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– Tal vez. ¿Qué me está sugiriendo?

El anciano empequeñeció los ojos.

– Si ahora le proporciono las pruebas que pueden acelerar su libertad, ¿me promete a cambio no divulgar mi nombre real o mi dirección en el libro? Puede referirse a mí con el nombre que utilizaba Olive, señor Lewis. ¿De acuerdo?

Ella esbozó una sonrisa. Aquel hombre era una basura increíble. Él jamás podría conseguir aquello, pero parecía no darse cuenta. Además, la policía publicaría su nombre, aunque sólo fuera como el marido de la señora Clarke.

– De acuerdo. Siempre que sirva para liberar a Olive.

Clarke se levantó, sacó unas llaves del bolsillo y se acercó a una caja china muy decorada que tenía en el aparador. La abrió, levantó la tapa, extrajo algo envuelto en papel de seda y se lo entregó a Hal.

– Lo encontré después del traslado -dijo-. Ella lo había escondido en el fondo de uno de sus cajones. Le juro que jamás he sabido cómo lo consiguió, pero siempre me he temido que Amber se mofara de ella con esto. Habla mucho de Amber. -Se frotó las manos como imitando a Poncio Pilatos-. Suele llamarla el Diablo.

Hal quitó el papel y miró el objeto que contenía. Una pulsera de plata de la que colgaba una minúscula silla de plata y una placa en la que apenas se leía T.E.N.A.R.N.I.A., pues estaba cubierta de profundos arañazos hechos con saña.

Llegó Navidad antes de que la balanza de la justicia se hubiera inclinado lo suficiente a favor de Olive para permitirle abandonar los confines de la cárcel. Evidentemente, siempre habría personas que dudarían, gente que la llamaría La Escultora hasta el fin de sus días. Tras seis años, las pruebas que apoyaban su versión eran de lo más inconsistente. Una pulsera de plata en el lugar en que no debía estar. Unos minúsculos fragmentos de una bata estampada quemada, identificados por el amargado marido de una mujer senil. Y finalmente el escrupuloso nuevo examen de las pruebas fotográficas, utilizando un sofisticado aumento informatizado, que habían revelado la huella de un zapato más pequeña y fina en la sangre, por debajo de la que dejó la de la suela de goma en uno de los pasos de Olive.

Nadie sabrá jamás lo que sucedió en realidad aquel día, pues la verdad estaba encerrada en el interior de un cerebro que ya no funcionaba, y Edward Clarke no pudo, o no quiso, sacar la mínima luz en cuanto a las afirmaciones que le había hecho su mujer en el pasado. Mantuvo su total ignorancia respecto al asunto, aduciendo que cualquier duda que podía haber tenido se disipó con la confesión de Olive y que la responsabilidad por los errores debían achacarse a ella y a la policía. La versión más probable y la que se aceptó ampliamente fue la de que Amber esperó a que Edward y Robert salieran para ir a trabajar y luego invitó a la señora Clarke para mofarse de ella con el tema de la pulsera y el aborto. Lo que sucedió entonces queda en el terreno de la conjetura, pero Roz, como mínimo, estaba convencida de que la señora Clarke cometió los asesinatos a sangre fría y con la mente clara. Había mucho cálculo en la forma en que se vio obligada a ponerse guantes para llevar a cabo la carnicería, así como en el gran cuidado en no dejar huellas en medio de la sangre para no dejar pruebas. Pero lo más calculado fue el hecho de quemar una bata manchada de sangre mezclada con la ropa de Gwen y Amber, y la fría identificación posterior de los trozos afirmando que se trataba de la bata que llevaba aquella mañana Gwen. Roz incluso llegó a preguntarse si en todo momento no tuvo la intención de implicar a Olive. Ahora era imposible saber por qué la señora Clarke había aparecido ante la ventana de la cocina, pero Roz tenía todo el presentimiento de que, de no haberse dado esta circunstancia, Olive hubiera tenido la suficiente entereza como para llamar inmediatamente a la policía, antes de precipitarse, frenética, hacia la cocina y borrar las pruebas que podían haberla exculpado.

No se produjeron sanciones disciplinarias contra los agentes responsables del caso. El comisario publicó una nota de prensa en la que se especificaba el nuevo rigor en los procedimientos policiales, en concreto en relación con las pruebas de confesión, si bien insistió en que en referencia al caso de Olive la policía había seguido todos los pasos imprescindibles para asegurar la protección de sus derechos. En aquellas circunstancias, se había considerado lógico suponer que la confesión era sincera. En ella aprovechaba la oportunidad para reiterar enérgicamente el imperativo deber de todos de no alterar las pruebas en la escena de un crimen.

