– Buena idea.
Ella se alejó y Leo se llevó aparte a Barton.
– Háblame de ese comprador misterioso -le dijo. Su amigo lo miró a los ojos.
– Tú sabes muy bien quién va a comprar ese caballo -respondió.
La familia entera apareció para ver a Selena probar al caballo en el coso de pruebas. Instalaron los tres barriles formando un triángulo, uno de cuyos lados tenía treinta metros y los otros dos treinta y cinco.
Cada giro de cuarenta y cinco grados ponía a prueba el equilibrio y la agilidad del caballo además de su velocidad. Jeepers era veloz, pero también sólido como una roca y Selena lo controlaba con manos ligeras y fuertes. Hasta Leo que no era un experto en carreras de barriles, veía que eran una pareja ideal.
Después del último giro, volvieron al centro del triángulo y luego salieron entre los aplausos de la familia.
– Dieciocho segundos -gritó Barton.
A Selena le brillaban los ojos.
– La primera vez no queríamos correr. Pero no tardaremos en bajar a catorce.
Soltó un grito de alegría y los demás se unieron a ella. Leo, que le miraba la cara, pensó que nunca había visto a un ser humano tan plenamente feliz.
Capítulo 4
Selena había dicho que no había excusa para ser una inútil y en los días siguientes demostró que su vida estaba de acuerdo con esa creencia. Practicó con Jeepers una y otra vez hasta conseguir bajar el tiempo de la carrera a los catorce segundos que había prometido.
Barton insistió en que se quedara en el Cuatro-Diez hasta después del rodeo. Tenía sentido, ya que Elliot se recuperaba despacio y ella no tenía dinero para ir a otro sitio, pero Barton le guiñó el ojo a Leo en privado, con lo que daba a entender que la oferta no se debía solo a su bondad.
– Está todo en tu cabeza -gruñó Leo-. Me gusta y quiero ayudarla, sí. Maldita sea, nadie la ha ayudado antes de nosotros. Pero eso no significa…
– Por supuesto que no -Barton se alejó silbando. Leo tenía la horrible sospecha de que los sucesos de la primera noche habían trascendido de algún modo a toda la casa, lo que significaba que quizá Carrie y Billie lo habían visto después de todo. Paulie estaba firmemente convencido de que había habido algo, ya que lo trataba con frialdad.
Leo pasaba todas las noches por el establo, sabedor de que encontraría allí a Selena dándole las buenas noches a Elliot. Tardaba bastante en hacerlo y Leo estaba convencido de que pretendía convencer al animal de que él era el primero a pesar de Jeepers. A veces se quedaba toda la noche.
Pero esa noche había algo distinto. Cuando abrió la puerta del establo, en lugar de los murmullos suaves de ella, oyó ruido de pelea.
Tardó poco en ver a los dos contendientes. Selena intentaba impedir los avances de Paulie, que no aceptaba una negativa.
– Vamos, deja de hacerte la tonta. He visto cómo me miras y sé cuándo una mujer quiere eso.
Intentó sujetarla y Leo juró entre dientes y se dispuso a saltar sobre él como un caballero andante que acudiera al rescate de una dama en apuros.
Pero aquella dama no necesitaba su ayuda. Paulie lanzó un grito y retrocedió agarrándose la nariz mientras ella se soplaba los nudillos.
– Muy bien -musitó Leo-. Tomaré nota de que no debo molestarte. No es que pensara hacerlo, pero ahora me doy por advertido.
– Él se lo ha buscado -repuso Selena, todavía soplando.
– Sin ninguna duda.
El humor de ella cambió con brusquedad.
– Pero yo no tenía que haberlo hecho. ¡Oh, Señor, ojalá no lo hubiera hecho!
– ¿Por qué? -preguntó Leo-. ¿Por qué no? Supongo que ha tenido que ser divertido pegar a Paulie. Yo estoy verde de envidia.
– Pero ahora me echarán de aquí. Y Elliot no está listo para marcharse. ¿Crees que si pido disculpas…?
Leo la miró de hito en hito. Aquello era lo último que esperaba de ella.
– ¿Pedir disculpas? ¿Tú?
– Todavía no puedo mover a Elliot. Déjame hablar con ese hombre.
