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Metió de nuevo las manos entre las rodillas.

– Fue una decisión conjunta. Allí la vida se nos hacía insoportable a los dos. Veíamos fantasmas por todas partes. Un cambio de entorno nos pareció lo más razonable.

– ¿Por qué puso tanto empeño en que no se conociera su nueva dirección?

Clarke levantó la vista, acosado.

– Para evitar que el pasado me persiguiera. He vivido constantemente con este temor. -Miró a Roz-. Es un gran alivio sentirse por fin libre. Probablemente no lo comprenderán.

Ella le dirigió una sonrisa tensa.

– La policía tomó declaración a su esposa el día de los asesinatos y ella afirmó que vio aquella mañana a Gwen y Amber en la puerta cuando usted y Robert ya se habían ido al trabajo. Pero cuando estuve aquí el otro día, su esposa dijo que había mentido.

– Yo sólo puedo repetirle lo que le dije entonces -respondió con aire cansado-. Dorothy está senil. Uno no puede fiarse de lo que dice. La mayor parte del tiempo ni siquiera sabe qué día es.

– ¿Dijo la verdad hace cinco años?

El hombre asintió.

– En cuanto a afirmar que estaban vivas en cuanto yo salí para el trabajo, sí. Amber estaba en la ventana, mirando. Yo la vi. Se escondió detrás de la cortina cuando le dije adiós con la mano. Recuerdo que pensé que era muy rara. -Hizo una pausa-. En cuanto a si Dorothy vio salir a Robert -continuó después de un momento-, no lo sé. Ella dijo que sí y yo siempre he tenido la impresión de que Robert tenía una coartada irrefutable.

– ¿Le habló en algún momento su esposa de si había visto los cadáveres, señor Clarke? -preguntó Hal sin darle importancia.

– ¡Virgen santa, no! -parecía que aquello realmente le había sobresaltado.

– Lo único que me pregunto yo es por qué había visto fantasmas. No tenía una amistad especial con Gwen o Amber… más bien todo lo contrario, diría yo, teniendo en cuenta el tiempo que pasaba usted en casa de los Martin.

– En esta calle todo el mundo vio fantasmas -dijo él con aire triste-. Todos sabíamos lo que había hecho Olive con aquellas pobres infortunadas. Tan sólo una imaginación muy apagada no habría visto fantasmas.

– ¿Recuerda cómo iba vestida su esposa la mañana de los asesinatos?

El anciano miró a Hal sorprendido por el cambio brusco.

– ¿Por qué me lo pregunta?

– Tenemos información de que vieron a una mujer pasar por delante del garaje de los Martin. -La mentira le salió con toda desenvoltura-. Por la descripción que nos dieron, era demasiado delgada para ser Olive y nos consta que llevaba un elegante traje chaqueta negro. Nos interesa esta pista. ¿Podía haber sido su esposa?

El alivio del hombre quedó patente.

– No. Nunca ha tenido un traje chaqueta negro.

– ¿Llevaba algo negro aquella mañana?

– No. Llevaba una bata estampada.

– Está muy seguro de ello.

– La llevaba siempre, cada mañana, para hacer el trabajo de la casa. Se cambiaba cuando había acabado. Excepto los domingos. Los domingos no hacía las tareas de casa.

Hal asintió.

– ¿La misma bata todas las mañanas? ¿Y cuando la tenía sucia?

Clarke frunció el ceño, desconcertado por aquella serie de preguntas.

– Tenía otra, una azul, lisa. Pero el día de los asesinatos llevaba la estampada.

– ¿Cuál llevaba el día después de los asesinatos?

El señor Clarke se pasó la lengua por los labios con gesto nervioso.

– No me acuerdo.

– La azul, ¿verdad? Y siguió llevando la azul, me imagino, hasta que se compró otra.

– No me acuerdo.

Hal le dirigió una sonrisa desagradable.

– ¿Sigue teniendo su esposa la bata estampada, señor Clarke?

– No -murmuró-. Hace mucho tiempo que no hace el trabajo de casa.

– ¿Qué pasó con aquélla?

– No me acuerdo. Antes de trasladarnos tiramos muchas cosas.

