Lin se arrastró de forma intermitente por el suelo, hacia la espalda de Isaac, hacia sus brazos extendidos. Cuando estaba muy cerca de él, titubeó. Vio a Motley, transfigurado como si lo hubiera ganado el asombro, mirando más allá de Isaac y por encima de ella, cautivado por… algo.
No sabía lo que estaba pasando, no sabía lo que había detrás de ella.
No sabía nada sobre las polillas.
Isaac vio que vacilaba y comenzó a aullarle que no se detuviera.
Lin era una artista. Creaba con el tacto y con el gusto, haciendo objetos táctiles. Objetos visibles. Esculturas para ser acariciadas y vistas.
Estaba admirada por el color y la luz y la sombra, por el juego mutuo de las formas y las líneas, por los espacios positivos y negativos.
Había pasado mucho tiempo encerrada en un ático.
En su posición, cualquier otro hubiera saboteado la vasta escultura de Motley. Al fin y al cabo, el encargo se había convertido en su sentencia. Pero Lin no la destruyó ni economizó su trabajo. Vertió todo cuanto tenía, toda su energía creadora reprimida, en aquella monolítica y terrible pieza. Tal como Motley había sabido que haría.
Aquella había sido su única evasión. Su único medio de expresión. Privada de toda la luz y el color y las formas del mundo, se había concentrado en su miedo y en su dolor, se había obsesionado creando una presencia por sí misma, la que mejor pudiera seducirla.
Y ahora algo extraordinario había entrado en el ático que era su mundo.
No sabía nada de las polillas asesinas. La orden «no mires atrás», escuchada muchas veces en los cuentos y las fábulas, solo tenía sentido como un interdicto moralista, una lección aprendida por las malas. Seguro que Isaac quería decir «date prisa o no dudes de mí», algo semejante. Su orden solo tenía sentido como exhortación emocional.
Lin era una artista. Degradada y torturada, confundida por el encarcelamiento y el dolor y la abyección, solo comprendió que algo extraordinario, algo capaz de asombrar por completo a la vista, se había alzado detrás de ella. Y, hambrienta por cualquier clase de maravilla tras semanas de dolor en la oscuridad de aquellas grises paredes, sin color ni forma, se detuvo y lanzó una rápida mirada a su espalda.
Isaac y Derkhan gritaron, presa de una incredulidad terrible. Yagharek lanzó un aullido conmocionado, como un cuervo furioso.
Con su ojo sano, Lin abarcó con pavoroso asombro la extraordinaria curva de la forma de la polilla asesina; y entonces reparó en los arremolinados colores de las alas y sus mandíbulas castañetearon un breve instante y quedó en silencio. Hechizada.
Se sentó en cuclillas sobre el suelo, la cabeza apoyada sobre el hombro izquierdo, contemplando estúpidamente a la gran bestia, al remolino de colores. Motley y ella observaban las alas de la polilla mientras sus mentes se desbordaban lejos de ellos.
Isaac aulló y retrocedió tambaleándose, alargando los brazos hacia atrás de forma desesperada.
La polilla asesina extendió un deslizante racimo de tentáculos y arrastró a Lin hacia él. Su vasta y babeante boca se abrió como la puerta a algún lugar estigio. La saliva rancia y cítrica se deslizó sobre el rostro de Lin.
Mientras Isaac avanzaba a tientas hacia atrás en busca de su mano, observando intensamente la escena a través de los espejos, la lengua de la polilla asesina salió con una sacudida de su hedionda garganta y lamió durante un breve instante la cabeza de escarabajo. Isaac volvió a gritar una y otra vez, pero no podía hacer nada para detenerla.
La larga lengua, empapada de baba, se abrió camino deslizándose por las fláccidas mandíbulas de Lin y se sumergió en su cabeza.