– No, déjame a mí.
Leo se acercó a donde Paulie estaba de pie parado, con la mano todavía en la nariz.
– ¿Cómo va eso? -preguntó con aire afable.
Paulie bajó la mano con cuidado y mostró la nariz enrojecida y los ojos llorosos.
– ¿Has visto lo que ha hecho?
– Sí, y también lo que has hecho tú. Yo diría que has salido muy bien parado.
– Esa perra…
– Bueno, puedes vengarte -observó Leo, estudiando con interés la nariz herida-. Corre a mamá y dile que te ha pegado una mujer. Yo seré tu testigo. De hecho, me aseguraré de que la historia se sepa en todo Texas. Seguramente saldrá en los periódicos. Claro que querrán una foto tuya tal y como estás ahora.
Hubo un silencio mientras Paulie digería las implicaciones de todo aquello y miraba con desprecio a los otros dos alternativamente.
– ¿Por quién me tomas? -preguntó al fin.
– Si te dijera por lo que te tomo, estaríamos aquí toda la noche.
Paulie decidió, sabiamente, ignorar el comentario.
– Ella es una invitada aquí. Naturalmente, no diré nada.
– Sabía que lo verías así. Caballero hasta el final. Y si alguien te pregunta cómo te has hecho eso, puedes decir que has pisado un rastrillo. O diles que he sido yo, no me importa.
– Pero a mí sí -protestó Selena-. Tú no te vas a llevar el mérito. Si no puede ser mío, tendrá que decir que ha sido un rastrillo.
Leo sonrió, encantado con ella.
– Así me gusta -dijo con suavidad.
– Estáis los dos locos -declaró Paulie.
Salió del establo sin volverles la espalda y echó a correr en cuanto cruzó la puerta.
– Gracias -dijo Selena con fervor-. Has estado genial.
– Me alegro de haberte ayudado. Tenía que haberle pegado yo, pero no parecías necesitarme.
– Oh, eso puedo hacerlo sola -dijo ella, con buen ánimo-. Lo que me confunden son las palabras. Tú sabías lo que tenías que decir para que no hablara. Yo nunca sé qué decir.
– Se te dan mejor los puños, ¿eh?
– He tenido más práctica.
Leo pareció considerar seriamente el tema.
– Yo habría esperado que fueras más bien a por el rodillazo en el bajo vientre.
Ella lo miró a los ojos.
– Utilizo las armas de que disponga.
– Supongo que este tipo de cosas te suceden a menudo.
– Hay hombres que creen que una mujer que viaja sola es caza segura. Yo solo les demuestro que se equivocan.
Hablaba con ligereza, como aceptando implícitamente los riesgos. Leo pensó en su vida solitaria, siempre moviéndose con el único cariño de un caballo. Sin embargo, sabía que si notaba su preocupación por ella, lo miraría con incredulidad y posiblemente lo acusara de ser un sentimental.
Se le ocurrió entonces que ella ni siquiera se daba cuenta de que estaba sola. No había conocido otra cosa. Y eso le dolió mucho.
Selena lo observaba, intentando leer sus pensamientos. La molestaba no ser capaz de hacerlo. Con otros hombres no le costaba tanto.
Sacudió la mano, flexionó los dedos y él la tomó y la masajeó con sus palmas fuertes. Selena sintió que la envolvía una sensación de paz.
– ¿Te encuentras bien? -preguntó él.
– Perfectamente.
– Hasta la próxima vez.
– Eh, no me has salvado tú, me he salvado yo misma -dijo ella enseguida.
– ¿Quieres dejar de ponerte a la defensiva? ¿Soy yo tu enemigo?
Ella negó con la cabeza y le sonrió. Leo cedió a un impulso más fuerte que él y la rodeó con sus brazos. La acunó con cuidado, anhelando abrazarla así siempre, desesperado por besarla, pero consciente de que no debía hacerlo cuando ella era tan vulnerable.
Selena oía los latidos del corazón de él y el sonido la confortaba. Habría sido muy fácil apoyarse en aquel hombre grande y generoso y dejarle compartir sus problemas.
Si ella hubiera sido otra clase de mujer. Pero no era así.