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Después de eso, Isaac empezó a reparar en los habitantes del tejado de la estación. Pequeñas fogatas chisporroteaban en patios secretos, cuidadas por figuras oscuras y hambrientas. Hombres que dormían acurrucados en las esquinas, al pie de antiguas torres. Era una sociedad alternativa, atenuada. Pequeñas tribus de vagabundos que vivaqueaban. Una ecología por completo diferente.

Muy por encima de las cabezas de la gente de los tejados, los hinchados aeróstatos recorrían pesados el cielo. Depredadores ruidosos. Mugrientas motas de luz y oscuridad que se movían de forma inquieta bajo el manto de la noche.

Para alivio de Isaac, la zona situada en lo alto de la colina de tejados era llana y medía unos cinco metros cuadrados. Lo bastante grande. Sacudió el arma para indicarle a Andrej que se sentara, cosa que el anciano hizo, dejándose caer lenta y precipitadamente en la esquina más lejana. Se acurrucó sobre sí mismo y se abrazó las rodillas.

—Yag —dijo Isaac—. Vigílalo, amigo —Yagharek soltó el extremo final del cable que había estado transportando y montó guardia en el borde del pequeño espacio abierto, mirando hacia abajo a lo largo del gradiente del masivo tejado. Isaac se tambaleó bajo el peso del saco. Lo dejó en el suelo y empezó a descargar su contenido.

Tres cascos acristalados, uno de los cuales se puso. Derkhan tomó otro y le dio un tercero a Yagharek. Cuatro motores analíticos del tamaño de grandes máquinas de escribir. Dos grandes baterías, químico-taumatúrgicas. Otra batería, esta un modelo de metarrelojería de diseño khepri. Varios cables de conexión. Dos grandes cascos de comunicación, del tipo utilizado en Isaac por el Consejo de los Constructos para atrapar a la primera polilla. Antorchas. Pólvora negra y munición. Un haz de tarjetas de programación. Un puñado de transformadores y convertidores taumatúrgicos. Circuitos de cobre y peltre de propósito desconocido. Pequeños motores mecánicos y dinamos.

Todo estaba estropeado. Abollado, agrietado y sucio. Era una triste visión. No parecía nada. Basura.

Isaac se agachó junto a ello y empezó a prepararse.

Su cabeza se tambaleaba bajo el peso del casco. Conectó dos de los motores de cálculo para convertirlos en una red poderosa. Entonces empezó una tarea mucho más complicada: conectar las demás piezas en un circuito coherente.

Los motores mecánicos estaban unidos a los cables y estos a los motores analíticos, más grandes. Revisó las entrañas del otro motor, comprobando ajustes sutiles. Había cambiado su circuitería. Las válvulas de su interior ya no eran solo interruptores binarios. Estaban sintonizadas especifica y cuidadosamente a todo lo incierto y lo cuestionable; las áreas grises de la matemática de crisis.

Introdujo pequeños enchufes en los receptores y conectó el motor de crisis a las dinamos y transformadores que convertían una asombrosa forma de energía en otra. Un circuito insólito y dislocado empezó a desperdigarse por el pequeño espacio plano del tejado.

La última cosa que extrajo del saco y conectó a la extendida maquinaria era una caja de latón negro toscamente soldado, del tamaño aproximado de un zapato. Tomó el extremo del cable, el enorme trabajo de ingeniería guerrillera que se extendía a lo largo de más de tres kilómetros, hasta la enorme inteligencia oculta del vertedero en el Meandro Griss. Desenrolló hábilmente los extremos de los alambres y los conectó a la caja negra. Levantó la vista hacia Derkhan, que lo estaba observando mientras apuntaba con la pistola a Andrej.

