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– Selena…

Ella no pareció oírlo. Le había vuelto la mano y la sostenía con gentileza. Levantó la vista y lo sorprendió el candor inocente de su mirada. Había un brillo en sus ojos que parecía deslumbrarlo; apartó rápidamente la vista.

– ¿Qué ocurre? -preguntó ella con gentileza.

– Nada, yo… -le dedicó una sonrisa forzada-. Me duele todo el cuerpo. Mañana voy a estar destrozado. Creo que es hora de que me retire. Y tú también. Ha sido un día muy largo.

– Sí, es verdad -musitó ella-. Y muy duro.

La última noche del rodeo estaba prevista una barbacoa en casa de los Barton y una caravana de vehículos los seguía a su regreso al rancho.

Leo sentía una insatisfacción extraña. Se marchaba al día siguiente, pero no estaba preparado para eso. Allí había empezado algo que no había terminado, y no podía precipitar acontecimientos porque no conocía bien sus propios sentimientos.

Selena se le había metido en el corazón como ninguna otra mujer, pero entre ellos había diferencias, diferencias de estilo de vida, de país, de idioma. Ni siquiera buscaban el mismo tipo de futuro. Solo un gran amor podía vencer tantos problemas. ¿Y cómo esperar un amor así de una mujer que parecía no creer en el amor?

La idea de decirle adiós le dolía mucho. Confiaba en que a ella le ocurriera lo mismo, pero era imposible saberlo. Y quizá la respuesta estaba allí.

Desde la noche en que le masajeó la espalda se habían visto muy poco y él se sentía casi abrumado por su anhelo de verla, y por saber que no había sido del todo sincero con ella.

Al día siguiente del masaje había ido a un quiropráctico, que lo manipuló aquí y allá, le dijo que la próxima vez no fuera tan tonto y le cobró cien dólares.

En ese momento se cambiaba para la fiesta. De abajo llegaba ruido de música y risas y se asomó a la ventana. De la barbacoa salía humo oloroso, habían colgado luces entre los árboles y la música parecía llamarlo.

Selena ya estaba allí. La veía en el centro de un grupo pequeño y pensó que su futuro ahora sería más brillante y la ayuda que le había dado daría su fruto, aunque ella no lo supiera; aunque lo olvidara del todo y no volviera a pensar en él en toda su vida.

Bajó a unirse a la fiesta, donde había muchas cosas que podían distraerlo, desde comida, a whisky o mujeres hermosas. Pero de pronto había perdido el apetito y no quería beber. Seguía a Selena con los ojos; bailaba cuando no tenía más remedio, pero procuraba no perderla de vista.

Barton, como buen anfitrión, pedía a ratos brindis y rondas de aplausos. Leo se unió al aplauso que le dedicaron a Selena y levantó su vaso mirándola. Ella le de volvió el gesto.

Cuando todos volvían a bailar, se abrió paso hasta ella y vio que le brillaban los ojos.

– Me siento muy bien -dijo ella, feliz-. ¡Oh, Leo, si supieras lo bien que me siento!

– Me alegro mucho -musitó él con ternura-. Siempre he querido que te sintieras así.

– Acaban de entrevistarme para el periódico local por mis dos éxitos.

Después de haber quedado segunda en la carrera de barriles del primer día, quedó vencedora el segundo día y el tercer día volvió a llevarse el último premio. El último día había habido una carrera grande para las diez mejores competidoras de los días anteriores. Y se había hecho de nuevo con la victoria.

– ¿Sabes cuánto dinero tengo ahora? -preguntó maravillada.

– Sí, lo sé. Me lo has dicho. Y cuídalo.

– Es más de lo que he tenido junto en mi vida.

– ¿Qué vas a hacer con él?

– Participar en más rodeos. Con esto puedo tener para los próximos seis meses.

– ¿Y luego?

– Para entonces espero tener suficiente para el próximo año. Estoy en racha.

Y todo aquello no parecía indicar que tuviera intención de incluirlo de algún modo en sus planes.

