Выбрать главу

La voz que flotaba desde el otro lado era melodiosa, y sus palabras resultaban hipnóticas: todo lo convertía en un poema. Sus frases acariciaban, aunque sus palabras eran brutales. Lin estaba asustada. No se le ocurría nada que decir. Sus manos estaban quietas.

—Así, tras decidir que me gusta su obra, quiero hablar con usted para descubrir si es la correcta para realizar un encargo. Su trabajo es inusual para ser una khepri. ¿Está de acuerdo?

—Sí.

—Hábleme de sus estatuas señorita Lin, y no se preocupe por sonar afectada, si es que pretendía evitarlo. No tengo problemas con las discusiones serias sobre arte, y no olvide que yo comencé esta conversación. Las palabras clave a recordar cuando piense en cómo responder a mi pregunta son «temas», «técnica» y «estética».

Lin titubeó, pero el miedo le hizo lanzarse. Quería tener contento a aquel hombre, y si eso significaba hablar sobre su obra, eso sería lo que haría.

Trabajo sola, señaló, lo que es parte de mi… rebelión. Dejé Ensenada y después Kinken, abandoné mi colmena y mi enjambre. La gente era patética, de modo que el arte comunitario se tornó heroico hasta la estupidez. Como la Plaza de las Estatuas. Yo quería escupir algo… sucio. Trataba de hacer algo menos perfectas las grandiosas figuras que creábamos entre todas. Molesté a mis hermanas, de modo que me encerré en mi propio trabajo. Trabajo sucio. Suciedad de Ensenada.

—Eso es exactamente lo que esperaba. Es incluso, perdóneme, previsible. No obstante, no detrae del poder de la propia obra. Las khepri escupen una sustancia maravillosa. Su lustre es único, y su fuerza y ligereza la convierten en conveniente, una palabra que, ya lo sé, no suele relacionarse con el arte; pero soy un pragmático. En cualquier caso, emplear una sustancia tan maravillosa en satisfacer los monótonos deseos de khepris deprimidas es una terrible pérdida. Me alivia ver a alguien utilizando ese producto con fines más interesantes e inquietantes. La angulosidad que usted logra es extraordinaria, por cierto.

Gracias. Poseo una potente técnica glandular. Lin disfrutaba de la licencia para presumir. Al principio pertenecía a la escuela externa, que prohíbe trabajar la pieza después de escupirla. Proporciona un excelente control aunque haya… renegado. Ahora moldeo mientras el esputo está blando, lo trabajo más. Proporciona libertad. Puedo hacer volados y cosas así.

— ¿Emplea variedad cromática? —Lin asintió—. En los heliotipos solo vi el sepia. Está bien saberlo. Eso nos habla de técnica y estética. Me interesaría mucho oírla hablar de sus ideas sobre los temas, señorita Lin.

La khepri quedó desconcertada. En aquel momento no era capaz de pensar en cuáles eran los temas de su obra.

—Déjeme situarla en una posición más sencilla. Me gustaría hablarle de los temas en los que estoy interesado. Entonces podremos ver si es la persona adecuada para encargarle el trabajo que tengo en mente.

La voz esperó a que Lin diera su conformidad.

—Por favor, señorita Lin, eleve la cabeza.

Sorprendida, obedeció. El movimiento le hizo ponerse nerviosa, pues exponía el blando vientre de su cuerpo de escarabajo, invitando a un ataque. Mantuvo la cabeza quieta mientras los ojos tras el pez espejo la observaban.

—Tiene los mismos tendones en el cuello que una mujer humana. Comparte la depresión en la base de la garganta que tanto aman los poetas. Su piel tiene una sombra rojiza que la señalaría como inusual, eso es cierto, pero podría seguir pasando por humana. Sigo ese hermoso cuello humano hacia arriba… No dudo que usted no aceptaría la descripción «humano», pero sea indulgente unos instantes. Sigo ese cuello y ahí está… hay un momento… hay una estrecha zona en la que la suave piel humana se funde con la pálida crema segmentada bajo su cabeza. —Por primera vez desde que Lin entrara en el despacho, su interlocutor pareció estar buscando sus palabras—. ¿Ha creado alguna vez la estatua de un cacto? —Lin negó con la cabeza—. En cualquier caso, ¿los ha visto de cerca? Mi socio, el que la condujo hasta aquí, por ejemplo. ¿Reparó usted en sus pies, en sus dedos, en su cuello? Hay un momento en el que la piel, la piel de la criatura inteligente, se convierte en planta sin mente. Corte la base redondeada del pie de un cacto, que no sentirá nada. Pínchele en el muslo, donde es un poco más blando, y chillará. Pero ahí, en esa zona… es algo totalmente diferente: los nervios están entrelazados, aprendiendo a ser planta suculenta, y el dolor es lejano, sordo, difuso, más molesto que agónico. Puede pensar en otros. En el torso de las jaibas o de los diminutos, en la repentina transición del miembro de un rehecho, en muchas otras razas y especies de esta ciudad, e incontables más en el mundo, que viven con una fisonomía mestiza. Usted quizá diga que no reconoce transición alguna, que las khepri son completas en sí mismas, que ver en usted rasgos «humanos» es una idea antropocentrista. Pero, dejando de lado la ironía de la acusación, una ironía que usted no es capaz siquiera de apreciar, sin duda reconocerá la transición en otras razas que la suya. Y, quizá, en el humano. ¿Y qué hay de la propia ciudad? Colgada allá donde dos ríos pugnan por tornarse mar, donde las montañas devienen llanuras, donde los árboles se coagulan en el sur para que la cantidad se convierta en calidad y forme un bosque. La arquitectura de Nueva Crobuzon se mueve desde lo industrial a lo residencial, a lo opulento, al suburbio, a los bajos fondos, a lo aéreo, a lo moderno, a lo antiguo, a lo colorista, a lo monótono, a lo fecundo, a lo yermo… Ya me entiende. No es necesario seguir. Esto es lo que compone el mundo, señorita Lin. Creo que se trata de una dinámica fundamental. Transición. El punto en el que una cosa se torna otra. Es eso lo que la convierte a usted, a la ciudad, al mundo, en lo que son. Y es ese el tema en el que estoy interesado. La zona en la que lo dispar entra a formar parte del todo. La zona híbrida. ¿Cree que este tema podría interesarle? Si es así… le pediré que trabaje para mí. Por favor, piense antes de responder lo que esto significa. Le voy a pedir que trabaje desde el original, que produzca un modelo, a tamaño real, de mí. Muy poca gente ve mi rostro, señorita Lin. Un hombre en mi posición debe ser cuidadoso. Estoy seguro de que lo comprende. Si acepta el encargo la haré rica, pero también poseeré parte de su mente. La parte que atañe a mi persona. Esa será mía, y no le daré permiso para compartirla con nadie. Si lo hace, sufrirá muchísimo antes de morir. Entonces… —Se produjo un crujido. Lin comprendió que el hombre se había recostado sobre la silla—. Entonces, señorita Lin, ¿le interesa la zona híbrida? ¿Le interesa este trabajo?

No puedo… no puedo rechazarlo, pensó Lin desesperada. No puedo. Por el dinero… por el arte… Que los dioses me ayuden. No puedo rechazarlo. Oh… por favor, por favor, que no tenga que lamentarlo.

Esperó un instante antes de aceptar las condiciones.

—Oh, estoy tan satisfecho… —suspiró él. El corazón de Lin latía desbocado—. Estoy realmente encantado. Bien…

Desde detrás de la pantalla llegó un leve frufrú. Lin se quedó muy quieta en la silla. Las patas de su cabeza se movieron trémulas.