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Qué casa más infernal tenía que ser aquélla, pensaba Roz, cada uno buscando desesperadamente el amor sin encontrarlo jamás. ¿Lo habrían reconocido, de todas formas, de haberlo conseguido? Esperó a que Olive se repusiera un poco.

– ¿Sabía tu madre que se trataba de Edward?

– No. Le dije que era uno del trabajo. Íbamos con mucho cuidado. Edward era el mejor amigo de mi padre. Habría habido un gran cataclismo si se hubieran enterado de lo que hacíamos. -Se calló un momento-. Claro que al fin éste se produjo.

– Lo descubrieron.

Permanecía sentada, cabizbaja.

– Amber se lo olió en cuanto encontró la pulsera. Debí imaginármelo. La silla de plata, Narnia. La pulsera tenía que venir de Puddleglum. -Aspiró una gran bocanada de humo.

Roz la observó durante un momento.

– ¿Qué hizo? -preguntó cuando vio que Olive no seguía.

– Lo que hacía siempre cuando se enfadaba. Pelear. Me tiraba del pelo, lo recuerdo perfectamente. Y chillaba. Mis padres tuvieron que separarnos. Acabé como en el juego de la cuerda, mi padre sujetándome las muñecas y tirando de un lado mientras Amber, por el otro, me tiraba de los pelos. Entonces estalló la tempestad. Empezó a gritar que yo tenía un lío con el señor Clarke. -Miró la mesa con expresión desdichada-. Mi madre me miraba como si estuviera a punto de vomitar. A nadie le gusta la idea del viejo que se excita con las jóvenes. Eso también lo había observado en la mujer del Belvedere. -Dio la vuelta al cigarrillo-. Pero ahora creo que era porque mamá sabía que Edward y mi padre también estaban liados. Aquello era lo que la ponía enferma. Y a mí, ahora mismo.

– ¿Por qué no lo negaste?

Olive dio una calada al cigarrillo con desgana.

– No valía la pena. Sabían que Amber decía la verdad. Me imagino que es algo instintivo. Te enteras de algo y compruebas que un montón de detalles que hasta aquel momento no han tenido ninguna lógica de pronto encajan. De hecho, los tres empezaron a chillarme, mi madre, escandalizada, mi padre, furioso. -Encogió los hombros-. Nunca había visto a mi padre tan enfadado. Mi madre soltó lo del aborto y él empezó a abofetearme y a llamarme puta. Y mientras tanto Amber chillaba que estaba celosa porque también quería a Edward y todo eran tan espantoso… -Sus ojos se nublaron- y me fui. -Había una expresión bastante cómica en su cara-, y cuando volví al día siguiente, encontré sangre por todas partes y mamá y Amber estaban muertas.

– ¿Pasaste la noche fuera?

Olive asintió.

– Y casi toda la mañana.

– Perfecto -dijo Roz inclinándose un poco-. Esto se puede demostrar. ¿Dónde estuviste?

– Me fui andando hacia la playa. -Se miró las manos-. Quería suicidarme. Ojalá lo hubiera hecho. Pero me quedé allí sentada toda la noche pensando en ello en lugar de decidirme.

– ¿Te vio alguien?

– No. No quería que me viera nadie. Cuando amaneció, me escondía detrás de un esquife cada vez que oía pasos.

– ¿A qué hora volviste?

– Hacia las doce. No había comido nada y tenía hambre.

– ¿Hablaste con alguien?

Olive suspiró, fatigada.

– Nadie me vio. Si me hubiera visto alguien, no estaría aquí.

– ¿Cómo entraste en la casa? ¿Tenías llave?

– Sí.

– ¿Por qué? -preguntó de pronto Roz-. Has dicho que te fuiste. Me ha parecido que habías salido con lo puesto.

Olive abrió los ojos de par en par.

– Sabía que no me creerías -dijo con voz estentórea-. Nadie me cree cuando digo la verdad. -De nuevo se puso a llorar.

– Te creo -dijo Roz, decidida-. Lo que pasa es que quiero verlo todo claro.

– Primero fui a mi habitación a recoger las cosas. Sólo me fui porque hacían demasiado ruido. -Hizo una mueca de angustia-. Mi padre lloraba. Era horroroso.

– Vale, sí, continúa. Volviste a casa.

