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El ácido y la llama devoraron rápidamente el látigo. Sus restos volaron lejos de la polilla mientras esta giraba sobre sí misma, capaz al fin de respirar y gritar.

Chilló de agonía mientras el fuego y el ácido volvían a caer sobre ella. Se abalanzó ciegamente en la dirección de sus atacantes.

Los rayos de energía negra de la pistola del quinto hombre estallaron sobre ella y se disiparon sobre su superficie entumeciéndola y quemándola sin calor. Volvió a chillar pero siguió adelante, una tormenta ciega de llamas que escupía muerte y sacudía a su alrededor hueso serrado.

Los cinco rehechos retrocedieron mientras la criatura avanzaba salvajemente sobre ellos, y siguieron a Motley al pasillo. La furiosa pira viviente chocó contra las paredes, que se prendieron, y buscó a tientas la puerta.

Desde el pequeño pasillo continuaron los sonidos del plasma, el ácido escupido y las púas de energía elictrotau-matúrgica.

Durante varios segundos prolongados, Derkhan y Yagharek e Isaac contemplaron pasmados la entrada. La polilla seguía chillando donde ellos ya no podían verla y el pasillo quedaba inundado de luz parpadeante y calor.

Entonces Isaac pestañeó y bajó la vista hacia Lin, que se hundió en su abrazo.

Él le dijo algo en un siseo, la sacudió.

—Lin —susurró—. Lin… nos marchamos.

Yagharek se acercó rápidamente a la ventana y se asomó a la calle que discurría cinco pisos por debajo. Junto a la ventana, una pequeña y protuberante columna de ladrillos sobresalía del muro y se convertía en una chimenea. Debajo de ella, una tubería de drenaje descendía serpenteando. Se encaramó rápidamente al alféizar de la ventana, alargó la mano hacia la tubería y le dio un tirón. Era sólida.

—Isaac, tráela aquí —dijo Derkhan con urgencia. Isaac levantó a Lin y se mordió el labio al notar lo poco que pesaba. La llevó rápidamente hasta la ventana. Mientras la observaba, el rostro de ella se quebró de pronto en una sonrisa incrédula, extática. El empezó a llorar.

Desde el pasillo, la polilla asesina chillaba débilmente.

— ¡Dee, mira! —siseó Isaac. Las manos de Lin aleteaban erráticas delante de su rostro mientras él la acunaba—. ¡Está cantando! ¡Se pondrá bien!

Derkhan la miró, leyó sus palabras. Isaac observó, sacudió la cabeza.

—No está consciente, son solo palabras al azar, pero, Dee, son palabras… todavía estamos a tiempo…

Derkhan sonrió deleitada. Besó a Isaac con fuerza en la mejilla y acarició suavemente la herida cabeza de escarabajo.

—Sácala de aquí —dijo en voz baja. Isaac se asomó por la ventana y vio a Yagharek, cobijado en una esquina del edificio, sobre una pequeña extrusión de ladrillos, apenas a unos palmos de distancia.

—Dámela y síguenos —dijo Yagharek mientras sacudía su cabeza sobre él. En el extremo este, el largo e inclinado tejado de la casa de Motley se unía con el siguiente edificio, que sobresalía perpendicularmente en dirección sur en una sucesión descendente de construcciones. El paisaje de los tejados del Barrio Óseo se extendía sobre ellos y en todas direcciones; un horizonte elevado; islas de pizarra conectadas sobre las peligrosas calles, que se extendían en la oscuridad durante kilómetros, alejándose de las Costillas en dirección a la Colina Mog y más allá.

Incluso entonces, devorada viva por oleadas de fuego y ácido, aturdida por rayos de energía oscura, la última polilla asesina podría haber sobrevivido.

Era una criatura de una resistencia asombrosa. Podía curarse a velocidades aterradoras.

Si hubiera estado a campo abierto, podría haber saltado, desplegado aquellas alas terriblemente heridas y huido del lugar. Podía haberse obligado a remontar el vuelo, ignorando el dolor, ignorando los quemados copos de piel y quitina que hubieran revoloteado asquerosamente a su alrededor. Podría haber volado hasta las húmedas nubes para extinguir las llamas y limpiarse el ácido.

