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Pero ella no se recupera y él sabe que no va a hacerlo.

Se la arrancamos a la polilla cuando estaba medio consumida. La mitad de su mente, la mitad de sus sueños habían recorrido ya la garganta de la bestia vampírica. Han desaparecido, consumidos por jugos intestinales y luego por el fuego de los hombres de Motley.

Lin despierta contenta, parlotea animadamente con las manos, agita los brazos a su alrededor para ponerse en pie y no puede hacerlo, cae y llora o se ríe de forma cínica, sus mandíbulas castañetean, se mancha como una niña pequeña.

Empieza a dar sus primeros pasos por nuestro tejado con su media mente. Indefensa. Destruida. Un insólito remiendo de risa infantil y sueños adultos, un habla extraordinaria e incomprensible, compleja y violenta y pueril.

Isaac está destrozado.

Nos trasladamos de tejado, inquietados por ruidos que llegan desde abajo. Lin tiene una rabieta mientras caminamos, enloquecida por nuestra incapacidad para comprender su extraño torrente de palabras. Golpea el suelo con el tacón, abofetea débilmente a Isaac. Hace señales que son insultos crueles, trata de alejarnos a patadas.

La controlamos, la abrazamos con fuerza, la sujetamos y nos la llevamos.

Nos movemos de noche. Tememos a la milicia y a los hombres de Motley. Vigilamos en busca de constructos que puedan avisar al Consejo. Estamos atentos a movimientos bruscos y miradas sospechosas. No podemos fiarnos de nuestros vecinos. Debemos vivir en un hinterland de media oscuridad, asilado y solipsista. Robamos lo que necesitamos o lo compramos en tiendas nocturnas, situadas a kilómetros de distancia del lugar en el que nos hemos instalado. Cada mirada de soslayo, cada grito, cada trápala de cascos y botas, cada estallido o cada siseo de los pistones de un constructo significa un momento de miedo.

Somos los más buscados de Nueva Crobuzon. Un honor, un dudoso honor.

Lin quiere bayas de colores.

Isaac interpreta así sus movimientos. El vacilante masticar, la palpitación de su glándula (una inquietante visión sexual).

Derkhan accede a ir. También ella ama a Lin.

Pasan horas preparando el disfraz de Derkhan, con agua y mantequilla y ropa manchada de hollín y hecha jirones, trozos de comida y restos de tintes. Ella emerge del proceso con un cabello negro que resplandece como cristales de carbón y una cicatriz arrugada que recorre su frente. Se encorva y frunce el ceño.

Cuando se marcha, Isaac y yo pasamos la noche esperando con miedo. Estamos casi por completo en silencio.

Lin continúa con su monólogo idiota e Isaac trata de responderle con sus propias manos, acariciándola y haciendo lentas señas como si ella fuera una niña. Pero no lo es: ella es una adulta a medias y la manera en que él la trata la enfurece. Trata de apartarse y sus miembros la desobedecen y se cae. Su propio cuerpo la aterroriza. Isaac la ayuda, la incorpora y la alimenta, le da un masaje en los tensos y magullados hombros.

Para nuestro alivio, Derkhan regresa con varias tajadas de engrudo y un gran puñado de bayas variadas. Sus colores son vividos y exuberantes.

Creí que el maldito Consejo nos había pillado, dice. Creí que un constructo me estaba siguiendo. Tuve que desviarme por Kinken para escapar.

Ninguno de nosotros sabe si de verdad la estaban siguiendo.

Lin está excitada. Sus antenas y las patas de su cabeza vibran. Trata de morder un trocho del blanco engrudo, pero empieza a temblar y lo escupe y no puede controlarse. Isaac es bueno con ella. Introduce la pasta lentamente en su boca, discreto, como si ella estuviera comiendo por sí misma.

Su cuerpo de escarabajo tarda varios minutos en digerir el engrudo y dirigirlo hacia la glándula khepri. Mientras espera, Isaac agita unas pocas bayas frente a Lin y espera hasta que sus movimientos le hacen decidir que ella quiere un puñado en concreto, que le da a comer suave y cuidadosamente.

Guardamos silencio. Lin traga y mastica despacio. La observamos.

Pasan los minutos y su glándula se distiende. Nos inclinamos hacia ella, ansiosos por ver lo que crea.

Ella abre los labios de la glándula y expulsa una bolita de húmedo esputo de khepri. Mueve los brazos, excitada, mientras rezuma, carente de forma y mojada y cae pesadamente al suelo como un excremento blanco.

Un fino chorrito de baba con los colores de las bayas cae detrás de ella, salpicando y tiñendo la masa.

Derkhan aparta la mirada. Isaac llora como nunca he visto hacerlo a un humano.

Fuera de nuestro asqueroso chamizo la ciudad descansa tendida, obesa y libre, de nuevo desafiante y sin miedo. Nos ignora. Es una ingrata. Esta semana los días son más fríos, un breve paréntesis en el implacable verano. Sopla una brisa desde la costa, desde el estuario del Gran Alquitrán y la Bahía de Hierro. Cada día arriban varios barcos. Echan el ancla en el río, al este, esperando a ser descargados y vueltos a cargar. Navios mercantes de Kohnidy Tesh; exploradores llegados del Estrecho de Fuegagua; factorías flotantes de Myrshock; piratas de Figh Vadiso, respetables y respetuosos con la ley ahora que están bien lejos de mar abierto. Las nubes se escabullen como abejas frente al sol. La ciudad es ruidosa. Ha olvidado. Tiene la vaga noción de que un día algo perturbó su sueño: nada más.

Puedo ver el cielo. La luz se cuela entre los toscos tablones que nos rodean. Me gustaría mucho estar muy lejos de aquí. Puedo imaginarme la sensación del viento, la súbita pesadez del aire debajo de mí. Me gustaría poder mirar este edificio y esta calle desde arriba. ojala nada me apresara aquí, ojala esta gravedad fuera una sugerencia que pudiera ignorar.

Lin hace signos. Pegajosa temerosa, susurra Isaac con voz nasal mientras la observa. Pis y madre, comida alas feliz. Asustada, asustada.

SÉPTIMA PARTE

JUICIO

52

—Tenemos que marcharnos.

Derkhan hablaba rápidamente. Isaac levantó la mirada hacia ella con pesadez. Estaba alimentando a Lin, que se retorcía incómoda, insegura de lo que quería hacer. Le hacía señas, trazando con las manos palabras y luego meros movimientos, formas carentes de significado. El le limpió los restos de fruta de la camisa.

Asintió y miró al suelo. Derkhan continuó como si se hubiera mostrado en desacuerdo con ella, como si tuviera que convencerlo.

—Cada vez que nos trasladamos tenemos miedo —hablaba de forma apresurada. Su rostro era una máscara dura. El terror, la culpa, el júbilo y la miseria la habían ajado. Estaba exhausta—. Cada vez que nos cruzamos con cualquier clase de autómata creemos que el Consejo de los Constructos nos ha encontrado. Cada hombre o cada mujer o cada xeniano hace que nos quedemos paralizados. ¿Es de la milicia? ¿Uno de los matones de Motley? —se arrodilló a su lado—. No puedo vivir de esta manera, Isaac—dijo. Miró a Lin, sonrió suavemente y cerró los ojos—. Nos la llevaremos —susurró—. Podemos cuidarla. Aquí ya no queda nada para nosotros. No pasará mucho tiempo antes de que uno de ellos nos encuentre. No pienso esperar a que eso ocurra.