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– Es decir… -inquirió Colin.

– Es decir, que hay un foco móvil en los pies, otro foco móvil en la cabeza y, desgraciadamente, otro foco móvil a la altura de los riñones, quedando como puntos fijos, o seudoarticulaciones, el esternón y las rodillas.

Colin se ruborizó.

– Entiendo -musitó.

– Cuando se trata de un bugui -siguió Nicolás-, el efecto es, digámoslo claramente, tanto más lascivo cuanto que la melodía es obsesiva en general.

Colin se quedó pensativo.

– ¿Dónde ha aprendido usted el biglemoi? -preguntó a Nicolás.

– Me lo ha enseñado mi sobrina… -dijo Nicolás-. He establecido la teoría completa del biglemoi en el transcurso de conversaciones con mi cuñado; como el señor sin duda sabe, es miembro del Instituto y no tuvo gran dificultad en comprender el método. Incluso me dijo que él mismo lo había hecho hace diecinueve años.

– ¿Su sobrina tiene dieciocho años? -preguntó Colin.

– Y tres meses… -rectificó Nicolás-. Bien, si el señor no me necesita, me vuelvo a cuidar de mi cocina.

– Váyase tranquilo, Nicolás. Y gracias -dijo Colin mientras quitaba el disco que acababa de pararse.

9

– Me pondré el traje beige y la camisa azul, la corbata beige y roja, los zapatos de ante con pespuntes y los calcetines rojos y beige.

– Primero, voy a hacer mis abluciones, a afeitarme y a darme un repaso y voy a la cocina a ver a Nicolás:

– Nicolás, ¿quiere usted venir a bailar conmigo?

– ¡Dios mío! -dijo Nicolás-, si el señor insiste, voy, pero si no, me gustaría poder ocuparme de algunos asuntos cuya urgencia se hace imperativa.

– Nicolás, ¿soy indiscreto si le pido que me diga más concretamente de qué se trata?

– Es que yo soy -dijo Nicolás- Presidente del Círculo Filosófico del Servicio Doméstico del distrito, por lo que estoy obligado a acudir con cierta asiduidad a las reuniones.

– No me atrevo a preguntarle el tema de la reunión de hoy…

– Se va a hablar del compromiso. Se establece un paralelo entre el compromiso según las teorías de Jean-Sol Partre, el alistamiento o el reenganche en las tropas coloniales y el compromiso o la contratación a sueldo de las personas que los particulares llaman mozos.

– ¡Mira, eso le interesaría a Chick! -dijo Colin.

– Desdichadamente, es de lamentar que el Círculo es muy cerrado. El señor Chick no podría ser admitido. Sólo los mozos…

– Nicolás -preguntó Colin-. ¿Por qué se emplea siempre el plural?

– El señor observará sin duda que la expresión «mozo» resulta anodina cuando se habla de un hombre, mientras que «moza», en el caso de una mujer, adquiere un significado claramente agresivo…

– Tiene razón, Nicolás. ¿Qué cree usted? ¿Encontraré hoy mi alma gemela?… Me gustaría un alma gemela del tipo de su sobrina…

– El señor hace mal en pensar en mi sobrina -dijo Nicolás-, puesto que se desprende de acontecimientos recientes que el señor Chick ha llegado primero.

– Pero, Nicolás -dijo Colin-, tengo tantas ganas de estar enamorado…

Del pico del hervidor del agua salió una nubecilla de vapor caliente, y Nicolás fue a abrir. El portero traía dos cartas.

– ¿Hay correo? -preguntó Colin.

– Lo siento, señor, pero las dos cartas son para mí. ¿Es que el señor espera noticias?

– Desearía que me escribiera una chica -dijo Colin-. Me gustaría mucho.

– Son las doce -cortó Nicolás-. ¿Desea desayunar el señor? Hay rabo de buey molido y un bol de ponche aromatizado con cuscurros untados con mantequilla de anchoas.

– Nicolás, ¿por qué Chick no quiere venir a comer con su sobrina si no invito yo a otra chica?

– El señor me perdonará -dijo Nicolás- pero yo haría lo mismo. El señor tiene un gran atractivo.

– Nicolás -dijo Colin-. Si esta tarde no me enamoro de verdad, me dedicaré a coleccionar las obras de la duquesa de Bovouard para gastar una broma a mi amigo Chick.

10

– Yo querría estar enamorado -dijo Colin-. Tú querrías estar enamorado. Él querría También estar enamorado. Nosotros, vosotros, querríamos, querríais estar. Ellos también querrían enamorarse…

Se estaba haciendo el nudo de la corbata delante del espejo del cuarto de baño.

– Me falta ponerme la chaqueta y el abrigo, la bufanda, el guante derecho y el guante izquierdo. No llevaré sombrero para no despeinarme. ¿Qué estás haciendo ahí?

Hablaba al ratón gris, el de los bigotes negros, que no estaba por cierto en su sitio, en el vaso de enjuagarse los dientes, aunque asomara por el susodicho vaso con aspecto desenvuelto.

– Imagínate -dijo al ratón, sentándose en el borde de la bañera (rectangular y pintada de esmalte amarillo) para acercarse a él- que en casa de los Ponteauzanne me encuentro con mi viejo amigo Chose…

El ratón asintió.

– Supón también, ¿por qué no?, que tenga una prima. Llevaría una sudadera blanca, una falda amarilla, y se llamaría Al… Onésima…

El ratón cruzó las patas y pareció sorprendido.

– No es que sea un nombre bonito -admitió Colin-. Pero tú eres un ratón y tienes bigotes. Así que…

Se levantó.

– Ya son las tres. ¿Lo ves? Me estás haciendo perder el tiempo. Chick y… Chick seguramente llegará muy pronto. Se chupó el dedo y lo levantó por encima de su cabeza. Lo volvió a bajar casi de inmediato. Le ardía como si lo tuviera en un horno.

– Habrá amor en el aire -concluyó-. Esto está que arde.

– Yo me levanto, tú te, él se levanta, nosotros, vosotros, ellos, levantamos, levantáis, levantan. ¿Quieres salir del vaso?

El ratón demostró que no tenía necesidad de nadie y salió él solo, no sin tallar antes un trozo de jabón en forma de pirulí.

– No vayas dejando jabón por todas partes -dijo Colin-. ¡Cuidado que eres goloso!…

Salió del cuarto de baño, pasó a su alcoba y se puso la chaqueta.