—Esto es un rompiente —dijo—, una válvula circuito. Solo fluye en un sentido. Estoy cortando el acceso del Consejo a todo esto —dio unas palmadas a las diversas piezas del motor de crisis. Derkhan asintió con lentitud. El cielo se había vuelto negro por completo. Isaac levantó la mirada hacia ella y frunció los labios—. No podemos dejar que esa cosa de mierda acceda al motor de crisis. Tenemos que evitarlo —le explicó mientras conectaba los dispares componentes de la máquina—. ¿Recuerdas lo que nos dijo? ¿Que el avatar era un cuerpo que había sacado del río? ¡Y una mierda! Ese cuerpo está vivo… carece de mente, sí, pero el corazón late y los pulmones respiran aire. El Consejo de los Constructos tuvo que sacarle el cerebro a ese cuerpo mientras aún estaba vivo. Esa es la cuestión. Si no fuera así, simplemente se pudriría. No sé… puede que fuera un miembro de esa congregación demente que se ofreciera en sacrificio, puede que fuera algo voluntario. Pero puede que no. Sea como sea, al Consejo no le preocupa asesinar a seres humanos o de otras especies si eso le es… útil. Carece de empatia y de moral —continuó Isaac mientras empujaba con fuerza una resistente pieza de metal—. No es más que una… una inteligencia calculadora. Costes y beneficios. Está tratando de… maximizarse. Hará lo que sea necesario… nos mentirá, nos matará, para incrementar su poder.

Isaac se detuvo un momento y miró a Derkhan.

—Y tú sabes —dijo con voz suave— que esa es la razón de que quiera el motor de crisis. No dejaba de pedirlo. Eso me hizo pensar. Para eso sirve esto —dio unas palmaditas a la válvula circuito—. Si conectara directamente al Consejo, él podría obtener retroalimentación del motor, hacerse con su control. No sabe que estoy utilizando esto, razón por la cual está tan interesado en que lo conectemos. No sabe cómo fabricar su propio motor: te apuesto el culo de Jabber a que por eso está tan interesado en nosotros. Dee, Yag, ¿sabéis lo que este motor puede hacer? Quiero decir, es un prototipo… pero si funciona como debería, si entrarais en su interior, vierais el diseño, lo hicierais más sólido, solventaseis los problemas… ¿sabéis lo que podría hacer? Todo —guardó silencio durante un momento mientras sus manos conectaban los cables—. Las crisis están por todas partes y si este motor puede detectar el campo, aprovecharse de él, canalizarlo… podrá hacerlo todo. Yo estoy limitado a causa de las matemáticas implicadas. Tienes que expresar en términos matemáticos lo que quieres que el motor haga. Para eso son las tarjetas de programación. Pero el puto cerebro del Consejo lo expresa todo de manera matemática. Si ese hijo de puta logra enlazarse con el motor de crisis, sus seguidores dejarán de estar locos. Porque, ¿sabéis que lo llaman el MecaDios? Bueno… pues si eso ocurre, tendrán razón.

Los tres guardaron silencio. Andrej movía los ojos de un lado a otro, sin comprender una sola palabra.

Isaac trabajaba en silencio. Trataba de imaginarse la ciudad sometida al Consejo de los Constructos. Pensó en él, conectado al pequeño motor de crisis, construyendo más y más motores de una escala cada vez mayor, conectándolos a su propio tejido, alimentándolos con su propia potencia taumatúrgica y elictroquímica y de vapor. Válvulas monstruosas martilleando en las profundidades del vertedero, doblando y sangrando el tejido de la realidad con la facilidad de un pezón hilador de la Tejedora, al servicio de la voluntad de una inteligencia vasta y fría, puro cálculo consciente, caprichosa como un bebé.

Acarició la válvula circuito, la sacudió ligeramente y rezó para que su mecanismo fuera sólido.

Isaac suspiró y extrajo el grueso haz de tarjetas de programación que el Consejo había impreso. Cada una de ellas estaba marcada con la tambaleante letra de máquina de escribir del Consejo. Isaac levantó la mirada con aire burlón.

—Todavía no son las diez, ¿verdad? —dijo. Derkhan sacudió la cabeza—. Aún no hay nada en el aire, ¿no te parece? Las polillas no han salido todavía. Preparémonos para cuando lo hagan.

Bajó la vista y apretó los interruptores de dos de las baterías químicas. Los reactivos de su interior se mezclaron. El sonido de la efervescencia resultaba apenas audible; se produjo un súbito coro de válvulas castañeteantes y aumentos de tensión mientras la corriente empezaba a fluir. La maquinaria del tejado cobró vida con un brusco chasquido.