Los patinadores que aún quedaban en pie aplaudieron la iniciativa y la trampilla se cerró sobre el conjunto. Chick, Alise y Colin musitaron una breve oración y volvieron a ejecutar sus evoluciones.
Colin miraba a Alise. Llevaba ésta, por extraño azar, una sudadera blanca y una falda amarilla. Zapatos blancos y amarillos y patines de hockey. Medias de seda color humo y calcetines blancos vueltos tres veces sobre los tobillos por encima de los zapatos de tacón bajo y cordones blancos de algodón. Completaba su atuendo un pañuelo de seda color verde vivo y un pelo rubio extraordinariamente espeso que enmarcaba su rostro con una apretada masa rizada. Para mirar se servía de unos ojos azules muy abiertos y su volumen estaba contenido por una piel fresca y dorada. Tenía brazos y pantorrillas llenitos, la cintura fina y un busto tan bien dibujado que parecía de foto.
Colin se volvió a mirar hacia el otro lado para recuperar el equilibrio. Lo consiguió y, bajando los ojos, preguntó a Chick si había pasado el pastel de anguila sin dificultad.
– No me hables de ese asunto -dijo Chick-. He pasado la noche pescando en mi grifo, para ver si yo encontraba también una. Pero en mi casa sólo aparecen truchas.
– ¡Nicolás seguramente podrá hacer algo! -afirmó Colin.
Y dirigiéndose más particularmente a Alise, prosiguió-: Tiene usted un tío con unas aptitudes extraordinarias.
– Es el orgullo de la familia -dijo Alise-. Mi madre no acaba de conformarse con haberse casado con un simple profesor agregado de matemáticas, mientras que su hermano ha triunfado tan brillantemente en la vida.
– ¿Su padre es profesor agregado de matemáticas?
– Sí, es profesor del Colegio de Francia y miembro del Instituto o algo así… -dijo Alise-. Lamentable… a los treinta y ocho años. Podría haber hecho un esfuerzo. Menos mal que tenemos al tío Nicolás.
– ¿No iba a venir hoy? -preguntó Chick.
Un perfume delicioso brotaba de los claros cabellos de Alise. Colin se apartó un poco.
– Creo que llegará tarde. Esta mañana andaba maquinando algo… ¿Por qué no venís a almorzar los dos a casa?… Podríamos ver de qué se trata…
– De acuerdo -dijo Chick -. Pero si te crees que voy a aceptar esa proposición sin más, te estás haciendo una falsa concepción del universo. Hay que encontrarte pareja. No voy a dejar que Alise vaya a tu casa; la seducirías con las armonías de tu pianóctel y yo no estoy por la labor.
– ¡Pero bueno!… -protestó Colin-. ¿Usted le oye?…
Pero no llegó a oír la respuesta. Un individuo de desmesurada longitud que llevaba cinco minutos haciendo una demostración de velocidad pasó por entre sus piernas doblado hasta el límite hacia adelante, y la corriente de aire producida elevó a Colin varios metros por encima del suelo. Éste se agarró al reborde de la galería del primer piso, trató de elevarse a pulso y cayó nuevamente, al lado de Chick y de Alise.
– Deberían prohibir ir tan deprisa -dijo Colin.
A continuación se persignó porque el patinador acababa de estrellarse contra la pared del restaurante, en el extremo opuesto de la pista, y se había quedado pegado allí como una medusa de papel maché descuartizada por un crío cruel.
Una vez más, los pajes-limpiadores cumplieron su cometido, y uno de ellos colocó una cruz de hielo en el lugar del accidente. Mientras la cruz se derretía, el encargado puso discos de música religiosa.
Después, todo volvió a su orden. Chick, Alise y Colin siguieron dando vueltas.
4
– ¡Mira a Nicolás! -dijo Alise con un gritito.
– ¡Y mira a Isis! -dijo Chick.
Nicolás acababa de aparecer en el control e Isis en la pista.
El primero se dirigió hacia los pisos superiores, y la segunda se acercó a Chick, Colin y Alise.
– Hola, Isis -dijo Colin-. Te presento a Alise. Alise, mira, ésta es Isis. Ya conoces a Chick.
