Los rehechos atravesaron sin titubeos la corta barrera de ladrillos y solo vacilaron un instante al ver la enorme y parpadeante forma de la gigantesca araña saltando adelante y atrás entre los ladrillos, llevando tres figuras colgadas de la espalda como si fueran muñecas.
Las tropas de Motley retrocedieron lentamente hacia el borde, mientras la lluvia barnizaba sus impasibles rostros de metal. Sus pesados pies aplastaron los restos de los motores que yacían diseminados sobre el tejado.
Mientras observaban, la Tejedora alargó una de sus patas y apresó a un amedrentado soldado, que aulló de terror mientras lo izaba por la cabeza. El hombre sacudió violentamente los brazos, pero la Tejedora los apartó y lo abrazó como si fuera un niño.
…NOS VAMOS DE CAZA AHORA HEMOS DE MARCHARNOS… SUSURRÓ a todos los presentes. Caminó de lado hasta la cornisa del tejado, como si no estuviese cargando peso alguno, y desapareció.
Durante dos o tres segundos, solo la lluvia, espasmódica y deprimente, sonó sobre el tejado. Entonces Mediamisa lanzó una última ráfaga de disparos desde lo alto, obligando a desperdigarse tanto a los milicianos como a los rehechos. Cuando todos ellos volvieron a salir cautelosamente, no hubo nuevos ataques. Jack Mediamisa había desaparecido.
La Tejedora y sus acompañantes no habían dejado el menor rastro.
La polilla asesina volaba entre corrientes de aire. Estaba asustada y frenética.
Cada cierto tiempo dejaba escapar un chillido en diversos registros sónicos, pero no recibía respuesta. Sentía miseria y confusión.
Y al mismo tiempo, por encima de todo ello, su infernal apetito estaba creciendo de nuevo. No se había librado de su hambre.
Debajo de ella el Cancro fluía por la ciudad, moteado por las pequeñas luces sucias de las barcazas y las embarcaciones de placer que recorrían su negra superficie. La polilla se frenó y empezó ascender en espiral.
Una línea de humo sucio era arrastrada lentamente sobre el rostro de Nueva Crobuzon, que dejaba marcado como con un tachón de lápiz, mientras un tren tardío se dirigía hacia el este por la línea Dexter, a través de Gidd y el Puente Barguest, cruzando las aguas en dirección a la estación de Señor Cansado y el Empalme Sedim.
La polilla pasó rápidamente sobre Prado del Señor, planeó bajo sobre los tejados de la facultad universitaria, se detuvo un breve instante en el tejado de la Catedral de la Urraca en Salbur y se alejó revoloteando, presa del hambre y de un miedo solitario. No podía descansar. No podía canalizar su rapacidad para alimentarse.
Mientras volaba, reconoció la configuración de luz y oscuridad que había debajo de ella. Sintió una súbita llamada.
Tras las líneas del ferrocarril, elevándose desde la polvorienta y decrépita arquitectura del Barrio Oseo, las Costillas penetraban en el aire de la noche trazando una colosal curva de marfil. Hicieron brotar un recuerdo en la cabeza de la polilla asesina. Recordó la dudosa influencia de aquellos antiguos huesos que habían convertido al Barrio Óseo en un lugar temible, un lugar del que era mejor escapar, un lugar cuyas corrientes de aire eran impredecibles y donde marejadas nocivas podían contaminar el éter. Imágenes distantes de los días que había pasado apresada mientras la ordeñaban lascivamente, absorbían sus glándulas hasta dejarlas secas, una sensación nebulosa de succión en las tetillas, pero sin que hubiera nada allí… Los recuerdos regresaron a ella.
Estaba completamente acobardada. Buscaba refugio. Anhelaba un nido, algún lugar en el que yacer inmóvil, recuperarse. Algún lugar familiar en el que pudiese tenderse y dejar que se ocuparan de ella. En su miseria, recordó su cautiverio bajo una luz selectiva y deformada. Allí, en el Barrio Óseo, había sido alimentada y limpiada por cuidadores atentos. Aquel lugar había sido un santuario.
Asustada, hambrienta y ansiosa por encontrar alivio, conquistó el miedo que le causaban las Costillas del Barrio Óseo.
