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Leo no estaba acostumbrado a sufrir. Era raro que una mujer saliera de su vida si él no quería. Pero si ocurría, se mostraba positivo. El mundo estaba lleno de mujeres alegres con las que pasar el tiempo. Sin embargo, ahora esa idea no conseguía animarlo.

Tomó el tren de Florencia a Venecia, donde lo esperaba una lancha de la familia para llevarlo al palacio Calvani, en el Gran Canal. Allí encontró a la familia comiendo. Besó a Liza y a su tío, a Dulcie, Harriet y a Lucia, la madre de Marco. Guido y su primo Marco también estaban presentes. Cuando terminó de saludarlos a todos, se sentó a comer.

Intentó comportarse como siempre y tal vez engañó a sus parientes masculinos, pero las mujeres tenían más intuición y, cuando terminó la comida, Dulcie y Harriet lo acorralaron en el sofá como un par de perros pastores que espantaran a un león y se sentaron una a cada lado de él.

– Al fin la has encontrado -dijo Harriet.

– ¿A quién?

– Ya sabes a quién. A la mujer que te ha cautivado.

– ¿Cómo se llama? -preguntó Dulcie.

Leo dejó de fingir. De todos modos, no podría engañarlas.

– Se llama Selena -admitió-. La conocí en Texas. Estábamos los dos en el rodeo.

– ¿Y? -preguntaron las dos al unísono.

– Y ella se cayó. Y yo también.

– O sea que tenéis algo en común -asintió Dulcie.

– Un matrimonio de almas gemelas -corroboró Harriet.

Leo recordó la dulzura de Selena, la fuerza de su cuerpo delgado, que tan delicado parecía en sus brazos.

– Fue maravilloso -dijo con brusquedad.

– Tenías que haberla traído aquí para presentárnosla -le dijo Harriet.

– Ese es el problema. Que no sé dónde encontrarla.

– ¿Pero no os disteis el nombre y la dirección? -preguntó Dulcie.

– No tiene dirección. Va por los rodeos y vive donde está en ese momento. Tenía el número de su móvil, pero me robaron la cartera con el papel dentro. He intentado localizarla por internet, pero no lo consigo. Puede que no vuelva a verla.

Las dos mujeres lo miraron con simpatía, pero Leo sospechaba que encontraban la historia graciosa. Y tal vez lo era. Leo Calvani, semental y espíritu libre, cautivado por una chica que se había evaporado. Divertidísimo.

Después de un rato se unió a los demás hombres, pero su compañía tampoco consiguió reconfortarlo. Dos novios próximos y un prometido no eran lo que necesitaba en aquel momento de desconsuelo.

El grupo se fue disgregando lentamente. Guido y Dulcie se marcharon juntos. Marco y Harriet salieron a pasear por las calles de Venecia. Leo salió al jardín, donde encontró a su tía Lucia sentada tranquilamente mirando las estrellas.

– Supongo que Marco y Harriet decidirán una fecha en cualquier momento -dijo Leo, sentándose a su lado.

– Eso espero. Sé que han salido juntos ahora, así que espero que vuelvan con la fecha.

– Te apetece mucho ese matrimonio, ¿verdad? -preguntó él con curiosidad-. Aunque no sea exactamente un matrimonio de amor.

– ¿Quieres decir que es arreglado? Sí, lo hice yo, no lo niego.

– ¿No habría sido mejor dejarle elegir a la novia?

– Me temo que habría tenido que esperar eternamente. Marco debe tener a alguien o acabará sus días solo, y eso sería terrible.

– Hay cosas peores que estar solo, tía.

– No, mi querido muchacho. No las hay.

Leo no pudo contestar. Por primera vez en su vida, pensaba que aquello era verdad.

– Y creo que tú lo estás descubriendo, ¿verdad? -preguntó la mujer con gentileza.

Leo se encogió de hombros.

– Es algo transitorio. He estado demasiado tiempo fuera. Ahora he vuelto y hay mucho trabajo… -se interrumpió.

– ¿Cómo es ella?

Volvió a contar su historia, aunque esa vez dedicó más tiempo a describir a Selena. Por una vez le salían con facilidad las palabras y consiguió hablar de la dulzura debajo de la armadura, de cómo la había ido descubriendo despacio y cómo lo había cautivado.

