Выбрать главу

Levantó la vista y vio que él tenía una expresión preocupada.

– ¿Qué sucede? -susurró.

Leo bajó la frente hasta apoyarla en la de ella.

– Nada -dijo-. Estaba pensando… No, no pasa nada.

– Leo…

Él apartó la cabeza con rapidez.

– Tienes que dejar de dormir aquí fuera -la soltó y retrocedió un paso-. Es muy fácil para él pillarte aquí.

Selena sintió una punzada de decepción por su alejamiento.

– También puede hacerlo en la casa -dijo-, a menos que tú vuelvas a dormir pegado a mi puerta.

– No, eso no es buena idea -comentó él con desesperación. Sabía que no podía confiar en sí mismo hasta ese punto-. Vámonos -salió delante, manteniendo cierta distancia.

Durante el camino a la casa, ella se dijo que no debía perder la cabeza. ¿Y qué si no se sentía atraído por ella? Ya lo sabía. Y si no se hubiera dejado llevar por fantasías tontas, se habría ahorrado aquel dolor.

Cuando llegaron a la casa, Delia les salió al encuentro para contarles que el pobre Paulie había pisado un rastrillo y se había golpeado la nariz.

Leo buscó a Selena a la mañana siguiente.

– Vamos a montar -dijo-. Quiero probar uno de los caballos de Barton en larga distancia.

Tenía otro motivo, pues había urdido con Barton llevársela de allí hasta que se fueran los asesores del seguro. Intuía lo que dirían estos y necesitaba tiempo para aclarar sus pensamientos.

Su modo de correr alrededor de los barriles lo había impresionado. Ahora podía verla cabalgar por el placer de hacerlo y pensó que montaba de un modo muy elegante y natural, como si formara un solo ser con el caballo. Pensó en una yegua de temperamento fuerte que tenía en su casa y deseó poder presentarlas.

Echaron carreras. Él montaba un animal más fuerte, pero solo la venció por los pelos. Selena sabía sacar el máximo partido a su caballo y Jeepers se sentía a gusto con ella.

Encontraron un arroyo y se tumbaron bajo los árboles con la cerveza y los perritos calientes que habían llevado consigo. Selena respiró hondo y pensó en lo maravilloso que resultaba estar así, con el sol, el agua brillante y la sensación de haber cabalgado durante kilómetros.

Sabía que lo que en realidad le gustaba era estar con él. Pero tenía que ser fuerte y aceptar que la atracción no era mutua.

– ¿Estás bien ahora? -preguntó él con gentileza.

– Sí, me siento muy bien -repuso ella, con sinceridad-. Es curioso. Con todas las cosas que deberían preocuparme… y no puedo pensar en ellas. Siguen estando ahí, pero… como algo vago, en la distancia.

– Bueno, en este momento no puedes hacer nada sobre eso -dijo él-, así que, ¿por qué no dejarse llevar? Puede que luego las afrontes mejor.

– Lo sé, pero… -soltó una risita nerviosa-. No es propio de mí. Normalmente me preocupo mucho por todo. No sirve de nada, pero lo hago.

Leo asintió.

– Preocuparse es una pérdida de tiempo.

– Tú no eres de los que dan mil vueltas a todo, ¿verdad?

Leo sonrió y movió la cabeza.

– Si ocurre, ocurre. Si no ocurre, tal vez sea lo mejor.

– Te envidio. A mí todo me importa muchísimo. Es como… -guardó silencio. Tampoco era propio de ella comunicar lo que sentía. Pero había algo en Leo que la sacaba de detrás de sus barreras, a lugares por los que no se había aventurado nunca. Por eso era un hombre peligroso.

– ¿Como qué? -preguntó él con una sonrisa.

– Nada -retrocedió ella.

Pero él le cortó la retirada. Le tomó una mano con gentileza.

– Dímelo -le pidió.

– No. He olvidado lo que iba a decir -rió ella. Leo enarcó las cejas, retándola en silencio a correr el riesgo, a decírselo.

– Es como si me pasara la vida andando por una cuerda floja encima de un precipicio -se decidió ella-. No dejo de pensar que llegaré al otro lado, pero… -movió las manos. No le resultaba fácil hablar.

– ¿Y qué te espera al otro lado? -preguntó él.