La vinculación de Peter Crew con el caso, en concreto el subsecuente manejo del capital de Robert Martin, atrajo un considerable y reprobatorio interés. En el peor de los casos, se le acusó de tramar con deliberación la declaración de Olive a fin de acceder a unos fondos ilimitados, y, en el mejor de los casos, de amedrentar a una joven emocionalmente perturbada en un momento en el que tenía la responsabilidad de velar por sus intereses. Negó ambas acusaciones con gran energía, alegando que no podía haber previsto el éxito de Robert Martin en la bolsa ni tampoco su temprana muerte; y afirmando que, al considerar la versión de Olive acorde con las pruebas del forense, él, en ausencia de negación por parte de la chica, igual que la policía, la había aceptado como la fiel versión de los hechos. Le había aconsejado no hablar y no podía considerársele responsable de aquella confesión. Entre tanto, permanecía en libertad bajo fianza, y debía enfrentarse a los cargos que habían presentado la mayoría de sus clientes y que podían llevarle de nuevo a la cárcel, declarando obstinadamente su inocencia en todos ellos.

Roz, cuando se enteró de lo que Crew decía, se irritó tanto que le abordó en plena calle acompañada de un periodista local.

– Podemos hablar eternamente de responsabilidades, señor Crew, pero hágame el favor de explicarse. Si la declaración de Olive se ajustaba tanto a las pruebas del forense como usted mantiene, ¿por qué afirmó que no se empañó el espejo en un momento en que Gwen y Amber seguían vivas? -le sujetó del brazo cuando el otro intentó alejarse-. ¿Por qué no mencionó Olive que el hacha estaba demasiado desafilada para cortar la cabeza de Amber? ¿Por qué no dijo que tuvo que darle cuatro veces antes de recurrir al cuchillo de cocina? ¿Por qué no habló de la pelea con su madre y de las puñaladas que le asestó en la garganta antes de cortarle el cuello? ¿Por qué no habló de quemar la ropa? En resumen, cíteme un solo detalle de la declaración de Olive que se ajuste perfectamente a las pruebas del forense.

Él intentó liberarse con gesto airado.

– Ella dijo que utilizó el hacha y el cuchillo de cocina -saltó Crew.

– Y en ninguno de ellos había sus huellas. Las pruebas forenses no apoyaron su declaración.

– Iba cubierta de sangre de las víctimas.

– Cubierta, de acuerdo, señor Crew. Pero ¿en qué punto de su declaración dice que se revolcó en ella?

Intentó alejarse, pero el periodista le bloqueó el camino.

– Huellas -respondió-. En aquel momento, tan sólo había sus huellas.

– Sí -respondió Roz-. Y con esta pequeña prueba, que se contradice con todas las demás, usted decidió que era una psicópata y preparó una defensa basándose; en disminución de responsabilidad. ¿Por qué no informó a Graham Deedes sobre la tabla de salvamento que su pobre padre intentaba tenderle? ¿Por qué no cuestionó su propio criterio cuando anunciaron que se declararía culpable? ¿Por qué demonios no la trató como un ser humano, señor Crew, y no como un monstruo?

Él le dirigió una mirada de desprecio.

– Porque, señorita Leigh -dijo-, ella es un monstruo. Peor que eso, es un monstruo inteligente. ¿No le preocupa que esta pobre desgraciada a la que usted ha llevado al lugar que corresponde a Olive es la única que no tiene capacidad mental para enfrentarse a la acusación? ¿Y no le preocupa que Olive esperara a que muriera su padre para hablar? Créame, era a él a quien quería cargar con la culpa, porque era una presa fácil. Martin estaba muerto. Pero usted le proporcionó la señora Clarke. -Su rostro golpeó el de ella con ira-. Las pruebas que usted ha sacado a la luz plantean dudas, pero nada más. Una foto ampliada por sistema informático puede tener tantas interpretaciones como la naturaleza de la psicopatía. -Negó con la cabeza-. Claro que con ello Olive sería libre. La justicia se ha ablandado mucho estos últimos años. Pero yo estaba allí cuando ella contó su versión y, tal como le precisé al principio, Olive Martin es una mujer peligrosa. Persigue el dinero de su padre. Usted se ha guiado por el olfato, señorita Leigh.