Isaac cerró los ojos con un alivio breve y exhausto y luego volvió a abrirlos.
— ¡No te lo quites! —siseó—. ¡Ajústatelo!
Con dedos que se movían con tanta elegancia como los de un maestro sastre, la araña lo hizo.
…HARÁS COSQUILLAS Y BROMAS… farfullaba de forma ininteligible… COMO LAS CRÍAS PENSANTES GOTEAN POR METAL CHAPOTEANTE Y MEZCLAN EN EL FANGO MI CÓLERA MI ESPEJO UNA MIRÍADA DE BURBUJAS DE FORMAS DE ONDAS CEREBRALES QUE EXPLOTAN Y TEJEN PLANES MÁS Y MÁS Y MÁS AÚN MI INGENIOSO MAESTRO ARTESANO…
Y mientras la Tejedora continuaba canturreando con proclamas incomprensibles y oníricas, Isaac vio que la última de las correas se tensaba bajo sus terroríficas mandíbulas: giró los interruptores que abrían las válvulas del casco de Andrej y apretó la sucesión de palancas que hacían funcionar toda la potencia de procesamiento de las calculadoras analíticas y el motor de crisis. Retrocedió.
Corrientes extraordinarias recorrieron a toda velocidad la maquinaria que había frente a ellos.
Se produjo un momento de inmovilidad casi total, en el que incluso la lluvia pareció detenerse.
Chispas de colores diversos y extraordinarios saltaron de las conexiones.
Un arco masivo de potencia tensó de pronto por completo el cuerpo de Andrej. Una corona de luz inestable lo rodeó durante un instante. El asombro y el miedo cristalizaban su cuerpo.
Isaac, Derkhan y Yagharek lo observaban, paralizados.
Mientras las baterías enviaban grandes esputos de partículas cargadas y aceleradas por el intrincado circuito, flujos de potencia y órdenes procesadas interactuaban en complejos bucles de retroalimentación, un drama infinitamente veloz que se desarrollaba a escala femtoscópica.
El casco de comunicaciones empezó su labor, absorbiendo las emanaciones de la mente de Andrej y amplificándolas en un flujo de taumaturgones y ondas. Recorrieron el circuito a la velocidad de la luz y se encaminaron hacia el embudo invertido que las enviaría en silencio hacia el éter.
Pero fueron desviadas.
Fueron procesadas, leídas, matematizadas por el ordenado martilleo de diminutas válvulas e interruptores.
Al cabo de un momento infinitamente pequeño, dos nuevas emisiones de energía irrumpieron en el circuito. Primero vino la que procedía de la Tejedora, fluyendo en tropel desde el casco que llevaba. Una diminuta fracción de segundo más tarde, llegó con un chispazo la corriente del Consejo de los Constructos, a través del tosco cable que los comunicaba con el vertedero del Meandro Griss, dando tumbos arriba y abajo por las calles, a través de las válvulas-circuito en un gran despliegue de potencia, hasta los circuitos del casco de Andrej.
Isaac había visto cómo las polillas asesinas babeaban y pasaban sus lenguas indiscriminadamente por el cuerpo de la Tejedora. Las había visto embriagadas, pero no saciadas.
Todo el cuerpo de la Tejedora emanaba ondas mentales, se había dado cuenta de ello, pero no eran como las de ninguna otra raza inteligente. Las polillas asesinas lamían ansiosamente y probaban su sabor… pero no encontraban sustento en ella.
La Tejedora pensaba en un continuo, incomprensible, giratorio torrente de consciencia. No había capas en su mente, no había ego que controlase las funciones inferiores ni córtex animal que mantuviera la mente asentada. Para la Tejedora, no había sueños durante la noche, no había mensajes ocultos provenientes de las esquinas secretas de la mente, no había limpieza a fondo de la basura acumulada con el material sobrante de una consciencia ordenada. Para la Tejedora, el sueño y la vigilia eran una misma cosa. La Tejedora soñaba con ser consciente y su consciencia era su sueño, en una interminable e insondable sucesión de imagen, deseo, cognición y emoción.
Para las polillas asesinas, era como la espuma de una bebida efervescente. Era embriagadora y deliciosa pero carecía de principio organizador, de sustrato. De sustancia. Aquellos sueños no bastaban para alimentarlas.
