A pocos metros de la orilla, dejó caer el extremo del cable y se acercó cautelosamente a la grieta de la valla. Tanteó el suelo con los pies para asegurarse de que no cedería y la arrojaría al asqueroso río que discurría dos o más metros más abajo. Se inclinó todo lo que pudo y examinó la superficie del agua, que discurría plácidamente.
El sol se aproximaba lentamente a los tejados del oeste, barnizando el negro sucio del río de luz rojiza.
— ¡Penge! —siseó Derkhan—. ¿Estás ahí?
Después de un momento, se escuchó un pequeño chapoteo. Uno de los restos indistintos que flotaban en el río empezó repentinamente a acercarse. Se movía contra corriente.
Lentamente, Pengefinchess alzó la cabeza del agua. Derkhan sonrió. Sentía un extraño y desesperado alivio.
—Muy bien —dijo Pengefinchess—. Ha llegado la hora de mi último trabajo.
Derkhan asintió con una gratitud extraña.
—Está aquí para ayudar —dijo Derkhan al otro vodyanoi que miraba a Pengefinchess con alarmada suspicacia—. Este cable es demasiado grueso y pesado para que lo manejes por ti solo. Si te metes en el agua, os lo iré bajando a los dos.
Tardó unos pocos segundos en decidir que los riesgos que suponía la recién llegada eran menos importantes que el trabajo que tenían entre manos. Miró a Derkhan presa de un miedo nervioso y asintió. Anadeó rápidamente hasta la grieta de la valla, se detuvo allí una fracción de segundo y entonces dio un salto elegante y se sumergió en las aguas. Su zambullida fue tan controlada que solo provocó un chapoteo casi imperceptible.
Pengefinchess lo observó con suspicacia mientras se acercaba nadando a ella.
Derkhan miró rápidamente a su alrededor y vio una tubería metálica cilíndrica más gruesa que su muslo. Era muy larga e increíblemente pesada pero, trabajando con urgencia, ignorando sus músculos torturados, logró arrastrarla centímetro a centímetro hasta la grieta de la valla y la encajó a lo largo de la misma. Extendió los brazos, mientras el ardor ácido de sus músculos la hacía encogerse. Regresó tambaleándose junto al cable y lo arrastró hasta el borde del agua.
Comenzó a dejarlo caer sobre la parte superior de la tubería, hacia los dos vodyanoi que esperaban abajo, sosteniéndolo con las pocas fuerzas que le quedaban. Soltó más y más cable del rollo que aguardaba, escondido en el corazón del vertedero, y luego hizo descender el extremo hacia las aguas. Finalmente, logró bajarlo lo suficiente como para que Pengefinchess se elevara sacudiendo las piernas hasta casi salir del agua y se agarrase al extremo suelto que bailaba sobre ella. Su peso arrastró varios metros de cable al agua. El borde del vertedero se inclinó peligrosamente sobre el río, pero el cable se deslizaba sobre la suave superficie de la tubería, haciendo que se tensara contra la valla a ambos lados y corriendo sin encontrar resistencia sobre ella.
Pengefinchess volvió a elevarse y a tirar, se sumergió y tiró hacia el fondo del río. Liberado de las presas y ángulos del suelo inorgánico que lo aprisionaban, el cable la siguió con rápidos espasmos, deslizándose de forma tosca sobre la superficie del vertedero y zambulléndose en las aguas.
Derkhan observaba su intermitente progreso, repentinas convulsiones de movimiento que se producían mientras los vodyanoi sumergidos en el fondo del río coleaban con las piernas y nadaban con todas sus fuerzas. Sonrió, un pequeño y fugaz momento de triunfo, y se dejó caer, exhausta, contra un pilar de hormigón roto.
En la superficie del agua no se veía nada que permitiera adivinar la operación que estaba llevándose a cabo debajo de ella. El gran cable se deslizaba a espasmos por la pared del canal y penetraba en el agua, cortando su superficie con un ángulo de noventa grados. Los vodyanoi, se percató Derkhan, debían de estar sumergiendo primero gran cantidad de cable, en vez de empezar a tirar directamente de él en dirección a la otra orilla, lo que habría hecho que un extremo sobresaliese por encima de la superficie del agua.