Chocó vasos con ella y se alejó para meter a Carrie en el baile. Bailaron hasta que los dos acabaron riendo y sin aliento. Luego iniciaron el vals juntos.

– ¿Lo has conseguido? -preguntó Carrie.

– ¿Qué?

– Selena. ¿Está tan loca por ti como tú por ella?

Desde el día en que Leo había acudido a ella en la discusión sobre montar el toro, la chica había pasado a adoptar el papel de hermana comprensiva.

– Claro que no está loca por mí.

– Pero tú por ella sí.

– ¡Carrie, por favor!

– Vale. Pues me ha parecido verla buscándote y pensaba apartarme con discreción, pero si…

– Eres un encanto.

La besó en la mejilla y se volvió. Selena lo miraba con una sonrisa en los labios.

– Todavía no has bailado conmigo -dijo.

Carrie se alejó, como había prometido, y Leo y Selena bailaron un rato en silencio, pensando los dos que al día siguiente a esas horas habrían seguido ya caminos separados.

Selena estaba muy confusa. Había dicho adiós otras veces, pero nunca como aquella. Intentaba mostrarse práctica. Lo único que tenía que hacer era aguantar hasta que él se fuera y olvidarlo luego. No debería ser difícil olvidar a un hombre que vivía en el otro lado del mundo. Pero el corazón le decía que él no estaría ya nunca lejos porque ella lo llevaría consigo en todo momento durante el resto de su vida.

Cambió la música. De pronto un violín solitario empezó a tocar una melodía melancólica de anhelos y despedidas. No volvería a verlo nunca. Lo estrechó con fuerza y el corazón le dolió.

Con los ojos cerrados, no veía adónde la guiaba él. Solo sabía que bailaban, girando y girando, mientras los sonidos caían en intensidad. Siguió bailando en un sueño en el que solo existían ellos dos, girando y girando.

– Selena…

El susurro de su nombre le hizo abrir los ojos y encontró el rostro de él muy cerca del suyo.

– Selena -repitió acariciándole la cara con su aliento-. Sí -murmuró.

La besó en la boca con una ferocidad nacida de la desesperación. Ella se escurría entre sus dedos y abrazarla era como intentar retener un tesoro.

Selena respondía con la misma fiereza. Desde el momento en que se conocieron sabía que tenía que ocurrir algo entre ellos y había tardado demasiado. Ahora no podía soltarlo; tendría su hora de felicidad fuera cual fuera el precio y después la acompañaría su recuerdo.

Su vida le había enseñado poco en términos de amor y ternura. Lo que sabía lo había descubierto sola. Y ahora ocurría algo en su interior que era completamente nuevo. Hasta ese momento no sabía que estar en brazos de un hombre podía procurar tanta alegría y tristeza a la vez que no sabía cuál de las dos cosas era mayor. Pero no importaba. Estaba viva a sentimientos y sensaciones que no lamentaría nunca, por mucho dolor que le costaran. Y habría dolor. La vida sí le había enseñado eso.

Había besado a otros hombres, pero nunca de ese modo. Él era un hombre que seguramente había tenido muchas mujeres y, sin embargo, había una inocencia curiosa en su contacto como si él también experimentara algo por primera vez. A pesar de la pasión fiera, se percibía también la ternura, como si su cariño por ella fuera para él más importante que ninguna otra satisfacción.

Y sin embargo, la deseaba con locura. Ella lo notaba en el temblor de su cuerpo grande y fuerte, en el modo en que subía y bajaba su pecho. La excitaba saber que tenía aquel efecto en él. Lo deseaba con la misma intensidad y le devolvía el beso con toda la pasión de la que era capaz.

Fue él el que interrumpió el beso, la tomó por los hombros y la apartó unos centímetros para poder mirarla a los ojos.

– Hemos elegido un mal momento -dijo-. Quizá deberíamos…

– ¿Deberíamos qué? ¿Ser sensatos? ¿Quién quiere ser sensato?

– Bueno, yo no, pero tú… Selena, mañana… -se detuvo.

– Sí -susurró ella-. Sí.