La extraordinaria ráfaga de la consciencia de la Tejedora irrumpió a través de los cables en los sofisticados motores.
Y justo detrás de ella vino el torrente de partículas proveniente del cerebro del Consejo de los Constructos.
En extremo contraste con el frenesí viral que lo había engendrado, el Consejo de los Constructos pensaba con estremecedora exactitud. Los conceptos se reducían a una multiplicidad de interruptores encendido-apagado, un solipsismo privado de alma que procesaba la información sin la complicación arcana de los deseos o la pasión. Una voluntad de existencia y engrandecimiento, desprovisto de toda psicología, una mente contemplativa e infinita, circunstancialmente cruel.
Para las polillas asesinas era completamente invisible, pensamiento sin consciencia. Era carne sin sabor ni olor, calorías-pensamiento vacías, inconcebibles como nutrientes. Como cenizas.
Lamente del Consejo se derramó en la máquina… y hubo un momento de intensa actividad mientras se enviaban órdenes por las conexiones de cobre desde el vertedero, mientras el Consejo trataba de absorber de vuelta a sí la información y el control del motor. Pero el circuito rompeolas era sólido. El flujo de partículas solo se producía en un sentido.
Fue asimilado al pasar a través del motor analítico.
Se alcanzó un grupo de parámetros. Instrucciones complejas tamborilearon a través de las válvulas.
En el transcurso de un séptimo de segundo, había comenzado una rápida secuencia de actividad procesadora.
La máquina examinó la forma de la primera entrada x, la firma mental de Andrej.
Simultáneamente, dos órdenes subsidiarias se enviaron por los tubos y los cables. Modelo de forma de entrada y, decía una, y los motores cartografiaron la extraordinaria corriente mental de la Tejedora; Modelo de forma de entrada z, e hicieron lo mismo con las vastas y poderosas ondas cerebrales del Consejo de los Constructos. Los motores analíticos calcularon el factor de escala de la salida y se concentraron en los paradigmas, las formas.
Las dos líneas de programación se fundieron para conformar una orden terciaria: Duplicar forma de onda de entrada x con entradas y, z.
Los comandos eran extraordinariamente complejos. Dependían de las máquinas avanzadas de cálculo que había proporcionado el Consejo de los Constructos y la intrincación de sus tarjetas de programación.
Los mapas matemático-analíticos de la realidad (incluso simplificados e imperfectos, defectuosos como inevitablemente eran) se convirtieron en plantillas. Las tres fueron comparadas.
La mente de Andrej, como la de cualquier humano cuerdo, cualquier vodyanoi o khepri o cacto cuerdo o cualquier otra criatura inteligente, era una unidad de consciencia y subconsciencia sumida en una dialéctica constantemente convulsa, la supresión y canalización de los sueños y los deseos, la recurrente recreación de lo subliminal a través de lo contradictorio, el ego racional-caprichoso. Y viceversa. La interacción de diferentes niveles de consciencia para formar un todo inestable y en permanente estado de auto-renovación.
La mente de Andrej no era como la fría racionalización del Consejo ni como la poética oneiroconsciencia de la Tejedora.
x, reseñaron los motores, era diferente a y y diferente a z.
Pero, dotada de estructura subyacente y flujo subconsciente, de racionalidad calculadora y deseo impulsivo, de análisis auto-maximizador y carga emocional, x, calcularon los motores analíticos, era igual a y más z.
Los motores psicotaumatúrgicos siguieron las órdenes recibidas. Combinaron y con z. Crearon un duplicado de la forma de onda de xy la emitieron por la salida del casco de Andrej.
Los flujos de partículas cargadas que se vertían en el casco desde el Consejo y la Tejedora se añadieron para formar un único y vasto todo. Los sueños de la Tejedora, los cálculos del Consejo, se alearon para imitar un subconsciente y un consciente, la mente humana en funcionamiento. Los nuevos ingredientes eran más poderosos que las débiles emanaciones de Andrej en un factor de enorme magnitud. La inmensidad de este poder no menguó mientras la nueva y enorme corriente se precipitaba hacia la ensanchada trompeta que apuntaba al cielo.