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Era una enorme hoja serrada que se abría y cerraba ligeramente, como un par de crueles tijeras. Del codo del hombre sobresalía quitina nudosa, y en el extremo de la pinza prensil brillaba la punta de una cuchilla curvada.

El brazo derecho del hombre había sido reemplazado, rehecho, con una vasta garra de mantis.

Derkhan e Isaac lo miraron boquiabiertos y gritaron a un tiempo su nombre:

— Jack Mediamisa!

Mediamisa, el Fugado, el Jefe de los libertos, el hombre mantis, avanzó rápidamente hacia los soldados.

Estos levantaron las armas y sacaron las brillantes bayonetas.

Mediamisa los esquivó con velocidad de bailarina, cerró su miembro rehecho y retrocedió para alejarse con facilidad. Uno de los oficiales cayó, mientras la sangre manaba a borbotones de su lacerado cuello y se derramaba por detrás de su máscara.

Mediamisa había vuelto a marcharse y acechaba, dejándose ver solo en parte.

La atención de Isaac se vio distraída por un oficial que apareció sobre el alfeizar de una ventana, apenas dos metros por debajo de él. Disparó con demasiada rapidez y falló, pero algo sobre él serpenteó y golpeó violentamente el yelmo del soldado. Este se tambaleó, cayó hacia atrás y al instante se preparó para un nuevo ataque. Yagharek recogió rápidamente su pesado látigo, presto para utilizarlo de nuevo.

— ¡Vamos, vamos! —le gritó Isaac al cielo.

Los navíos aerostáticos eran ahora figuras gruesas y amenazantes que descendían sobre ellos, preparadas para atacar. Mediamisa describía círculos alrededor de los atacantes, se precipitaba sobre ellos para mutilar a alguno y volvía a disolverse en la oscuridad. Derkhan estaba gritando, un pequeño aullido desafiante, cada vez que disparaba. Yagharek permanecía en posición, el látigo y el cuchillo temblando en sus manos. La milicia los tenía rodeados pero avanzaba lentamente, acobardada, temerosa, esperando a que llegasen los refuerzos.

Poco a poco, el monólogo de la Tejedora fue ganando en volumen, desde un susurro en el fondo del cráneo hasta una voz que avanzaba reptando a través de la carne y el hueso, llenando el cerebro.

…LO ES LO ES ESOS ASQUEROSOS ASESINOS ESOS ABURRIDOS VAMPIROS DEL PATRÓN QUE CHUPAN LA SANGRE AL PAISAJE DE LA TELA LO ES VIENEN SILBAN POR ESTE TORRENTE ESTA CORNUCOPIA ESTA ABUNDANCIA DE COMIDA QUE NO ES CUIDADO Y VIGILAD… decía… RICA DESTILACIÓN QUE SABE INCÓMODA EN EL PALADAR…

Isaac levantó la vista con un grito mudo. Escuchó un batir de alas, un golpeteo de aire agitado. Aquella lluvia de resplandores, la explosión de ondas mentales inventadas que hacían temblar su espina dorsal, continuaba batiendo mientras se aproximaba un sonido, oscilando de forma frenética entre la materia y el éter.

Un brillante carapacho descendió a través de las ondas termales: patrones agitados de color atravesaron violentamente el cielo en dos pares reflejados de alas de formas mutables. Miembros enrevesados y espinosas púas orgánicas trepidaron de impaciencia.

Famélica y temblorosa, la primera de las polillas asesinas había llegado.

El pesado cuerpo segmentado descendió describiendo una espiral, muy pegado a la columna de ardiente éter, como si estuviese en una montaña rusa. La lengua de la polilla la lamió ávidamente: estaba inmersa en un embriagador licor cerebral.

Mientras Isaac alzaba la mirada exultante hacia el cielo, vio otra forma que se acercaba revoloteando y luego otra, negro sobre negro. Una de las polillas descendió describiendo un arco brusco para pasar directamente bajo un grueso y pesado aeróstato, y se abalanzó sobre la tormenta de ondas metales que enviaba emisiones por todo el tejido de la ciudad.