Al escuchar los aullidos espantados de Isaac, dos de los rehechos que estaban atrapados tras el enorme corpachón de Motley alargaron los brazos y dispararon erráticamente con sus fusiles de chispa. Uno de ellos falló por completo, pero el otro acertó a la polilla asesina en el tórax y le arrancó un pegote de líquido y un siseo irritado, pero nada más. No era el arma apropiada.
Los dos que habían disparado gritaron a sus compañeros y el pequeño escuadrón empezó a empujar la voluminosa forma de Motley en cuidadosas y coordinadas embestidas.
Isaac buscaba a tientas la mano de Lin.
La garganta de la polilla asesina subía y bajaba mientras la criatura bebía a grandes tragos.
Yagharek se agachó y recogió la lámpara de aceite que descansaba al pie de la escultura. La agitó un instante en su mano izquierda mientras levantaba el látigo con la derecha.
—Sujétala, Isaac —exclamó.
Mientras la polilla apretaba su delicado cuerpo contra el tórax, Isaac sintió que sus dedos se cerraban alrededor de la muñeca de Lin. La agarró con fuerza, tratando de soltarla. Lloró y juró.
Yagharek arrojó la lámpara encendida contra la espalda de la polilla. El cristal se hizo añicos y una pequeña rociada de aceite incandescente se derramó sobre la suave piel. Una llamarada azul trepó a lo largo de la cúpula del cráneo.
La polilla chilló. Una tormenta de frenéticos miembros se alzó, tratando de extinguir el fuego, mientras la criatura sacudía la cabeza, presa por un instante del dolor. Al instante, Yagharek le propinó un latigazo con un golpe salvaje. Mordió la negra piel con un chasquido ruidoso y dramático. El negro cuero se enrolló casi inmediatamente alrededor del cuello.
El garuda tiró rápidamente con todas sus fuerzas. Mantuvo el látigo completamente tenso y se preparó para resistir.
El pequeño fuego seguía encendido, ardiendo tenaz. El látigo apresaba la garganta de la polilla asesina. No podía tragar ni respirar.
Su cabeza se sacudió sobre el cuello alargado. Emitía grititos estrangulados. Su lengua se hinchó y abandonó bruscamente la garganta de Lin. El chorro de consciencia que había tratado de tragar se le había atascado en la garganta. Se aferró al látigo, frenética y aterrorizada. Sacudió las garras y se agitó y se retorció.
Isaac continuaba sujetando la flaca muñeca de Lin y tiró de ella mientras la polilla se convulsionaba en su horripilante danza. Sus miembros temblorosos se alejaron de ella y aferraron en vano la correa que la ahogaba. Isaac logró soltarla por completo, cayó al suelo y se alejó arrastrándose de la enfurecida criatura.
Mientras esta se volvía llena de pánico, sus alas se plegaron y se apartó de la puerta. Al instante, su presa sobre Motley se quebró. El cuerpo compuesto de este cayó hacia delante y se desplomó de bruces mientras su mente volvía a recomponerse a duras penas. Sus hombres pasaron sobre él, corriendo entre la maraña de patas para entrar en la habitación.
En un repugnante tamborileo de apéndices, la polilla asesina giró sobre sí misma. El látigo, arrancado de las manos de Yagharek, le desgarró la piel. El garuda retrocedió tambaleándose, en dirección a Derkhan, fuera del alcance de los convulsos y afilados miembros de la polilla asesina.
Motley se estaba poniendo en pie. Se apartó rápidamente de la bestia y regresó al pasillo.
— ¡Matad a esa maldita cosa! —chilló.
La polilla interpretaba una danza frenética en el centro de la habitación. Los cinco rehechos se reunieron en torno a la puerta. Apuntaron a través de sus espejos.
Tres chorros de gas ardiente escupidos por los lanzallamas, quemaron la piel de la vasta criatura. Trató de chillar mientras sus alas y su quitina crujían y se partían y se quebraban, pero el látigo se lo impidió. Un gran goterón de ácido roció a la contorsionada polilla en plena cara, disolvió las proteínas y componentes de su piel en cuestión de segundos y fundió su exoesqueleto.