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Roz cogió el cigarrillo de los dedos de Olive y lo dejó vertical sobre la mesa.

– ¿Por qué no dijiste a la policía que creías que lo había hecho tu padre?

«El sargento Hawksley te habría escuchado. Sospechaba de él.»

La corpulenta muchacha tenía la mirada fija en la mesa.

– No te lo quiero decir.

– Tienes que hacerlo, Olive.

– Te reirás.

– Dímelo.

– Tenía hambre.

Roz agitó la cabeza, perpleja.

– No lo entiendo.

– El sargento me trajo un bocadillo y me dijo que me servirían la comida cuando acabara de declarar. -Sus ojos volvieron a nublarse-. No había comido en todo el día y tenía mucha hambre -dijo en una especie de lamento-. Todo se agilizó cuando dije lo que querían oír y luego pude comer. -Se frotó las manos-. ¿No crees que la gente se va a reír?

Roz no comprendía cómo jamás se le había ocurrido que el hambre insaciable de Olive podía haber sido un factor que contribuyera en la confesión. La señora Hopwood la había descrito como una persona que come de forma convulsiva y la tensión habría aumentado el ansia de la desdichada Olive.

– No -dijo con determinación-, nadie se va a reír. ¿Pero por qué insististe en declararte culpable en el juicio? Luego podías haberlo negado. Tuviste tiempo para reflexionar y superar el trauma.

Olive se secó los ojos.

– Era demasiado tarde. Ya había confesado. Todo lo que podía alegar era responsabilidad atenuada y no estaba dispuesta a que el señor Crew me llamara psicópata. Odio al señor Crew.

– Pero si hubieras contado la verdad a alguien, tal vez te hubieran creído. Conmigo lo has hecho y yo te he creído.

Olive negó con la cabeza.

– Yo no te he contado nada -dijo-. Todo lo que sabes lo has descubierto tú. Precisamente por eso lo crees. -Las lágrimas volvieron a sus ojos-. Ya lo intenté al principio, cuando llegué a la cárcel. Se lo conté al capellán pero, como que no le caigo bien, creyó que estaba contando mentiras. Ya ves, yo había confesado, algo que sólo hacen los culpables. Lo que más me asustaba eran los psiquiatras. Pensé que si negaba el crimen y no demostraba remordimiento, me declararían psicópata social y me mandarían a Broadmoor.

Roz contemplaba la cabeza gacha con compasión. Olive no había tenido jamás una oportunidad. ¿Y a quién había que echar la culpa, en definitiva? ¿Al señor Crew? ¿A Robert Martin? ¿A la policía? ¿Tal vez a la pobre Gwen, tan dependiente de su hija que le había planificado al detalle la vida? Michael Jackson lo había resumido: «Era una de aquellas personas en las que uno sólo piensa cuando quiere solucionar algo y luego se la recuerda con alivio con la certeza de que nunca falla». Amber nunca trató de agradar, pensaba, Olive, sí, y como resultado de ello, jamás había sido independiente. Al no tener a nadie que le dijera lo que tenía que hacer había escogido el camino de la mínima resistencia.

– Dentro de los próximos días te lo comunicarán oficialmente, pero me resisto a que tengas que esperar. El señor Crew está en libertad bajo fianza acusado de apropiación ilícita del dinero de tu padre y de conspiración para la estafa. Puede que también le acusen de conspiración para el asesinato.

Hubo un largo silencio antes de que Olive levantara la cabeza.

Aquella extraña conciencia volvía a brillar en sus ojos, una mirada de confirmación triunfal que erizaba el vello de la nuca de Roz. Pensó en la sencilla afirmación de la hermana Bridget en cuanto a su verdad: «Tú fuiste la escogida, Roz, no yo». ¿Y la verdad de Olive? ¿Cuál era laVerdad de Olive?

