– Sí, todo marchaba muy bien -dijo Colin.
– ¿Sabe usted una cosa? -dijo el antigüedario-. Seguramente le voy a pagar un buen precio.
– Será una gran alegría para mí -dijo Colin-. Todo me va mal ahora.
– Así es la vida. Las cosas no pueden ir siempre bien -dijo el antigüedario.
– Pero las cosas podrían no ir siempre mal-dijo Colin-. Se recuerdan mucho mejor los buenos momentos; entonces, ¿para qué sirven los malos?
– ¿Y si tocara Misty Morning? -propuso el antigüedario-. ¿Sale bien?
– Sí -dijo Colin-. Sale de maravilla. Da un cóctel gris perla y verde menta con un gusto de pimienta y ahumado.
El antigüedario se volvió a sentar al piano y tocó Misty Morning. Lo bebieron. A continuación tocó también Blue Bubbles, y después paró porque empezaba a tocar dos notas al mismo tiempo y Colin a oír cuatro melodías diferentes a la vez. Colin cerró con cuidado la tapa del piano.
– Bueno -dijo el antigüedario- ¿hablamos de negocios ahora?
– ¡Sipi! -dijo Colin.
– Su pianóctel es algo fabuloso -dijo el antigüedario-. Le doy tres mil doblezones.
– No -dijo Colin- es demasiado.
– Insisto -dijo el antigüedario.
– Pero eso es una tontería -dijo Colin-. Yo no quiero. Dos mil, si le parece bien.
– No -dijo el antigüedario-. Lléveselo, no lo quiero.
– ¡Pero yo no puedo venderlo en tres mil! -dijo Colin- ¡Es un robo!…
– En absoluto… -insistió el antigüedario-. Puedo venderlo en cuatro mil en un minuto…
– Usted sabe muy bien que se lo va a quedar para usted -dijo Colin.
– Por supuesto -dijo el antigüedario-. Escuche, vamos a partir la sandía: dos mil quinientos doblezones.
– Bueno -dijo Colin- vale. Pero ¿qué haremos con las dos mitades de esa maldita sandía?
– Tenga… -dijo el antigüedario.
Colin cogió el dinero y lo metió cuidadosamente en su cartera. Vacilaba un poco.
– No me tengo en pie -dijo.
– Pues claro -dijo el antigüedario-. ¿Vendrá a escuchar un trago conmigo, de vez en cuando?
– Prometido -dijo Colin-. Ahora, tengo que marcharme. Nicolás me va a poner de vuelta y media.
– Le acompaño un poco -dijo el antigüedario-, tengo que hacer un recado.
– Es usted muy amable… -dijo Colin.
Salieron a la calle. El cielo, azul verdoso, colgaba casi hasta el suelo, donde grandes manchas blancas marcaban el sitio en que acababan de estrellarse las nubes.
– Ha habido tormenta -dijo el antigüedario.
Caminaron juntos algunos metros y el compañero de Colin se detuvo delante de un bazar.
– ¡Espéreme un segundo! ¡Vuelvo en seguida! -dijo.
Entró en la tienda. A través del escaparate, Colin le vio escoger un objeto que observó atentamente a1-trasluz y metió a continuación en el bolsillo.
– ¡Ya está! -dijo cerrando la puerta.
– ¿Qué era eso? -preguntó Colin.
– Un nivel de agua -respondió el antigüedario-. Tengo el propósito de tocarme todo mi repertorio después de acompañarle y después tengo que caminar.
46
Nicolás miraba su horno. Estaba sentado delante de él con un atizador y un soplete, y estaba comprobando el interior. El horno se estaba deformando un poco por la parte de arriba y las chapas se ablandaban, adoptando la consistencia de delgadas láminas de gruyere. Oyó los pasos de Colin en el pasillo y se irguió en su asiento. Se sentía cansado. Colin empujó la puerta y entró. Parecía contento.
– ¿Qué hay? -preguntó Nicolás-. ¿Ha ido todo bien?
– Lo he vendido -dijo Colin-. Dos mil quinientos…
– ¿Doblezones?… -dijo Nicolás.
– Sí -dijo Colin.
– ¡No me lo puedo creer!
– Yo tampoco lo esperaba. ¿Estabas mirando el horno?
– Sí -dijo Nicolás-. Se está transformando en una marmita de carbón vegetal; y me pregunto cómo diablos es posible eso…
– Es muy raro -dijo Colin-, pero no más que las demás cosas. ¿Te has fijado en el pasillo?.
– Sí -dijo Nicolás-. Se está volviendo de madera de pino…
– Quería decirte una vez más -dijo Colin- que no quiero que te quedes aquí más tiempo.
– Ha habido carta -dijo Nicolás.
– ¿De Chloé?
– Sí -dijo Nicolás-, está encima de la mesa.
Mientras abría la carta, Colin oía la dulce voz de Chloé y no tuvo más que escuchar para saber lo que decía. Era lo siguiente:
«Mi querido Colin:
»Me encuentro bien y hace buen tiempo. El único fastidio son los topos de nieve; son unos bichos que reptan entre la nieve y la tierra; tienen la piel de color naranja y gritan fuerte por la noche. Hacen grandes montículos de nieve y uno se cae encima. Hay mucho sol y pienso volver muy pronto.»
– Son buenas noticias -dijo Colin-. Y, ahora, escúchame: te vas a ir a casa de los Ponteauzanne.
– Ni hablar -dijo Nicolás.
– Sí -dijo Colin-. Necesitan un cocinero y yo no quiero
que te quedes aquí… estás envejeciendo mucho yya te he dicho que he firmado por ti.
– ¿Y el ratón? -dij o Nicolás-. ¿ Quién le va a dar de comer?
– Yo me ocuparé -dijo Colin.
– No es posible -dijo Nicolás-. Además, yo ya no estoy metido en esta historia.
– Claro que sí -dijo Colin-. La atmósfera de esta casa te aplasta… ninguno de vosotros puede aguantado…
– Tú dices siempre eso -dijo Nicolás-, yeso no explica nada.
– A fin de cuentas -dijo Colin-, ésa no es la cuestión.
Nicolás se levantó y se estiró. Parecía triste.
– Ya no haces nada de Gouffé -dijo Colin-. Estás descuidando tu cocina, te estás echando a perder.
– Eso no es cierto -protestó Nicolás.
– Déjame que siga -dijo Colin-. Ya no te vistes los domingos y ya no te afeitas todas las mañanas.
– Eso no es un crimen -dijo Nicolás.
– Sí lo es -dijo Colin-. Yo no puedo pagarte lo que vales. Pero tu valor está bajando y es un poco culpa mía.
– No es cierto -dijo Nicolás-. No es culpa tuya si tienes problemas.
– Sí -dijo Colin-, es porque me casé y porque…