La Tejedora estaba pasando su dedo índice sobre el agua del tejado, dejando un rastro de piedra seca y chamuscada en forma de patrones y dibujos de flores, mientras seguía susurrando para sí. El cuerpo de Andrej se sacudía recorrido por la corriente. Sus ojos giraban en las órbitas de forma desconcertante.
—¡joder! —gritó Isaac, desesperado y furioso.
—Cierra la boca y pelea —siseó Derkhan. Se tendió sobre el suelo y se asomó cuidadosamente sobre el borde del tejado. Los soldados, muy bien entrenados, se encontraban demasiado cerca como para estar tranquilos. Apuntó y disparó con la mano izquierda.
Hubo una explosión súbita que pareció amortiguada por la lluvia. El oficial más próximo, que había ascendido casi la mitad de la pendiente, retrocedió tambaleándose mientras la bala golpeaba su armadura a la altura del pecho, rebotaba y se perdía en la oscuridad. Se balanceó momentáneamente sobre el borde del pequeño tejado-escalón en el que se encontraba y logró enderezarse. Mientras se relajaba y daba un paso hacia delante, Derkhan disparó su otra arma.
La placa del rostro del oficial se hizo añicos en una explosión sangrienta. Una nube de carne estalló en la parte trasera de su casco. Su rostro se hizo visible un instante, una mirada de asombro salpicada de fragmentos de cristal reflectante, cubierto por la sangre que brotaba de un agujero bajo su ojo derecho. Pareció saltar de espaldas como un campeón deportivo y descendió de forma elegante siete metros hasta chocar con un estruendo sordo contra la base del tejado.
Derkhan rugió triunfante y su grito se convirtió en palabras:
— ¡Muere, puerco! —bramó. Retrocedió para apartarse de la vista mientras una rápida salva de disparos destrozaba el ladrillo y la piedra que había encima y debajo de ella.
Isaac se dejó caer sobre cuatro patas a su lado y la miró. Resultaba imposible de asegurar en medio de la pesada lluvia, pero creía que estaba sollozando furiosamente. Ella se apartó rodando del borde del tejado para recargar sus pistolas. Advirtió la mirada de Isaac.
— ¡Haz algo! —le gritó.
Yagharek estaba de pie, un poco apartado del borde, porque se asomaba cada pocos segundos, esperando a que los hombres estuvieran al alcance de su látigo. Isaac avanzó a rastras y se asomó sobre el bordillo de la pequeña plataforma. Los hombres se estaban aproximando, ahora con más cautela, escondiéndose en cada nivel, sin dejarse ver, pero moviéndose a pesar de ello con increíble rapidez.
Isaac apuntó y disparó. Su bala impactó contra la pizarra sin hacer nada y manchó de polvo al soldado que marchaba en vanguardia.
— ¡Maldita sea! —siseó y retrocedió para recargar su arma. Una fría certeza de derrota se estaba apoderando de él. Había demasiados hombres y se acercaban demasiado deprisa. En cuanto la milicia llegase arriba, no tendrían defensa. Si la Tejedora acudía en su ayuda, perderían su cebo y las polillas asesinas escaparían. Podrían llevarse uno, dos o tres de los oficiales con ellos, pero no podrían escapar.
Andrej se sacudía arriba y abajo, arqueando la espalda y debatiéndose contra sus ligaduras. Los nervios entre los ojos de Isaac cantaban mientras el flujo de energía continuaba escaldando el éter. Los aeróstatos se estaban acercando. Isaac arrugó el rostro y se asomó por el borde de la plataforma. En la extensión quebrada de tejados que había debajo de ellos, los borrachos y los vagabundos se escabullían como animales asustados.
Yagharek chilló como un cuervo y señaló con el cuchillo.
Tras los soldados, en el aplanado paisaje de tejados que habían superado, una figura embozada surgió de una sombra, semejante a un eidolón, como si se hubiese materializado de la nada.
Su arremolinada capa despidió un destello verde botella.
