Выбрать главу

Dejó la bandeja sobre la mesa y salió.

– Bueno -dijo Alise-. Y de Chloé ¿qué hay?

– Servíos. No sé lo que es, pero debe ser algo bueno.

– ¡Nos haces sufrir esperando!… -dijo Chick.

– Me voy a casar con Chloé dentro de un mes -dijo Colin-. Y me gustaría tanto que fuera mañana…

– ¡Oh! -dijo Alise-, qué suerte tienes.

Colin sentía vergüenza de tener tanto dinero.

– Escucha, Chick -dijo-, ¿quieres que te dé dinero?

Alise miró a Colin con ternura. Colin era tan buen chico que se veía cómo sus pensamientos azules y malva se agitaban en las venas de sus manos.

– No creo que eso sea la solución -dijo Chick.

– Podrías casarte con Alise -dijo Colin.

– Sus padres no quieren -respondió Chick- y yo no consiento que se enfade con ellos. Alise es demasiado joven…

– No soy tan joven -dijo Alise irguiéndose en la banqueta acolchada para hacer valer su pecho provocativo.

– ¡Pero no es eso lo que Chick quiere decir!… -interrumpió Colin-. Mira, Chick, yo tengo cien mil doblezones. Te daré la cuarta parte y podrás vivir tranquilamente. Tú sigues trabajando y así todo marchará.

– Nunca podré agradecértelo lo suficiente -dijo Chick.

– No me lo agradezcas -dijo Colin-. A mí lo que me interesa no es la felicidad de todos los hombres, sino la de cada uno de ellos.

Llamaron a la puerta.

– Voy a abrir -dijo Alise-. Soy la más joven. Vosotros mismos me lo reprocháis…

Se levantó y sus pies frotaron con paso menudo la blanda alfombra.

Era Nicolás, que había bajado por la escalera de servicio. Volvía ahora vestido con un gabán de espeso tejido de algodón, con dibujo de espiga beige y verde y tocado con un sombrero americano de fieltro extraplano. Llevaba guantes de piel de cerdo despojado, zapatos de sólido gavial y, cuando se quitó el abrigo, apareció en todo su esplendor; chaqueta de terciopelo marrón con cordoncillos de marfil y pantalones color azul petróleo con bajos de cinco dedos de ancho más el pulgar.

– ¡Oh! -dijo Alise-. ¡Qué elegante estás!…

– ¿Qué tal estás, sobrinita mía? ¿Sigues tan bonita?…

Le acarició el pecho y las caderas.

– Ven a sentarte -dijo Alise.

– Hola, amigos -dijo Nicolás al entrar.

– ¡Por fin! -dijo Colin-. ¡Ya se ha decidido a hablar normalmente!…

– ¡Por supuesto! -dijo Nicolás-. También sé hacerlo. Pero, decidme -prosiguió-, ¿y si nos tuteáramos los cuatro?

– De acuerdo -dijo Colin-. Siéntate.

Nicolás se sentó frente a Chick.

– Toma entremeses -dijo este último.

– Muchachos -dijo Colin-, ¿queréis ser mis padrinos?

– Por supuesto -dijo Nicolás-. Pero no se nos emparejará con mujeres horribles, ¿eh? Es una jugarreta clásica y bien conocida…

– Pienso pedir a Alise y a Isis que sean las damas de honor -dijo Colin-, y a los hermanos Desmaret que sean los pederastas de honor.

– ¡Hecho! -dijo Chick.

– Alise -dijo Nicolás-, ve a la cocina y tráete la bandeja que está en el horno. Ya debe estar listo.

Alise obedeció las instrucciones de Nicolás y trajo la bandeja de plata maciza. Cuando Chick levantó la tapa, vieron dentro dos figuritas esculpidas en foie gras que representaban a Colin de chaqué y a Chloé con traje de novia. Alrededor podía leerse la fecha de la boda y, firmado en una esquina, «Nicolás».

16

Colin iba corriendo por la calle.

– Va a ser una boda muy bonita… Es mañana, mañana por la mañana. Estarán todos mis amigos…

La calle conducía a Chloé.

– Chloé, tus labios son dulces. Tienes la tez de fruta. Tus ojos ven como es debido Y tu cuerpo hace correr calor por el mío…

Por la calle corrían canicas de cristal y, detrás de ellas, niños.

– Harán falta meses y meses para que me sacie de darte besos. Harán falta meses y meses para agotar los besos que quiero darte, en las manos, en el pelo, en los ojos, en el cuello…

Tres chiquillas cantaban una canción de corro redonda y la bailaban en triángulo.

– Chloé, querría sentir tus senos sobre mi pecho, mis dos manos cruzadas sobre ti, y tus brazos alrededor de mi cuello, tu cabeza perfumada en el hueco de mi hombro, y tu piel palpitante, y el olor que se desprende de ti…

El cielo estaba claro y azul, el frío era todavía intenso, pero se le sentía ceder. Los árboles, negros del todo, ostentaban, en el extremo de sus ramas marchitas, retoños verdes y henchidos.

– Cuando estás lejos de mí, te veo con ese vestido de botones de plata, pero ¿cuándo lo llevabas puesto? No, no fue la primera vez. Fue el día de la primera cita, bajo tu abrigo pesado y dulce lo llevabas ceñido al cuerpo.

Empujó la puerta de la tienda y entró.

– Querría montones de flores para Chloé -dijo.

– ¿Cuándo hay que entregadas? -preguntó la florista.

Era joven y frágil, y tenía las manos rojas. Ella adoraba las flores.

– Llévenlas mañana por la mañana y después llévenlas a mi casa. Que nuestra alcoba quede repleta de lirios, de gladiolos blancos, de rosas y de montones de otras flores blancas y, sobre todo, pongan también un gran ramo de rosas rojas…

17

Los hermanos Desmaret se estaban vistiendo para la boda. Los invitaban con frecuencia a ser pederastas de honor porque tenían muy buena presencia. Eran gemelos. El mayor se llamaba Coriolano. Tenía el cabello negro y rizado, la piel blanca y suave, aspecto virginal, nariz recta y ojos azules detrás de largas pestañas amarillas.

El menor, llamado Pegaso, tenía un aspecto parecido, salvo porque tenía las pestañas verdes, lo que bastaba de ordinario para distinguir al uno del otro. Habían abrazado la carrera de pederastas por necesidad y por gusto, pero como les pagaban bien por ser pederastas de honor, ya apenas trabajaban y, por desgracia, esta ociosidad funesta les empujaba al vicio de cuando en cuando. Así, la víspera Coriolano se había portado mal con una chica. Pegas o le estaba reprendiendo seriamente, mientras se daba masaje en la región lumbar con pasta de almendras macho delante del gran espejo de tres caras.