Puso rumbo al sur, sintiendo su camino con la lengua a través de rutas medio olvidadas en el aire, esquivando los huesos en busca de un edificio oscuro situado en una pequeña avenida, una terraza de propósito incierto cubierta de brea por la que había salido a rastras semanas atrás.
La polilla asesina viró nerviosamente sobre la peligrosa ciudad y se dirigió a casa.
Isaac se sentía como si llevara varios días dormido y se estiró de forma negligente, dejando que su cuerpo se deslizara adelante y atrás.
Escuchó un grito pavoroso.
Se quedó helado mientras los recuerdos regresaban a él en torrentes, le dejaban saber cómo había llegado hasta allí, hasta los mismos brazos de la Tejedora (se agitó y convulsionó al recordarlo todo).
La araña estaba caminando rápidamente sobre la telaraña del mundo, escabulléndose entre filamentos metarreales que conectaban cada momento con todos los demás.
Recordaba el vertiginoso abismo en el que se había sumido su alma al ver por primera vez la telaraña global. Recordaba unas náuseas que habían arruinado su existencia al encontrarse ante aquella vista imposible. Pugnó por no abrir los ojos. Podía escuchar los balbuceos imprecadores que susurraban Yagharek y Derkhan. Se arrastraban hasta sus oídos no como sonidos, sino como insinuaciones, fragmentos flotantes de seda que se deslizaban al interior de su cráneo y se volvían claros para él. Había otra voz, una cacofonía dentada de un tejido brillante que aullaba de terror.
Se preguntó quién podría ser.
La Tejedora se movió rápidamente a lo largo de pulsantes hebras que seguían el daño y la potencialidad de daño que la polilla asesina había causado y podía volver a causar. Desapareció en un agujero, un turbio embudo de conexiones que serpenteaba a través de la materia de esa compleja dimensión y volvió a emerger en la ciudad.
Isaac sintió el aire contra su mejilla, madera bajo sus pies. Despertó y abrió los ojos.
Le dolía la cabeza. Levantó la mirada. Su cuello se tambaleó hasta que se acostumbró al peso del casco, que llevaba todavía en la cabeza y cuyos espejos seguían milagrosamente intactos.
Estaba tendido sobre un rayo de luz de luna, en un pequeño y sucio ático. A través de las paredes y el suelo se filtraban los sonidos del lugar.
Derkhan y Yagharek se estaban poniendo en pie cuidadosa y lentamente, apoyándose sobre los codos al mismo tiempo que sacudían las cabezas. Mientras Isaac observaba, Derkhan extendió las manos rápidamente y se palpó con suavidad los dos lados de la cabeza. La oreja que le quedaba (y la suya, se percató también) estaba intacta.
La Tejedora se erguía en una esquina de la habitación. Avanzó ligeramente e Isaac pudo ver detrás de ella a un oficial. Parecía paralizado. Estaba sentado con la espalda contra la pared, temblando y en silencio, la suave placa facial ladeada y medio caída. El rifle descansaba sobre su regazo. Isaac abrió mucho los ojos al verlo.
Era de cristal. La perfecta e inútil réplica de un mosquete tallada en cristal.
…ESTO ES EL HOGAR PARA EL ALADO HUIDO… zumbó la Tejedora.
Su voz sonaba de nuevo amortiguada, como si el viaje por los planos de la telaraña hubiera absorbido su energía… MIRA MI HOMBRE DE CRISTAL MI JUGUETE MI AMIGUTTO… Susurraba… ÉL Y YO PASAREMOS TIEMPO JUNTOS ESTE ES EL LUGAR DE DESCANSO DE LA POLILLA VAMPIRO AQUÍ PLIEGA SUS ALAS Y SE ESCONDE PARA COMER DE NUEVO JUGARÉ AL TRES EN RAYA Y A LAS CAJAS CON MI SOLDADITO DE CRISTAL…
Retrocedió a la esquina de la habitación y se desplomó repentinamente con una sacudida de las patas. Uno de sus apéndices afilados destelló como la electricidad y se movió con extraordinaria rapidez para grabar una rejilla de tres por tres frente al regazo del comatoso oficial.