El grupo de soldados desplegado sobre el tejado decidió que era el momento de renovar su ataque, y el chasquido sulfuroso de las pistolas de Derkhan despertó a Isaac al peligro. Miró a su alrededor y vio a Yagharek, agazapado en una postura animal, desenrollando su látigo como una mamba medio entrenada hacia el oficial cuya cabeza acababa de aparecer sobre el borde de la plataforma. El arma se cerró alrededor de su cuello y Yagharek tiró con fuerza, haciendo chocar la frente del hombre contra las húmedas tejas de pizarra.

Soltó el látigo con un movimiento brusco mientras el oficial, casi ahogado, caía hacia atrás con gran estruendo.

Isaac empuñó con torpeza su voluminosa arma. Se asomó y vio que dos de los oficiales que se habían vuelto hacia Jack Mediamisa estaban en el suelo, agonizando, mientras manaba la sangre de enormes desgarrones en su carne. Un tercero retrocedía cojeando y se agarraba con una mano el muslo lacerado. Mediamisa y el cuarto hombre habían desaparecido.

Por todo el paisaje de tejados, sonaban los gritos de los soldados, medio en fuga, aterrorizados y confusos. Urgidos por su teniente, reanudaron el avance.

—Mantenedlos a raya —gritó Isaac—. ¡Las polillas se acercan!

Las tres polillas asesinas descendían formando una larga hélice entrelazada, arremolinándose las unas por encima y por debajo de las otras, rotando en orden descendente alrededor de la masiva estela de energía que emergía en un vasto torrente del casco de Andrej. En el suelo, debajo de ellas, la Tejedora bailaba una comedida y pequeña jiga, pero las polillas asesinas no la veían. No advertían nada que no fuera la forma convulsa de Andrej, la fuente del enorme y dulce festín que se derramaba precipitadamente a la atmósfera. Estaban frenéticas.

Los depósitos de agua y las torres de ladrillos se irguieron hacia ellas como manos extendidas mientras, una por una, rompían el horizonte y descendían sobre el nimbo iluminado por las luces de gas de la ciudad.

Tenues ondas de ansiedad brotaban de ellas mientras avanzaban. Había algo fraccionalmente erróneo en el aroma que las rodeaba… pero era tan poderoso, tan increíblemente poderoso y estaban tan borrachas de ello, inestables sobre sus alas y agitándose de codicioso deleite, que no podían detener su vertiginoso descenso.

Isaac oyó que Derkhan profería una obscena imprecación. Yagharek había saltado sobre el tejado hasta ella y con un experto latigazo había hecho caer rodando a su atacante. Isaac disparó a la figura y la oyó gruñir de dolor al ser el músculo de su hombro desgarrado por la bala.

Los aeróstatos estaban ya casi sobre ellos. Derkhan estaba sentada, ligeramente apartada del borde, parpadeando, con los ojos llenos del polvo de ladrillo que había levantado el impacto de una bala en el muro junto a ella.

Quedaban unos cinco soldados en los tejados y seguían avanzando, lenta y sigilosamente.

Una última forma de insecto planeó hacia el tejado desde el sureste de la ciudad. Describió una gran curva en forma de «S» bajo el paso elevado del ferrocarril de Hogar de Esputo y volvió a ascender, volando en alas de las corrientes de la cálida noche, en dirección a la estación.

—Están todas aquí —susurró Isaac.

Mientras recargaba su arma, derramando la pólvora sobre ella a causa de su inexperiencia, levantó la vista. Abrió mucho los ojos: la primera de las polillas se aproximaba. Estaba a unos treinta metros sobre él y luego a veinte y entonces, repentinamente, a siete y a tres. La contempló con pavoroso asombro. Parecía moverse de forma deslizante mientras el tiempo se extendía a su alrededor, fino y muy lento. Isaac vio las patas, medio simiescas y prensiles, y la cola dentada, la enorme boca y los dientes castañeteantes, las cavidades oculares con sus torpes racimos de antenas como gusanos aturdidos, un centenar de extrusiones de carne que lanzaban latigazos y se desplegaban y apuntaban y retrocedían en un centenar de movimientos misteriosos… y las alas, aquellas prodigiosas, temibles alas, constantemente cambiantes, empapadas con un oleaje de colores inauditos que brotaban y retrocedían como bruscas tormentas.