Selena lo miró a los ojos y movió la cabeza.

– No estoy segura de qué haya otro lado. Y si lo hay, no llegaré nunca.

– En eso te equivocas, siempre hay otro lado, pero tienes que saber lo que quieres encontrar allí. Simplemente no lo has decidido aún. Cuando lo hagas, verás el extremo lejano. Y llegarás a él.

– Si no me caigo antes. A veces me siento débil.

– Yo no puedo imaginarte débil.

– Porque grito mucho para ocultarlo. A veces, cuanto más grito, más débil me siento por dentro.

– No te creo. Eres muy valiente.

– Gracias, pero tú no me conoces.

– Es curioso, pero tengo la sensación de que sí. Cuando nos vimos en la autopista y me gritaste, fue como si llevaras toda la vida gritándome.

Ella soltó una carcajada.

– Sí, gritar se me da bien.

– A mí no me importa -Leo le soltó la mano y apoyó la espalda en un árbol con aire satisfecho, como un hombre que ya tiene todo lo que la vida puede ofrecer.

– ¿A ti no te da miedo nada? -preguntó ella.

– Las malas cosechas, el mal clima. Las ciudades grandes. La maldad y la injusticia.

Selena asintió con vigor.

– Oh, sí.

– ¿Qué quieres hacer con tu vida? -preguntó él de repente.

– Lo que hago.

– ¿Pero al final?

– Dime tú cuándo vendrá el final y yo te diré lo que estaré haciendo.

– Me refiero a que no puedes seguir así eternamente. Un día será demasiado para ti y tendrás que asentarte.

La joven hizo una mueca.

– ¿Quieres decir con pipa y zapatillas?

– Bueno, la pipa si no quieres no -rió él.

– Un hogar. No, gracias. No es para mí. A mí las cuatro paredes me enloquecen. Y quedarme en un sitio quieta me enloquece aún más.

– ¿Y la soledad?

Selena soltó una risita incrédula.

– Yo no estoy sola, soy libre. No, no, no lo digas.

– ¿No diga qué?

– Eso de que la soledad y la libertad son lo mismo y que no se sabe dónde empieza una y acaba otra y que si podré reconocer la diferencia antes de que sea tarde, etcétera, etcétera, etcétera.

– Ya te lo han dicho antes, ¿eh?

– Una docena de veces. Es un gran tópico.

– Bueno, muchos tópicos son ciertos. Por eso se convierten en tópicos.

– Pero yo estoy hablando de libertad. De que nadie me diga lo que tengo que hacer, de que nadie espere nada de mí excepto Elliot, pero a él lo quiero, así que no importa.

– Pero también puedes llegar a querer a una persona -sugirió Leo con cautela-. Tal vez tanto o más de lo que quieres a Elliot.

– No, la gente es complicada. Tienes que cuidarte las espaldas continuamente. Elliot es mejor. Con él es fácil.

– Yo creo que te burlas de mí.

– No. Prefiero a un caballo cualquier día. Anoche en el establo, por ejemplo, ¿te imaginas a un caballo intentando abrazarme y diciéndome que sabe lo que en realidad quiero?

– Sí, ya oí lo que dijo Paulie -musitó Leo con disgusto-. Tenías que haberle pegado con los dos puños.

– No era necesario. Captó el mensaje con uno solo y no me gusta la violencia innecesaria. Es un desperdicio y me hace daño en las manos -añadió con malicia-. Nunca uses dos puños si puedes lograr lo mismo con uno. Eso lo aprendí muy pronto.

– Supongo que has aprendido muchas cosas que la mayoría de las mujeres no necesitan saber nunca.

Selena asintió.

– Aún no has contestado a mi pregunta -insistió él-. ¿Qué harás cuando tengas que renunciar a los rodeos?

– Comprarme una granja y criar caballos.

– ¿Y eso no implica vivir todo el tiempo en un sitio?

– Puedo salir a acampar a veces.

– ¿Estarás sola en esa granja?

– No, habrá caballos.

– Ya sabes a lo que me refiero; deja de intentar eludir el tema.

– ¿Quieres decir si me habré atado a un marido? De eso nada. ¿Para qué? ¿Tener a alguien que me vuelve loca y saber que yo lo vuelvo loco a él?