Algo escupió intenso fuego y ruido desde la mano extendida de la figura, tres, cuatro, cinco veces. Isaac vio como un soldado, a medio camino de la pendiente, se inclinaba y se desplomaba en una fea cascada orgánica por toda la extensión de ladrillo. Mientras caía, dos hombres más se tambalearon y lo siguieron. Uno estaba muerto, la sangre se acumuló bajo su cuerpo tendido y se diluyó con la lluvia. El otro se arrastró unos metros y profirió un chillido horrendo desde debajo de la máscara mientras se llevaba las manos a sus sangrantes costillas.
Isaac contempló asombrado la escena.
— ¿Quién coño es ese? —gritó—. ¿Qué cono está pasando? —debajo de ellos, su misterioso benefactor se había cobijado en un charco de sombra. Parecía estar haciendo algo con su arma.
Debajo de ellos, los soldados se habían quedado paralizados. Alguien vociferó órdenes bruscas, incomprensibles. Era evidente que estaban confusos y asustados.
Derkhan escudriñaba la oscuridad con una mirada de esperanza perpleja.
—Que los dioses te bendigan —gritó a la noche. Volvió a disparar con la mano izquierda, pero la bala impactó ruidosamente y sin causar daño en los ladrillos.
Diez metros por debajo de ellos, el herido seguía gritando. Trataba en vano de desabrocharse la máscara.
La unidad se dividió. Un hombre se agachó tras un afloramiento de ladrillos, alzó su rifle y apuntó a la oscuridad en la que se escondía el recién llegado. Varios de los hombres restantes empezaron a descender hacia el nuevo atacante. Los otros volvieron a ascender, a velocidad redoblada.
Mientras los dos pequeños grupos se movían arriba y abajo por la resbaladiza pendiente de los tejados, la figura extraña volvió a salir y disparó con extraordinaria rapidez. Tiene una especie de pistola repetidora, pensó Isaac con asombro, y entonces se sobresaltó al ver que dos oficiales más retrocedían desde el tejado, un poco más abajo de donde él se encontraba, y caían dando vueltas, gritando y rebotando brutalmente por la pendiente.
Isaac se dio cuenta de que el hombre no estaba disparando a los oficiales que se habían vuelto hacia él, sino que estaba concentrándose en proteger la pequeña plataforma, eligiendo como objetivos a los que más se aproximaban con magnífica pericia. Ahora era vulnerable a un ataque masivo.
Tres metros por debajo de Isaac, los soldados se estaban acercando. Volvió a disparar y logró robarle el resuello a un hombre, pero no atravesó su armadura. Derkhan disparó y, más abajo, el tirador apostado profirió una imprecación y soltó su rifle, que cayó ruidosamente.
Isaac recargó su arma con velocidad desesperada. Volvió la mirada hacia su máquina, vio que Andrej estaba hecho un ovillo bajo el muro. Tiritaba y su cara estaba manchada de saliva. La cabeza de Isaac latía siguiendo un extraño ritmo que provenía del creciente incendio de ondas mentales. Levantó la vista al cielo. Vamos, pensó, vamos, vamos. Volvió a mirar hacia abajo mientras recargaba, tratando de encontrar al misterioso recién llegado.
Estuvo a punto de gritar de miedo por su desconocido protector al ver que cuatro fornidos y bien armados soldados avanzaban al trote hacia la sombra en la que se había escondido.
Algo emergió de la oscuridad a gran velocidad, saltando de sombra en sombra y esquivando el fuego de los oficiales con extraordinaria facilidad. Sonó una patética descarga de disparos y los rifles de los cuatro hombres quedaron vacíos. Mientras se apoyaban sobre una rodilla para recargar, la figura embozada abandonó las tinieblas que la cobijaban y se irguió a unos pocos pasos de ellos.
Isaac la veía desde detrás, iluminada por la brusca y fría luz de alguna lámpara de flogisto. Su rostro estaba vuelto hacia la milicia. Su capa estaba desgastada y llena de parches. Isaac podía ver a duras penas una pequeña y gruesa pistola en su mano izquierda. Mientras las impasibles máscaras de cristal resplandecían bajo la luz y los cuatro oficiales parecían ceder a una momentánea inmovilidad, algo se extendió desde la mano derecha del hombre. Isaac no podía verlo con claridad, así que entornó la mirada hasta que el desconocido se movió ligeramente y alzó el brazo para mostrar la cosa dentada, mientras la manga de su prenda se hacía a un lado.