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Cuando llegó hasta él, Leo lanzó un sonido horrible, que repitió una y otra vez y ella reconoció los síntomas de un hombre que se ha quedado sin aliento en el cuerpo.

Se arrodilló a su lado justo cuando empezaba a incorporarse. Incapaz de hablar todavía, se agarró a ella, lanzando respingos y soplando. Selena lo sujetó lo mejor que pudo.

Cuando pasó el ataque, se quedó apoyado en ella jadeando y aparentemente agotado. Pero luego miró a los demás, que se habían concentrado a su alrededor, y sonrió con malicia.

– Os dije que podía hacerlo -dijo.

A partir de ese momento empezó la cuenta atrás para el rodeo. La ciudad se llenaba de gente, Barton recibía una riada constante de compradores que miraban sus excelentes caballos, asentían con la cabeza y sacaban la cartera. Delia, una buena anfitriona, se hallaba en su elemento dando fiestas y supervisando el suministro de ropa vaquera y recuerdos para el puesto que pondría ella.

La etiqueta era muy estricta. Los jinetes debían llevar sombrero vaquero, camisa de manga larga y botas camperas. Leo, que no tenía nada de eso, fue a la ciudad a mirar entre la ropa de Delia, con intención de abastecerse tanto para ese rodeo como para el de Grosseto, cuando volviera a casa.

– Te queda muy bien -le dijo Carrie, que lo miraba con admiración con su sombrero nuevo y sus botas decoradas.

– No hay nada como un sombrero nuevo para impresionar -repuso Leo, animoso-. Ponte tú uno.

Le puso un sombrero en la cabeza y luego hizo lo mismo con Billie y Selena, sonrió con satisfacción y sacó su tarjeta de crédito.

– Delia, me llevo también esos tres.

Así consiguió comprarle un regalo a Selena sin ofenderla. Había pensado mucho en el modo de hacerlo.

A veces practicaban juntos. Leo estaba decidido a montar un toro aunque fuera lo último que hiciera en la vida.

En apariencia, sencillo. El objetivo era permanecer ocho segundos en el lomo de un toro y sobrevivir al intento.

– ¿Crees que lo conseguirás? -le preguntó la joven una noche, cuando regresaban a la casa.

– ¿Tú crees que lo conseguiré?

– No.

– Yo tampoco. No me importa. Solo lo hago para divertirme. No soy ninguna amenaza para alguien que tenga que ganarse la vida.

– Eso es cierto -sonrió ella.

– Vale, vale, no hace falta que me lo recuerdes.

Leo había pasado del toro mecánico al viejo Jim, un toro de verdad. El problema era que Jim se había reblandecido con la edad. Le gustaba la gente y Leo le cayó bien al instante, lo cual resultaba agradable en cierto modo, pero lo inutilizaba para la tarea que se esperaba de él. Leo podía permanecer ocho segundos encima de Jim, pero Selena también. Y Delia. Y Carrie. Y Jack.

Selena practicaba con fervor, corriendo entre los barriles con Jeepers, con el objetivo de mantener su tiempo en catorce segundos, o incluso bajarlo aún más.

– ¿Esa es la marca dorada? -preguntó Leo.

– Aquí sí -dijo ella-. Los barriles no son iguales en todos los rodeos. A veces están a más distancia y eso puede ser un circuito de diecisiete segundos. Pero los barriles a esta distancia deberían hacerse en catorce. Jeepers puede hacerlo. Lo que pasa es que todavía no estamos habituados el uno al otro. Aún cometo errores con él.

Como si quisiera probar lo que decía, hizo un giro muy cerrado y aterrizó en la arena.

Leo, que la miraba desde la valla, echó a correr en su dirección, pero ella se levantó enseguida, saltó a la silla y volvió a intentarlo, esa vez con más cuidado. Leo se retiró.

– Pensé que podías haberte hecho daño -le dijo cuando ella desmontó.

– ¿Yo? ¿Con esa caída de nada? Las he tenido peores. Y seguramente las tendré también peores en el futuro. No tiene importancia.

– ¿No podrías ser a veces frágil y vulnerable como las demás mujeres? -suspiró él.

Selena soltó una carcajada.

– Leo, ¿de qué planeta sales tú? Las mujeres ya no son frágiles y vulnerables -le dio una palmada en el hombro y él tuvo la impresión de que le crujían todos los huesos del cuerpo.

