– ¿Estabais ahí debajo? -preguntó Isis.
– Sí -dijo Alise-. Era muy agradable.
– Me lo creo -dijo Isis-. ¿Qué es eso, Chick?
Chick se disponía a abrir una caja negra grande que tenía al lado.
– Es un grabador -dijo-o Lo he comprado pensando en la conferencia.
– ¿Ah sí? ¡Que buena idea! -dijo Isis-. Así no será necesario escuchar.
– Claro -dijo Chick-. Y cuando volvamos a casa podremos pasar la noche escuchándolo todo, si queremos, aunque no lo haremos para no estropear los discos. Voy a hacer copias antes y quizá pida a la casa «El Grito del Jefe» que me haga una tirada comercial.
– Eso te ha debido de costar muy caro -dijo Isis.
– ¡Bueno! -dijo Chick-. ¡Eso no importa!…
Alise suspiró. Un suspiro tan leve que sólo lo oyó ella… y a duras penas.
– ¡Ya está!… -dijo Chick-. Ya empieza He puesto mi micrófono al lado de los de la radio oficial que están sobre la mesa. Así no se darán cuenta de nada.
Jean-Sol acababa de comenzar. Al principio, no se oyó más que los clicks de los obturadores. Los fotógrafos y los reporteros de la prensa y del cine se entregaban a su tarea con toda el alma. Pero uno de ellos fue derribado por el retroceso de su aparato y se produjo una horrible confusión. Sus colegas, furiosos, se arrojaron sobre él y lo rociaron de polvo de magnesio. Ante la general satisfacción, desapareció dentro de un relámpago deslumbrador, y los policías se llevaron a todos los demás.
– ¡Fantástico! -dijo Chick-. Voy a ser el único que tendrá la grabación.
El público, poco más o menos tranquilo hasta entonces, empezaba a dar muestras de nerviosismo y daba rienda suelta a su admiración por Partre con gran aparato de gritos y aclamaciones cada vez que pronunciaba una palabra, cosa que hacía bastante difícil la comprensión perfecta del texto.
– No intentéis comprenderlo todo -dijo Chick-. Podemos escuchar luego la grabación tranquilamente.
– Sobre todo, visto que aquí no se oye nada -dijo Isis-. Él no hace más ruido que un ratoncito. Bueno, ¿habéis tenido noticias de Chloé?
– Yo he tenido carta de ella -dijo Alise.
– ¿Han llegado por fin?
– Sí, consiguieron salir, pero van a estar poco tiempo allí, porque Chloé no está muy bien de salud -dijo Alise.
– ¿Y Nicolás? -preguntó Isis.
– Está bien. Chloé me dice que se ha portado terriblemente mal con todas las hijas de los hoteleros en todos los sitios donde han estado.
– Nicolás vale mucho -dijo Isis-. Me pregunto por qué está de cocinero.
– Sí -dijo Chick-, es curioso.
– ¿Y por qué? -dijo Alise-. Creo que es mejor que ser coleccionista de Partre -añadió, tirando de la oreja a Chick.
– Pero Chloé no tendrá nada de cuidado -preguntó Isis.
– No me dice qué es, es algo del pecho -dijo Alise.
– Es tan mona, Chloé -dijo Isis-. No me cabe en la cabeza que esté enferma.
– ¡Ahí va! -resopló Chick-, mirad…
Parte del techo acababa de levantarse y apareció una fila de cabezas. Algunos osados admiradores acababan de deslizarse hasta la vidriera y de efectuar la delicada operación.
Otros tipos les empujaban y los primeros se agarraban como lapas a los bordes de la abertura.
– Les comprendo -dijo Chick-. ¡Esta conferencia es estupenda!…
Partre se había levantado y estaba enseñando al público muestras de vómitos disecados. El más bonito, uno de manzana cruda y vino tinto, obtuvo verdadero éxito. Se empezaba a no entender nada ya, ni siquiera detrás de la cortina donde estaban Isis, Alise y Chick.
– ¿Y cuándo van a venir? -dijo Isis. -Mañana o pasado -respondió Alise.
– ¡Hace tanto tiempo que no los vemos!… -dijo Isis.
– Sí -dijo Alise-, desde la boda…
– Salió tan bien… -añadió Isis.
– Sí -dijo Alise-. Fue la noche que Nicolás te acompañó a casa.
Felizmente, la totalidad del techo se desplomó sobre la sala, lo que evitó a Isis tener que dar detalles. Entre los cascotes formas blancuzcas se agitaban, vacilaban y se desplomaban, asfixiadas por la espesa nube que flotaba por encima de los escombros. Partre había callado y reía de buena gana, dándose palmaditas en los muslos, feliz de ver intervenir a tanta gente en el acontecimiento. Tragó una gran bocanada de polvo y se puso a toser como un loco.
Chick daba vueltas febrilmente a los mandos de su grabador. Éste produjo un gran resplandor verde que se derramó por el suelo y desapareció por una junta del parqué. Siguió una segunda llamarada, después una tercera, y Chick desconectó la corriente justamente en el momento en que una sucia bestezuela llena de patas iba a salir del motor.
– Pero ¿qué hago? -dijo-. Está bloqueado. Es el polvo, que se ha metido en el micrófono.
El pandemónium dentro de la sala llegaba a su paroxismo.
Ahora, Partre bebía agua directamente de la jarra y se disponía a marcharse porque acababa de leer su última página.
Chick se decidió.
– Voy a proponerle que salga por aquí -dijo-. Id por delante, yo os alcanzo.
29
En el pasillo, Nicolás se detuvo. Decididamente, los soles entraban mal. Las baldosas de cerámica amarilla parecían como empañadas y veladas por una ligera bruma y los rayos, en lugar de rebotar en forma de gotitas metálicas, se aplastaban contra el suelo, extendiéndose en diminutos y perezosos charquitos. Las paredes donde el sol revestía formas redonditas, no brillaban ya uniformemente como antes.
Los ratones no parecían especialmente molestos por este cambio, a excepción del ratón gris de los bigotes negros, cuyo aspecto de profundo malestar llamaba la atención en seguida. Nicolás se figuró que le había fastidiado la interrupción imprevista del viaje y de las amistades que podría haber hecho en el camino.
– ¿No estás contento? -preguntó.
El ratón hizo un mohín de disgusto y señaló a las paredes.
– Sí -dijo Nicolás-. Algo ha cambiado. Antes era más bonito. No sé qué sucede…
El ratón pareció reflexionar un instante, después movió la cabeza y abrió los brazos como si no entendiera nada.