Las cruces habían ganado, en tres movimientos.
Corremos y nos escondemos como alimañas perseguidas, pero lo hacemos con alivio y gozo.
Sabemos que hemos ganado.
Isaac lleva a Lin en brazos y algunas veces, cuando el camino se hace duro, se la tiene que cargar sobre el hombro. Nos alejamos a toda prisa. Corremos como si fuéramos espíritus. Cansados y exultantes. La desharrapada geografía del este de la ciudad no puede contenernos. Trepamos sobre vallas bajas y entramos en pequeños patios traseros, toscos jardines con manzanos mutantes y zarzas miserables, abono de dudosa procedencia, barro y juguetes rotos.
Algunas veces una sombra cruza el rostro de Derkhan y la escuchamos murmurar algo. Piensa en Andrej; pero esta noche es difícil sentirse culpable, aunque uno se lo merezca. Se produce un momento sombrío, pero bajo la manta de lluvia cálida que está cayendo, sobre las luces de la ciudad que florecen con la promiscuidad de la maleza, es difícil no mirar a los demás a los ojos y sonreír o graznar suavemente de asombro.
Las polillas han desaparecido.
El coste ha sido terrible, terrible. Hemos tenido que pagar un Infierno. Pero esta noche, mientras nos detenemos en una chabola de los tejados en Pincod, más allá del alcance de las vías elevadas, un poco al norte del ferrocarril y de la miseria de la estación de Agua Oscura, nos sentimos triunfantes.
Por la mañana, los periódicos están llenos de graves advertencias. Tanto el Lucha como el Mensajero advierten sobre la inminencia de medidas severas.
Derkhan duerme cuatro horas, luego se sienta a solas, ahora que su tristeza y su culpa han tenido por fin tiempo para florecer. Lin se mueve inquieta, entrando y saliendo de la consciencia. Isaac dormita un rato y se come lo que hemos robado. Acuna constantemente a Lin. Habla de Jack Mediamisa con tono maravillado.
Revisa los componentes gastados y rotos del motor de crisis, chasquea la lengua con desaprobación y frunce los labios. Me dice que puede volver a hacerlo funcionar, no es problema.
Al escucharlo me abruma la nostalgia. La libertad definitiva. Lo deseo desesperadamente. Volar.
Detrás de mí, él lee los periódicos que hemos robado.
En el clima de crisis que se vive, la milicia recibirá poderes extraordinarios, dice. Podrán volver las patrullas abiertas, uniformadas. Puede que los derechos civiles sean recortados. Se está discutiendo la posibilidad de imponer la ley marcial.
Pero a lo largo de este día tempestuoso, la mierda, la repugnante descarga, el veneno onírico de las polillas se está hundiendo lentamente a través del éter en dirección a la tierra. Imagino que puedo sentirlo mientras yazgo sobre estas planchas viejas; se hunde suavemente a mi alrededor, privado de su naturaleza por la luz del día. Se desliza como nieve sucia a través de los planos que rodean la ciudad, a través de las capas de materia, arrastrándose lejos de nuestra dimensión.
Y cuando llega la noche, las pesadillas han desaparecido.
Es como si un suave sollozo, una exhalación masiva de alivio y languidez recorriera toda la ciudad. Una oleada de calma sopla desde la noche, desde el oeste, desde Hiel y el Meandro de las Nieblas hacia Gran Aduja, hasta Sheck y la Ciénaga Brock, Prado del Señor, la Colina Mog y el Parque Abrogate.
La ciudad es liberada en una marejada de sueños. Sobre los montones de paja orinada de Ensenada y los catres de los barrios bajos, en las gruesas camas de plumas de Chnum, amontonados o solos, los ciudadanos de Nueva Crobuzon duermen a pierna suelta.
La ciudad se mueve sin pausa, por supuesto, y no hay tregua para los trabajadores nocturnos del puerto, o para el clamor del metal cuando las cuadrillas de los turnos de noche entran en los molinos y las fundiciones. La oscuridad está puntuada de sonidos imperiosos, sonidos como de guerra. Los vigilantes siguen apostados en las puertas de las fábricas. Las putas buscan clientes donde pueden. Sigue habiendo crimen. La violencia no se disipa.
Pero ni los que duermen ni los que están despiertos son perseguidos ya por fantasmas. Sus miedos solo les pertenecen a ellos mismos.
Como un inconcebible gigante dormido, Nueva Crobuzon se agita cómodamente en su sueño.
Había olvidado el placer de una noche como esta.
Cuando el sol me despierta, mi cabeza está más clara. No me duele.
Hemos sido liberados.
Esta vez todas las noticias hablan del fin de «La pesadilla estival» o «La enfermedad durmiente» o «La maldición de los sueños», o cualquier otro nombre que haya acuñado el periódico en particular.
Los leemos y reímos. Derkhan, Isaac y yo. El deleite resulta palpable. La ciudad ha regresado. Transformada.
Esperamos a que Lin despierte, a que recobre el sentido. Pero no lo hace.
Ese primer día, durmió. Su cuerpo empezó a recobrarse. Se abrazaba con fuerza a Isaac y se negaba a despertar. Libre, libre para dormir sin miedo.
Pero ahora ha despertado y se sienta, perezosa, inactiva. Las patas de su cabeza vibran ligeramente; está hambrienta y encontramos fruta entre lo que hemos robado, le damos de desayunar.
Mientras come, nos mira con aire incómodo a Derkhan a Isaac y a mí Él le sujeta los muslos, le susurra algo, en voz tan baja que no alcanzo a oírlo. Ella sacude la cabeza y la aparta, como un niño pequeño. Se mueve con un estremecimiento espástico, casi paralítico.
Alza las manos y hace un gesto para él.
El la observa ansioso y el rostro se le arruga cada vez más al ver sus torpes y feas manipulaciones.
Los ojos de Derkhan se abren mientras lee las palabras.
Isaac sacude la cabeza, apenas puede hablar.
Mañana… comida… cuidado, él titubea, insecto… viaje… feliz.
No puede alimentarse por sí misma. Sus mandíbulas exteriores sufren un espasmo y parten la fruta por la mitad, o se relajan de pronto y la dejan caer. Ella se sacude con frustración, balancea la cabeza, suelta un chorro que Isaac dice que son lágrimas khepri.
El la consuela, le sostiene la manzana, la ayuda a morderla, la limpia cuando se mancha de zumo y residuos. Temor, dice ella con un signo, mientras Isaac traduce lentamente, cansancio tirarlo todo, arte ¡Motley! Se estremece de repente, mira a su alrededor, llena de terror. Isaac la acaricia, la conforta. Derkhan la observa con aire miserable. Sola, dice Lin con señas desesperadas, y escupe un mensaje químico que ninguno de nosotros comprende. Monstruo advierte rehecho… Mira a su alrededor. Manzana, suspira, manzana.
Isaac la levanta hasta su boca y deja que se alimente. Ella tiembla como un niño pequeño.
Cuando llega la tarde y vuelve a quedarse dormida, rápida y profundamente, Isaac y Derkhan conversan e Isaac empieza a rugir y a gritar y a llorar.
Se va a recuperar, grita mientras Lin se agita en su sueño, está medio muerta de jodido cansancio, ha sufrido hasta hartarse, no es de extrañar, no es de extrañar que esté confusa…