Si su familia hubiera sobrevivido, si hubiera tenido la confianza de poder regresar con sus hermanas, de poder volver a cazar juntas, no la habría ganado el pánico. Si no hubiera presenciado una carnicería de las de su raza, un estallido imposible de vapores venenosos que había tentado a sus hermanas y las había destruido, la polilla no habría estado loca de miedo y furia y puede que no se hubiera dejado abrumar por el frenesí y no hubiera seguido atacando, atrapándose más y más.

Pero estaba sola. Atrapada entre paredes de ladrillo, en un laberinto claustrofóbico que la constreñía, le impedía extender las alas, no le dejaba lugar alguno al que ir. Asaltada por todas partes por un dolor homicida e interminable. El fuego la atacaba y la atacaba, demasiado rápido para que pudiese curarse.

Recorrió tambaleándose todo el pasillo del cuartel general de Motley, una bola al rojo blanco, extendiendo hasta el fin sus garras dentadas y sus espinas, tratando de cazar. Cayó justo antes de llegar a las escaleras.

Motley y los rehechos la miraron con asombro y pavor desde ellas, rezando para que permaneciera inmóvil, para que no se arrastrara por la escalera y se arrojase llameando sobre ellos.

No lo hizo. Permaneció quieta mientras moría.

Cuando estuvo seguro de que la polilla asesina estaba muerta, Motley envió a sus hombres y sus mujeres arriba y abajo en rápidas columnas, con toallas mojadas y mantas para apagar el fuego que la criatura había dejado a su paso.

Pasaron veinte minutos antes de que estuviera controlado. Las vigas y los tablones del ático estaban doblados y manchados de humo. Había enormes huellas de madera carbonizada y pintura ampollada por todo el pasillo. El cuerpo humeante de la polilla descansaba en lo alto de las escaleras, un irreconocible cuajo de carne y tejido, retorcido por el calor en una forma aún más exótica de la que había tenido en vida.

—Grimnebulin y sus amigos hijos de puta han debido de irse —dijo Motley—. Buscadlos. Descubrid adónde han ido. Encontrad su pista. Seguidla. Esta noche. Ahora.

No resultó difícil saber cómo habían escapado, por la ventana y el tejado. Sin embargo, desde allí podían haberse dirigido en cualquier dirección. Los hombres de Motley se agitaron y se miraron incómodos los unos a los otros.

—Moveos, basura rehecha—bramó Motley—. Encontradlos ahora mismo, seguid su rastro y traédmelos.

Aterrorizados grupos de rehechos, humanos, cactos y vodyanoi, abandonaron la guarida de Motley y se desperdigaron por la ciudad. Hicieron planes vanos, compararon notas, corrieron frenéticamente hasta Sunter, hasta Ecomir y Prado del Señor, hasta Arboleda y la Colina Mog, incluso hasta Malado, cruzando el río hasta la Ciénaga Brock, hasta Gidd Oeste y Griss Bajo y la Sombra y Salpetra.

Podrían haberse cruzado con Isaac y sus compañeros un millar de veces.

En Nueva Crobuzon existía una infinidad de escondites. Había muchos más escondites que personas para guarecerse en ellos, las tropas de Motley no tenían la menor posibilidad.

En noches como aquella, cuando la lluvia y las luces de las farolas cubrían todas las líneas y esquinas del complejo de la ciudad (un palimpsesto de árboles sacudidos por el viento y arquitectura y sonido, ruinas antiguas, oscuridad, catacumbas, solares de obra, casas de huéspedes, tierras baldías, luces y bares y alcantarillas), era un lugar interminable, recursivo, secreto.

Los hombres de Motley volvieron a casa con las manos vacías, asustados.

Motley gritó y gritó a la estatua inacabada que se burlaba de él, perfecta e incompleta. Sus hombres registraron el edificio por si alguna pista se les había pasado por alto.

En la última habitación del pasillo del ático encontraron a un soldado, sentado con la espalda contra la pared, comatoso y solo. Un extraño y hermoso mosquete de cristal descansaba sobre su regazo. Junto a sus pies, alguien había grabado sobre la madera una partida de tres en raya.