Al cabo de un rato, el cable dejó de moverse. Derkhan observó en silencio, esperando alguna señal que le indicase lo que estaba ocurriendo bajo el agua.
Pasaron los minutos. Algo emergió en el centro del río.
Era un vodyanoi, que alzaba un brazo a modo de celebración o saludo o señal. Derkhan le devolvió el gesto, entornó la mirada para poder ver de quién se trataba y para distinguir si le estaban tratando de enviar un mensaje.
El río era muy ancho y la figura no se distinguía con claridad. Entonces Derkhan vio que la figura empuñaba un arco compuesto y supo que debía de tratarse de Pengefinchess. Vio que el saludo era una seca despedida y respondió con más entusiasmo, mientras arrugaba el entrecejo.
Tenía muy poco sentido, se dio cuenta Derkhan, haber rogado a Pengefinchess que los ayudara en esta última etapa de la cacería. Indudablemente les había facilitado las cosas pero hubieran podido arreglárselas sin ella, recurriendo a la ayuda de algunos más de los seguidores vodyanoi del Consejo. Y tenía asimismo poco sentido sentirse afectada por su marcha, siquiera de forma remota; desearle suerte a Pengefinchess; despedirse con aquellos sentimientos y sentir una vaga pérdida. La mercenaria vodyanoi los estaba abandonando, desaparecía en busca de contratos más lucrativos y seguros. Derkhan no le debía nada, y mucho menos agradecimientos o afecto.
Pero las circunstancias las habían hecho camaradas, y Derkhan sentía verla marchar. Ella había sido parte, una pequeña parte, de aquella caótica lucha de pesadilla, y lamentaba su desaparición.
El brazo y el arco desaparecieron. Pengefinchess volvió a sumergirse.
Derkhan le dio la espalda al río y regresó al laberinto del Consejo.
Siguió el rastro del cable estropeado a través de los recovecos de aquel escenario de desechos, hasta llegar a la presencia del constructo. El avatar esperaba junto al menguado rollo de cable con revestimiento de goma.
— ¿Ha tenido éxito el cruce? —preguntó tan pronto como la vio. Avanzó con paso tambaleante mientras el cable que emergía de su cavidad cerebral saltaba delante de él. Derkhan asintió.
—Tenemos que preparar las cosas aquí—dijo ella—. ¿Dónde está la salida?
El avatar se volvió y le indicó que lo siguiera. Se detuvo un momento y recogió el otro extremo del cable. Se tambaleó a causa de su peso pero no se quejó ni pidió ayuda, y Derkhan tampoco se la ofreció voluntariamente.
Con el grueso cable aislante bajo el brazo, el avatar se aproximó a la constelación de desperdicios que Derkhan reconoció como la cabeza del Consejo de los Constructos (con un leve estremecimiento de incomodidad, como si estuviese mirando el libro de trucos ópticos de un niño, como si la silueta dibujada con tinta del rostro de una joven se hubiese trocado de pronto por la de una bruja). Todavía seguía inclinado de lado, sin dar señales de vida.
El avatar extendió el brazo sobre la doble reja que hacía las veces de metálica dentadura del Consejo. Detrás de una de las enormes luces que Derkhan supo que eran sus ojos, un nudo enmarañado de cables y tubos y tuberías se soltó de un compartimiento, en cuyo interior operaban las válvulas tartamudeantes de un motor analítico de vasta complejidad.
Era la primera señal de que el gran constructo era consciente. Derkhan creyó ver el tenue resplandor de una luz, creciendo y menguando, en el interior de los enormes ojos del Consejo.
El avatar colocó el cable en posición, a un lado del cerebro analógico, uno de los muchos que formaban la peculiar e inhumana consciencia del Consejo. Desenroscó varios de sus gruesos alambres y otros tantos del violento despliegue de metal que era la cabeza del autómata. Derkhan apartó la mirada, asqueada, mientras el avatar ignoraba plácidamente el modo en que el afilado metal provocaba profundos desgarrones en su carne y la sangre espesa y gris se derramaba en espesos borbotones sobre su piel putrefacta.