– Ya lo sabía. -Con gesto perezoso, Olive desprendió un alfiler de la parte delantera de su vestido-. Radio macuto -explicó-. El señor Crew contrató a los hermanos Hayes para asaltar el restaurante del sargento Hawksley. Tú estabas allí y os dieron a los dos. Me sabe mal esto, pero no me sabe mal nada más. Nunca tuve mucha simpatía por el señor Hayes. A mí me dejaba de lado y hablaba siempre con Amber. -Clavó el alfiler en la mesa. En su cabeza había aún fragmentos de arcilla y cera resecos.

Roz arqueó una ceja mirando el alfiler.

– Son estupideces supersticiosas, Olive.

– Dijiste que funcionaba si creías en ello.

Roz encogió los hombros.

– Lo decía en broma.

– La Enciclopedia Británica no está para bromas. -Olive recitó en tono monótono-: Página 96, volumen 25, voz: Ocultismo. -Aplaudió muy emocionada como una chiquilla traviesa y levantó la voz hasta gritar-: «La brujería funcionó en Salem porque las personas implicadas creyeron en ella». -Vio que Roz frunció el ceño alarmada-.Tonterías -dijo tranquilamente-. ¿Condenarán al señor Crew?

– No lo sé. Él sostiene que tu padre le dio su aprobación, como ejecutor, para invertir el dinero mientras se llevaban a cabo las investigaciones para buscar a tu sobrino, y el caso es que -sonrió sombríamente- si despega de nuevo el mercado inmobiliario, algo muy probable, sus inversiones serán muy seguras. -En cuanto a los otros cargos, tan sólo tenía alguna posibilidad de afirmarse la conspiración para estafar a Hal, del Poacher, por el simple hecho de que el hermano de Stewart Hayes, mucho más débil que éste, se había hundido en el interrogatorio policial-. Él lo niega todo, pero la policía se muestra bastante optimista con poder acusar también de asalto a él y a los Hayes. Daría lo que fuera por poderle acusar de negligencia respecto a tu caso. ¿Era una de las personas a las que intentaste decir la verdad?

– No -dijo Olive, apenada-. No valía la pena. Llevaba años como abogado de mi padre. Jamás habría creído que papá era culpable.

Roz empezó a atar cabos.

– Tu padre no mató a tu madre y a tu hermana, Olive. Pensó que lo habías hecho tú. Gwen y Amber estaban vivas cuando se fue a trabajar a la mañana siguiente. Él consideró que tu declaración era la pura verdad.

– Él sabía que yo no estaba allí.

Roz negó con la cabeza.

– Nunca conseguiré demostrarlo, pero supongo que ni siquiera se dio cuenta de que te habías ido. Durmió abajo, ¿recuerdas?, y estoy convencida de que tú saliste sin hacer el mínimo ruido para evitar llamar la atención. Si hubieras estado dispuesta a verle, lo habríais arreglado. -Se levantó-. Es agua pasada, pero no debías haberle castigado, Olive. Él era tan inocente como tú. Te quería, Olive. El problema es que le costaba demostrarlo. Creo que su único defecto era que se fijaba muy poco en la ropa que llevaban las mujeres.

Olive movió la cabeza.

– No lo entiendo.

– Dijo a la policía que tu madre tenía un delantal de nailon.

– ¿Por qué tuvo que hacerlo?

Roz suspiró.

– Supongo que no quería admitir que jamás se fijaba en ella. No era mala persona, Olive. No podía reprimir su sexualidad de la misma forma que no podemos hacerlo tú o yo. La tragedia para todos fue no poder hablar del tema. -Arrancó el alfiler de la mesa y limpió su cabeza-. Ni por un momento se me ocurriría pensar que te echara la culpa de lo sucedido. Se culpabilizó él. Por eso siguió viviendo en la casa. Fue su expiación.

Una gruesa lágrima descendió lentamente por la mejilla de Olive.

– Siempre decía que nada compensaba el esfuerzo. -Alargó la mano para que le pasara el alfiler-. Si yo no le hubiera querido tanto no le habría odiado tanto, y ahora no sería demasiado tarde, ¿verdad?

Capítulo 20

Hal estaba medio dormido en el coche, fuera, con los brazos cruzados y una gorra para protegerse del sol. Levantó distraído la cabeza y perezosamente observó cómo Roz abría la puerta del conductor.