew a ausentarse por un cierto tiempo de su despacho. Durante dicha ausencia, sus socios se harán cargo de los casos de sus clientes. Su caso seguirá debidamente atendido.

Atentamente, etcétera.

– No lo entiendo -dijo el capellán, levantando la mirada.

Olive inspiró profundamente y luego arrojó el humo sobre la cerilla. Dibujó una especie de torbellino, se deslizó por la nariz y dio contra la frente de barro.

– Han detenido a mi abogado.

Él, sobresaltado, fijó la vista en la figura de barro. Ni se molestó en preguntarle si estaba segura de ello. Conocía tan bien como ella la eficiencia del telégrafo entre celdas.

– ¿Por qué?

– Perversidad. -Apagó el cigarrillo aplastándolo en la arcilla-. El HOMBRE nace para ello. Incluso usted, capellán. -Le observó fijamente para comprobar su reacción.

El soltó una risita.

– Puede que tenga razón, pero yo intento luchar contra ello.

Olive cogió otro de sus cigarrillos.

– Le echaré de menos -dijo inesperadamente.

– ¿Cuándo?

– Cuando me suelten.

Él la miró con una sonrisa de desconcierto.

– Esto queda muy lejos. Nos quedan años.

Pero ella movió la cabeza y aplastó la arcilla hasta que quedó hecha una bola con la colilla en medio.

– No me ha preguntado quién era Eva.

Otra vez el juego, pensó él.

– No hacía falta, Olive, ya lo sabía.

Ella sonrió para sus adentros con desprecio.

– Sí, claro. -Le miró por el rabillo del ojo-. ¿Lo ha descubierto usted solo? -le preguntó-. ¿O se lo ha apuntado Dios? Mira, hijo mío, Olive descubre su reflejo en la arcilla. Ayúdale a aceptar su propia duplicidad. Bueno, no sufra, sea como sea, cuando salga, recordaré lo que hizo por mí.

¿Qué quería de él? ¿Que le animara diciéndole que saldría o que la salvara de sus mentiras? Suspiró para sus adentros. Desde luego, todo sería mucho más fácil si la muchacha le cayera bien, pero no era así. Aquella era su perversidad.

Capítulo 19

Olive miraba a Roz con gran desconfianza. La satisfacción había puesto un nuevo brillo en las pálidas mejillas de la otra.

– Tienes otro aspecto -le dijo en tono acusador, como si lo que estaba viendo le desagradara.

Roz movió la cabeza.

– No. Todo está igual. -A veces era mejor mentir. Tenía miedo de que si Olive sabía que salía con el policía que la detuvo, la consideraría una traidora-. ¿Te dieron mi recado el lunes por la noche?

Olive tenía un aspecto más desagradable que otras veces: el pelo sucio colgando sin vida alguna sobre aquel rostro pálido, una mancha de salsa de tomate a modo de medalla en la blusa y el olor penetrante de sudor, que se hacía casi insoportable en la pequeña estancia. La irritación la hacía vibrar; su ceño estaba completamente fruncido, en un gesto de disposición a rechazar cualquier cosa que se le planteara, pensaba Roz. No respondió.

– ¿Ocurre algo? -le preguntó Roz sin alterarse.

– No quiero verte más.

Roz hacía girar el lápiz entre los dedos.

– ¿Por qué?

– No tengo por qué dar explicaciones.

– Por delicadeza -dijo Roz en el mismo tono tranquilo-. He invertido mucho tiempo, energía y afecto en ti. Creía que éramos amigas.

La otra frunció los labios.

– Amigas -murmuró en tono cáustico-. No somos amigas. Tú eres la señorita Maravillas que saca pasta haciendo su papel de dama de la inmundicia y yo soy la pobre boba a quien explotan. -Se agarró al borde de la mesa e intentó levantarse-. No quiero que escribas el libro.

– ¿Porque prefieres que te teman aquí dentro a que se rían de ti fuera? -Roz movió la cabeza-. Eres tonta, Olive. Y también cobarde. Creía que tenías más estómago.

Olive hizo una mueca con sus gordos labios mientras peleaba por levantarse.

– No pienso escucharte -dijo en tono infantil-. Pretendes hacerme cambiar de parecer.

– Por supuesto. -Apoyó la mejilla en la mano que había levantado-. Voy a escribir el libro tanto si quieres como si no. No me das miedo, ¿sabes? Puedes nombrar a un abogado para que tramite un requerimiento para detenerme pero no va a prosperar pues yo aduciré que eres inocente y un tribunal apoyará mi derecho a publicarlo en interés de la justicia.

Olive se arrellanó otra vez en el asiento.

– Escribiré a los de Libertades del Ciudadano. Me apoyarán.

– Creo que no, cuando descubran que estoy persiguiendo tu libertad. Me apoyarán a mí.

– Pues a los de Derechos Humanos. Diré que esto es una intromisión en mi intimidad.

– Adelante. Conseguirás que saque una fortuna. Todo el mundo comprará el libro para descubrir de qué va todo este jaleo. Y si pasa a un tribunal, el que sea, esta vez haré todos los posibles para asegurar que se atienda a las pruebas.

– ¿Qué pruebas?

– Las pruebas que demuestran que no lo hiciste.

Olive golpeó la mesa con su rollizo puño.

– Yo lo hice.

– No es cierto.

– ¡Lo hice! -bramó la corpulenta muchacha.

– No lo hiciste -dijo Roz sacando chispas por los ojos-. ¿Cuándo te enfrentarás al hecho de que tu madre está muerta, tontaina? -Esta vez fue Roz quien aporreó la mesa-. Ya no está aquí, Olive, ya no volverá, por más tiempo que te escondas aquí dentro.

Dos enormes lágrimas descendieron por las mejillas de Olive.

– No me gustas nada.

Roz continuó en tono brutaclass="underline"

– Volviste a casa, viste lo que había hecho tu querido amante y enloqueciste. Y quién sabe… Yo no te echo la culpa. -Sacó las fotos de Gwen y Amber muertas del bolso y las plantó en la mesa delante de Olive-. ¿Verdad que adorabas a tu madre? Siempre has adorado a las personas que te han necesitado.