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—El vuelo no es un lujo, sino lo que me hace un garuda. Mi piel se echa a temblar cuando contemplo los tejados que me constriñen. Quiero ver esta ciudad desde los cielos antes de abandonarla, Grimnebulin. Quiero volar no una vez, sino siempre que lo desee. Quiero que me devuelvas el vuelo.

Yagharek se desabrochó la capa y la arrojó al suelo. Observó a Isaac avergonzado y desafiante. El humano sofocó un gemido.

Yagharek carecía de alas.

Atado alrededor de la espalda portaba un intrincado armazón de puntales de madera y tiras de cuero que se bambolearon torpes al girarse. Dos grandes planchas labradas surgían de una especie de jubón de cuero bajo sus hombros, sobresaliendo por encima de la cabeza, donde se articulaban y bajaban hasta las rodillas, imitando la estructura ósea de unas alas. No había ni piel ni plumas, ni lienzo ni cuero entre ellas. No existía sistema alguno para planear. No eran más que un disfraz, un truco, un engaño oculto por la capa incongruente de Yagharek para simular que tenía alas.

Isaac se acercó. El garuda se tensó, pero permitió que el científico las tocara.

Isaac sacudió la cabeza atónito. Alcanzó a ver la cicatriz rugosa en la espalda, hasta que el garuda se giró hosco para encararse con él.

— ¿Por qué? —suspiró Isaac.

La expresión de Yagharek se arrugó lentamente mientras entornaba los ojos. Emitió un débil gemido, totalmente humano, que creció y creció hasta convertirse en el melancólico grito de guerra de un pájaro de presa, estruendoso y monótono, triste y solitario. Isaac se alarmó cuando el lamento se convirtió en un gañido apenas comprensible.

— ¡Porque esta es mi vergüenza! —aulló. Quedó en silencio unos instantes antes de volver a hablar con tono normal—. Esta es mi vergüenza.

Desabrochó el incómodo maderamen de su espalda y lo dejó caer al suelo con un sonido sordo.

Estaba desnudo hasta la cintura. Su cuerpo era enjuto y tenso, con una delgadez saludable. Sin el amenazador peso de sus falsas alas detrás, parecía pequeño y vulnerable.

Se giró lentamente e Isaac contuvo el aliento al ver, ahora claramente, las cicatrices.

Dos largas trincheras de carne en los omoplatos de Yagharek mostraban un tejido retorcido y enrojecido que parecía hervir. Unas feas grietas, heridas mal curadas, se extendían como pequeñas venas desde las erupciones. Las tiras de carne malfadada a ambos lados de la espalda medían unos cuarenta y cinco centímetros, y quizá diez en su punto más ancho. La expresión de Isaac estaba torcida con simpatía: las oquedades estaban cuajadas con toscos cortes, lo que le hizo comprender que le habían serrado las alas. No se trataba de un único corte repentino, sino de una larga y tortuosa desfiguración. Se encogió.

Unos delgados nudos óseos se movían y flexionaban; los músculos se estiraban, grotescamente visibles.

— ¿Quién hizo esto? — dijo Isaac entre dientes apretados. Las historias eran ciertas, pensó. El Cymek es una tierra realmente salvaje.

Se produjo un largo silencio antes de que Yagharek respondiera.

— Y o… yo lo hice.

Al principio, Isaac pensó que no había oído bien.

— ¿Qué quieres decir? ¿Cómo coño… podrías…?

— Yo lo provoqué — gritó el garuda—. Es justicia. Fui yo quien hizo esto.

— ¿Es un castigo? Joder, la hostia, ¿qué… qué hiciste?

— ¿Juzgas la justicia garuda, Grimnebulin? Me cuesta oír eso sin pensar en los rehechos…

— ¡No trates de darle la vuelta! Sí, tienes razón, no tengo estómago para la ley de esta ciudad… Solo intento comprender qué te sucedió.

Yagharek lanzó un suspiro con un encogimiento de hombros de asombrosa humanidad. Cuando habló lo hizo con voz baja y dolida, como un deber que lamentara.

— Era demasiado abstracto. No era digno de respeto. Hubo… una locura… Estaba loco. Cometí un acto detestable, un acto detestable…

Sus palabras rompieron en gemidos de pájaro.