– Entré y me fui a la cocina para comer algo. Empecé a pisar sangre antes de enterarme de nada. -Miró hacia la foto de su madre y las lágrimas afloraron de nuevo-. La verdad es que no me gusta pensar en ello. Se me revuelve el estómago al recordarlo. -Su labio inferior temblaba sin freno.

– Está bien -dijo Roz con tranquilidad-, vamos a centrarnos en otra cosa. ¿Por qué te quedaste? ¿Por qué no saliste a la calle a pedir ayuda?

Olive se restregó los ojos.

– Era incapaz de moverme -respondió-. Quería hacerlo pero no podía. Pensaba en la vergüenza que sentiría mi madre cuando la gente la viera desnuda. -El labio seguía estremeciéndose como el de un grotesco bebé-. Estaba tan mareada… Quise sentarme pero no había ninguna silla. -Tenía una mano delante de la boca y tragaba convulsivamente-. Entonces la señora Clarke empezó a aporrear la ventana de la cocina. Gritaba que Dios jamás perdonaría mi perversidad, y la baba le goteaba por la boca. -Un escalofrío estremeció sus corpulentos hombros-. Comprendí que tenía que hacerla callar porque estaba empeorando las cosas. Así que cogí el rodillo y me fui hacia la puerta trasera. -Suspiró-. Pero me caí y ella desapareció.

– ¿Es cuando llamaste a la policía?

– No. -Aquel rostro inundado hacía todo tipo de muecas-. Ahora mismo soy incapaz de recordarlo. Me puse histérica porque me había manchado de sangre y empecé a restregarme las manos para limpiarlas. Pero todo lo que tocaba estaba ensangrentado. -Sus ojos se abrieron en el intento de recordar-. Siempre he sido muy patosa y el suelo estaba resbaladizo. Tropezaba con los cadáveres y tenía que volverlos a tocar para colocarlos en su sitio y cada vez tenía más sangre encima. -Aquellos ojos apenados se llenaron otra vez de lágrimas-. Y todo el rato pensaba que era culpa mía. Si yo no hubiera nacido, aquello no habría sucedido nunca. Estuve mucho rato sentada porque me sentía mal.

Roz contemplaba perpleja aquella cabeza inclinada.

– ¿Pero por qué no contaste todo esto a la policía?

Olive fijó sus azules ojos inundados de lágrimas en Roz.

– Iba a hacerlo, pero nadie quería hablar conmigo. Creían que lo había hecho yo. Y yo sólo tenía en la cabeza cómo acabaría aquello, entre Edward y yo, entre Edward y mi padre, el aborto, Amber, su hijo, pensaba que sería todo mucho menos violento para todo el mundo si decía que lo había hecho yo.

Roz hizo un esfuerzo para mantener un tono sosegado.

– ¿Quién creías que lo había hecho?

Se la veía destrozada.

– Ni me lo planteé durante mucho tiempo. -Arqueó los hombros como para protegerse-. Luego pensé que lo había hecho mi padre y que me considerarían culpable dijera lo que dijera, pues él era el único que podía salvarme. -Se iba tocando los labios-. Y más tarde fue casi un alivio decir lo que todos querían que dijera. En realidad no quería volver a casa, pues mamá estaba muerta, Edward estaba al lado y todo el mundo estaba al corriente de todo. Me habría resultado imposible volver a casa.

– ¿Cómo sabías que lo había hecho tu padre?

Un gemido de auténtico dolor, como el de un animal herido, estalló en la garganta de Olive.

– Porque el señor Crew se comportó de un modo brutal conmigo. -La aflicción desató un torrente de lágrimas-. A veces venía a casa, me daba unos toquecitos en el hombro y decía: «¿Cómo está hoy Olive?». Pero en la comisaría -se cubrió el rostro con las manos-, tapándose la boca con un pañuelo como si estuviera a punto de vomitar, se situó en él otro extremo de la sala y dijo: «No me digas nada a mí ni a la policía, de lo contrario no te podré ayudar». Entonces lo comprendí.

Roz frunció el ceño.

– ¿Cómo? No lo entiendo.

– Porque papá era la única persona que sabía que yo no estaba allí, pero no dijo una palabra al señor Crew ni a la policía luego. De no haberlo hecho papá, habría intentado ayudarme. Permitió que me llevaran a la cárcel porque era un cobarde. -Sollozaba ruidosamente-. Y luego murió dejando su dinero al hijo de Amber cuando podía haber dejado una carta diciendo que yo era inocente. -Se golpeó las rodillas con las manos-. ¿Qué importancia tenía cuando ya estaba muerto?