– ¿De dónde sacó el tiempo para hacerlo? -preguntó Roz-. El señor Hayes dijo que se fueron de la noche a la mañana y que tres días después apareció un camión de mudanzas para recoger todas sus cosas.

– Tal vez lo ordenamos todo al llegar aquí -dijo con cierta violencia-. No puedo recordar exactamente el hilo de todo después de tanto tiempo.

Hal se rascó la mandíbula.

– ¿Sabía usted -murmuró sin alterarse- que su esposa identificó los restos chamuscados de una bata estampada, que se encontró en el incinerador del jardín de los Martin, como parte de la vestimenta que llevaba Gwen el día en que fue asesinada?

El rostro de Clarke se quedó sin color, tan sólo un leve tono grisáceo.

– No, no lo sabía. -Aquellas palabras prácticamente no se oyeron.

– Y aquellos restos se fotografiaron adecuadamente y se guardaron cuidadosamente para una posterior utilización si surgía cualquier contradicción en cuanto a la pertenencia. Estoy seguro de que el señor Hayes nos contará si pertenecen a la bata de su esposa o a la de Gwen.

Clarke levantó las manos en un gesto de total rendición e impotencia.

– Ella me dijo que la había tirado -alegó-, porque con la plancha se le había hecho un agujero en la parte de delante. Yo lo creí. Estas cosas le sucedían a menudo.

Hal dio la impresión de que apenas le oía y siguió en el mismo tono impasible:

– Espero, señor Clarke, que encontraremos una forma de demostrar que usted fue consciente en todo momento de que fue su esposa quien mató a Gwen y Amber. Tengo interés en verle juzgado y condenado por haber permitido que una muchacha inocente vaya a la cárcel condenada por uncrimen que usted sabía que no cometió, en concreto una muchacha de la cual usted usó y abusó de una forma tan desvergonzada.

Desde luego aquello no se podría probar, pero a Roz le satisfizo muchísimo el terror que vio dibujado en la cara de Clarke, que no cesaba en su convulsión.

– ¿Cómo podía saberlo yo? Sospeché… -levantó la voz-, por supuesto que sospeché, pero Olive se declaró culpable. -Sus ojos se dirigieron a Roz con expresión implorante-. ¿Por qué confesó Olive?

– Porque estaba completamente conmocionada, porque estaba aterrorizada, porque no se le ocurrió otra cosa que hacer, porque su madre estaba muerta y porque la habían educado enseñándole a guardar secretos. Pensó que su padre la salvaría, pero no lo hizo, pues pensó que era culpable. Usted podía haberla salvado pero no lo hizo, porque tenía miedo de lo que diría la gente. La mujer de la Wells-Fargo podía haberla salvado, pero no lo hizo porque no quería verse implicada. Su abogado podía haberla salvado de haber sido una persona más comprensiva. -Roz miró hacia Hal-. La policía podía haberla salvado si se hubiera cuestionado, por una vez tan sólo, el valor de la prueba de la confesión. Pero de esto hace seis años, y seis años atrás las confesiones -dibujó un aro con el índice y el pulgar -estaban a la orden del día. Pero yo no les acuso a ellos, señor Clarke, le acuso a usted. Por todo. Jugó al homosexual porque estaba asqueado con su esposa y luego sedujo a la hija de su amante para demostrarse a sí mismo que no era el pervertido que había creído ser. -Le miró con desprecio-. Así voy a describirle en el libro que sacará a Olive de la cárcel. La gente como usted merece todo mi desprecio.

– Va a hundirme.

– Sí.

– ¿Eso es lo que quiere Olive? ¿Hundirme?

– Lo que Olive quiere no lo sé. Tan sólo veo claro lo que quiero yo, sacarla de allí. Si esto implica hundirle a usted, qué más da.

Clarke permaneció allí sentado un rato en silencio, sus dedos temblorosos se introducían en las arrugas de sus pantalones. Luego, como si hubiera tomado una decisión repentina, miró a Roz.

– Si Olive no se hubiera declarado culpable, yo habría hablado. Pero lo hizo, y yo supuse, como todo el mundo, que decía la verdad. Entiendo que no desea prolongar su estancia en la cárcel. Su libertad como preludio a la publicación del libro aumentará considerablemente las ventas, ¿verdad?