— ¿Qué hiciste? — Isaac se aceró ante la posible atrocidad.

— Esta lengua no puede expresar mi crimen. En mi idioma… — Se detuvo unos instantes—. Trataré de traducirlo. En mi idioma decían… tenían razón… fui culpable de robo de elección… robo de elección en segundo grado… con total falta de respeto. —Yagharek volvía a mirar por la ventana. Alzó la cabeza de nuevo, pero no buscó la mirada del humano—. Por filo me consideraron Demasiado Demasiado Abstracto. Por ello no soy ya digno de respeto. Por ello soy lo que soy ahora. Ya no soy Persona Concreta y Respetada Yagharek. Ya no existe. Te dije mi nombre, y mi título. Soy Demasiado Demasiado Abstracto Yagharek No Digno de Respeto. Eso es lo que siempre seré, lo suficiente como para decírtelo.

Isaac sacudió la cabeza cuando el garuda se sentó poco a poco al borde de su cama. Parecía una figura desesperada. Lo miró largamente antes de responder.

— Tengo que decirte que… en realidad… eh… muchos de mis clientes son… no están en el lado correcto de la ley, por así decirlo. Mira, no voy a pretender que empiezo siquiera a comprender lo que hiciste, pero por lo que a mí respecta, no es asunto mío. Como dijiste, en esta ciudad no hay palabras para tu crimen; no creo poder entender lo que hiciste mal. —Isaac hablaba con lentitud y seriedad, pero su mente ya corría en otra dirección. Comenzó a hablar con más ánimo—. Y tu problema… es interesante. —Representaciones de fuerzas y líneas de energía, de resonancias femtomórficas y campos energéticos, comenzaban a saltar a su consciencia—. Ponerte en el aire es fáciclass="underline" globos, manipuladores de fuerza, etc. No hay problema ni siquiera para hacerlo varias veces. Pero subirte siempre que quieras, con tu propio vapor… Porque eso es lo que quieres, ¿no? —Yagharek asintió e Isaac se rascó el mentón—. ¡Por los dioses! Sí… ahora es mucho más… ahora es un enigma mucho más interesante.

Comenzaba a retirarse a sus computaciones. Una zona prosaica de su cabeza le recordaba que no había tenido encargos desde hacía un tiempo, lo que significaba que podía sumergirse en la investigación. Un nivel más pragmático hacía el trabajo, evaluando la importancia y la urgencia de una labor tan notable. Un par de sencillos análisis de compuestos que podía posponer de forma casi indefinida; media promesa para sintetizar un elixir o dos, sin problemas para escaquearse… Aparte de eso, solo le quedaba su investigación personal sobre la acuartesanía vodyanoi, que podía dejar a un lado.

¡No, no, no!, se contradijo de repente. No hay por qué dejar la acuartesanía a un lado… ¡Puedo integrarla! Todo consiste en elementos tocando las narices, haciendo lo que quieren… líquido que se mantiene solo, materia pesada que invade el aire… tiene que haber algo ahí, un denominador común…

Con un esfuerzo, se devolvió al laboratorio y comprobó que Yagharek lo observaba impasible.

— Estoy interesado en tu problema —dijo simplemente. Sin dudarlo un instante, el garuda buscó en una bolsa y extrajo un enorme puñado de pepitas de oro retorcidas y sucias. Isaac abrió los ojos como platos.

— Bueno… eh, gracias. Desde luego, acepto algunos gastos, tarifas por hora, etc.

Yagharek entregó la bolsa al científico.

Isaac consiguió no lanzar una exclamación cuando la sopesó. Miró el interior, que contenía una capa tras otra de oro tamizado. Era indigno, pero se sintió casi hechizado. Aquello representaba más dinero del que nunca había visto reunido, el bastante para cubrir el coste de muchos experimentos y seguir viviendo bien durante meses.

Yagharek no era un negociador, eso estaba claro. Podía haberle ofrecido la tercera parte, la cuarta parte, y seguiría teniendo a sus pies a casi cualquiera en la Ciénaga Brock. Tendría que haber guardado una fracción, para usarla si el interés se desvanecía.