¿Qué podía hacer con una mujer así? Solo le quedaba esperar, seguro de que la vena de ternura estaba allí, aunque oculta por su armadura, sabedor de que, si ocurría algo, sería solo cuando ella estuviera preparada.

– Vamos a echarnos pomada -dijo ella.

– Yo te echo a ti si tú me echas a mí -propuso él, esperanzado.

Selena rió y le dio un puñetazo en el brazo. Barton estaba en su despacho, esperando su regreso y, cuando los vio, hizo una seña a Leo.

– Sal conmigo -dijo este a Selena-. Hay algo que quiero que veas.

En el patio había una minicaravana, funcional, nada lujosa, pero un palacio comparada con la vieja de Selena. Unido a ella había un remolque de caballos de aspecto sólido.

– Son tuyos -dijo Barton-. Para sustituir a los que perdiste.

– ¿Los ha pagado el seguro? -preguntó ella.

– La verdad es que no quiero acudir a mi seguro por esto -repuso el ranchero-. Hace años que no he tenido que pedir nada y si acudo ahora a ellos, bueno… a la larga me resultará más barato sustituir lo que dañé.

– Pero eso no lo entiendo -comentó Selena-, Los daños de tu coche… no puede ser más barato que…

– Déjame eso a mí -la interrumpió Barton-. Es más barato porque… así es como funciona.

– Pero Barton…

– Las mujeres no entienden de estas cosas.

– Yo entiendo…

– No, tú no entiendes nada. Lo he estudiado bien y no quiero más discusiones. Te quedas a Jeepers, te llevas los vehículos y estamos en paz.

– ¿Me los vas a regalar? -preguntó ella, confusa-. Pero no puedo aceptarlos. Los míos no eran tan buenos…

– Pero te llevaban de un sitio a otro. Y estos harán lo mismo.

– Pero…

– Es lo que te mereces -terminó él.

– Pero Jeepers…

– Le gustas. Trabaja bien contigo. Y en el remolque caben dos caballos, así que, cuando Elliot se recupere, te puedes llevar a ambos.

– Ya no tardará mucho -dijo ella con firmeza.

– Claro que no. Pero hasta entonces, puedes trabajar con Jeepers.

Leo los observaba en silencio. Aunque ella no estaba dispuesta a admitirlo, todos sabían que los días de Elliot en los rodeos habían terminado.

Dejó a Selena mirando su nuevo hogar y alcanzó a Barton, que volvía a la casa.

– Casi lo estropeas todo -murmuró.

– No es culpa mía. Era normal que sospechara. He tenido que improvisar.

– «Las mujeres no entienden de estas cosas» -se burló Leo-. Ningún hombre que quiera seguir vivo dice ya eso.

Barton lo miró.

– Muy bien, hazlo tú mejor. Prueba a decirle la verdad. Dile que lo pagas tú todo a ver cómo reacciona.

– ¡Shhh! -exclamó Leo temeroso-. No tiene que saberlo. Me desollaría vivo.

– Estupendo. Entonces ya sabemos dónde estamos. ¿Te vas a quedar aquí fuera hablando toda la noche o vienes a la casa a tomar un whisky?

– Voy a la casa a tomar un whisky.

El primer día del rodeo todos madrugaron mucho. Delia y sus hijas cargaron montones de ropa en la camioneta. Barton revisó una lista de contactos con los que pensaba hacer negocios. Jeepers fue cepillado hasta sacarle brillo y conducido al remolque.

Leo entró en el establo en busca de Selena. Como esperaba, la encontró acariciando a Elliot y murmurándole con ternura.

– Tienes que comprender que esto no es para siempre. Jeepers es un buen caballo, pero tú eres tú. Con él nunca será como contigo. Volveremos a montar juntos, te lo prometo.

Apoyó la mejilla en el morro del animal.

– Te quiero, viejo bruto. Más que a nadie en el mundo. ¿Me oyes?

Leo intentó retroceder sin hacer ruido pero no lo consiguió. Selena levantó la vista.

– ¿Quién es ahora la sentimental? -preguntó él con amabilidad.

– Yo no. Solo me pongo en su lugar. ¿Has pensado lo que debe ser para él ver que cepillan a otro caballo y que me lo llevo para montarlo en su lugar? ¿Crees que no lo sabe?