– La quieres mucho, ¿verdad? -preguntó Lucia.

– No, no creo que sea eso exactamente -se apresuró a defenderse él-. Lo que pasa es que no puedo dejar de preocuparme por ella. No tiene a nadie que la cuide. Nunca ha tenido a nadie. Solo a gente que la utilizaba. La única familia que tiene es Elliot. Por eso le parte el corazón pensar que el caballo pueda estar acabado. Porque aparte de él, está sola.

– Y según tú, tiene un buen puño izquierdo.

– Oh, en ese terreno puede cuidar de sí misma. Pero está sola por dentro. Creo que nunca he conocido a una persona tan completamente sola. Cree que no le importa, cree que es más feliz así.

– Tal vez lo sea. Tú mismo has dicho que hay cosas peores.

– Me equivocaba. Cuando pienso en ella pasando años así… engañándose pensando que es feliz, aislándose cada vez más…

– Seguramente no ocurrirá eso. Conocerá a un joven agradable y se casará con él. Dentro de unos años volverás a encontrártela y tendrá dos niños y otro en camino.

– Eres muy lista, tía -sonrió Leo-. Sabes que yo no quiero eso.

– Me pregunto qué quieres en realidad.

– Sea lo que sea, no creo que lo consiga.

Se apagaban ya las luces en el Gran Canal y el palacio empezaba a cerrar para la noche. Leo se levantó y ayudó a incorporarse a Lucia.

– Gracias por escucharme -dijo-. Me temo que Dulcie y Harriet me han encontrado un poco payaso.

– Bueno, tu vida ha estado llena de relaciones breves -comentó Lucia-. Pero si Selena es la mujer indicada, volverás a encontrarla. Aunque yo creo que está loca si no viene ella a buscarte a ti.

– Puede que ella no quiera encontrarme -contestó Leo, sombrío-. Y aunque quisiera, ¿de qué me serviría? Ella no quiere una vida corriente, vivir en un lugar con un marido e hijos.

– No sabía que tus pensamientos hubieran llegado tan lejos.

– No lo han hecho -se apresuró a decir él-. Hablaba en general.

– Oh, comprendo.

– A ella le gusta la carretera, ir de un sitio a otro sin saber nunca lo que te traerá el mañana. Así que probablemente no podría hacerla feliz de todos modos.

– Deja ya de hablar así. Si vuestro amor está destinado a ser, será. Mañana hay una boda y nos vamos a divertir todos mucho.

Cuando Selena llegó al patio del Cuatro-Diez, era ya tarde. Barton la estaba esperando.

– He oído que estuviste muy bien en Reno.

– Acabaré siendo millonaria -dijo ella-. Barton, ¿ocurre algo?

– Me llamó Leo.

– ¿Ah, sí?

– No finjas que no te importa. Yo creo que estás tan alterada como él.

– ¿Y por qué tengo que estar alterada?

– Porque él perdió tu número. Está como loco, ha llamado un montón de veces, te ha dejado mensajes para que lo llames tú.

– Pero yo no sabía…

– No. Yo tuve que salir unos días, así que dejé recado de que te lo dijeran si llamabas. Por desgracia, la persona a la que se lo encargué fue Paulie. No sé si es simplemente olvidadizo o si hay algo más -la miró a los ojos-. ¿Esto puede tener algo que ver con la vez que Paulie pisó un rastrillo?

– Bueno, no quería decírtelo porque fuiste muy bueno conmigo…

– Si te sirve de algo, yo también he querido pegarle muchas veces.

– Se propasó un poco y yo… bueno…

– ¿Fuiste tú? ¿No Leo?

– Claro que fui yo. Leo llegó cuando la pelea había terminado. Pero quizá fui demasiado lejos.

– Yo no diría eso -sonrió Barton-. Pero hiciste bien en no decírselo a su madre. Se toma muy a pecho esas cosas. Vaya, vaya, así que ahora se ha vengado.

– Quizá debería llamar a Leo ahora -Selena parecía abstraída.

– ¿No quieres hacerlo?

– Claro que sí, pero está muy lejos y en su país será otra persona.

– Pues entonces vete a buscarlo a su país. Averigua si puede ser tu país. Selena, cuando un hombre no deja de llamar y se agita tanto como este, es que tiene cosas que decirle a una mujer que no puede decir por teléfono.