Hubo apretones de manos que Chick aprovechó para marcharse con Alise, dejando a Isis del brazo de Colin; éstos partieron detrás..
– Me alegro mucho de verte -dijo Isis.
Colin también se alegraba de veda. Isis -dieciocho años había logrado hacerse con una cabellera castaña, una sudadera blanca y una falda amarilla, junto con un pañuelo verde ácido, zapatos blancos y amarillos y gafas de sol. Era bonita.
Pero Colin conocía demasiado bien a sus padres.
– La semana que viene tenemos una fiesta en casa por la tarde -dijo Isis-. Es el cumpleaños de Dupont.
– ¿Quién es Dupont?
– Mi caniche. He invitado a todos los amigos. ¿Vendrás? A las cuatro, ¿de acuerdo?…
– Sí -dijo Colin-. Con mucho gusto.
– Diles a tus amigos que vengan también -dijo Isis.
– ¿A Chick y Alise?
– Sí. Son simpáticos. Bueno, entonces ¡hasta el domingo!
– Pero ¿te vas ya? -dijo Colin.
– Sí. Nunca me quedo mucho tiempo. De todas maneras, estoy aquí ya desde las diez…
– Pero ¡si sólo son las once! -dijo Colin.
– Yo estaba en el bar… ¡hasta la vista!
Colin apretaba el paso por las calles llenas de luces. Soplaba un viento seco y fuerte, y bajo sus pies se aplastaban, crepitando, pedazos de hielo resquebrajado.
La gente escondía la barbilla donde podía: en el cuello del abrigo, en la bufanda, en el manguito; incluso vio a uno que empleaba para ello una jaula de alambre y llevaba la puerta de muelle apoyada en la frente.
– Mañana tengo que ir a casa de los Ponteauzanne -iba pensando Colin. Se trataba de los padres de Isis.
– Y esta noche ceno con Chick… Me voy a casa a prepararme para mañana…
Dio una gran zancada para evitar una raya en el bordillo de la acera que parecía peligrosa.
– Si soy capaz de dar veinte pasos sin pisar las rayas no me saldrá el grano en la nariz mañana…
– Bueno, no importa -se dijo, pisando con todo su peso la novena raya-, estas tonterías son una idiotez. De todas maneras, no me va a salir el grano.
Se agachó para recoger una orquídea azul y rosa que el hielo había hecho surgir de la tierra.
La orquídea tenía el mismo olor que los cabellos de Alise.
– Mañana la veré.
Era un pensamiento vitando. Alise pertenecía a Chick de pleno derecho.
– Seguro que encuentro una chica mañana…
Pero sus pensamientos volvían una y otra vez a Alise.
– ¿Será verdad que hablan de Jean-Sol Partre cuando están solos?
Quizá lo mejor fuera no pensar en lo que hacían cuando estaban solos.
– ¿Cuántos artículos ha escrito Jean-Sol Partre en este último año?…
De todas maneras, no tenía tiempo de contados hasta llegar a su casa.
– ¿Qué pensará hacer Nicolás de cena esta noche?… Pensándolo bien, el parecido entre Alise y Nicolás no tenía nada de extraordinario, ya que eran de la misma familia.
Pero esto volvía a llevar arteramente al tema prohibido.
– ¿Qué preparará, me pregunto, Nicolás para esta noche?
– No sé qué va a hacer para esta noche Nicolás, que se parece a Alise… Nicolás tiene once años más que Alise. Así que tiene veintinueve años. Tiene grandes dotes para la cocina. Seguramente hará fricandó.
Colin se acercaba a su casa.
– Las tiendas de flores no tienen nunca cierres metálicos. A nadie se le ocurre robar flores. Cosa fácil de comprender. Cogió una orquídea anaranjada y gris, cuya delicada corola se doblaba. Brillaba con matizados colores.
– Tiene el mismo color que el ratón de los bigotes negros… Bueno, ya estoy en casa.
Colin subió la escalera de piedra alfombrada de lana. Introdujo en la cerradura de la puerta de cristal plateado una llavecita de oro.
– ¡A mí, mis fieles servidores…! ¡Heme aquí de vuelta!…
Lanzó la gabardina sobre una silla y fue a reunirse con Nicolás.