Isaac volvió a asentir.
—Tengo… —pensó cuidadosamente. Trataba de poner orden en su mente—. Tengo… un compromiso —dijo con voz calmada.
Se acarició la pelusa de la barbilla. La barba estaba volviendo a crecer y le picaba al salir por su piel quebrada. Entraba el viento por las ventanas. La casa de Pincod era alta y mohosa y estaba llena de basura. Isaac, Derkhan y Yagharek habían ocupado los dos pisos superiores. Había una ventana a cada lado, que se asomaban a una calle y a un pequeño y miserable patio. La maleza había brotado a través del suelo de hormigón manchado, como una excrecencia subcutánea.
Cuando estaban dentro, Isaac y los demás atrancaban la puerta: solo salían con cautela, disfrazados, principalmente de noche. Algunas veces se aventuraban a salir durante el día, como Yagharek había hecho ahora. Siempre había una buena razón, alguna urgencia que suponía que esa salida no podía esperar. Solo era claustrofobia. Habían liberado la ciudad: era intolerable que no pudieran caminar por ella a la luz del día.
— Ya sé lo de ese compromiso —dijo Derkhan. Su mirada recorrió los componentes conectados del motor de crisis. Isaac los había limpiado la pasada noche y los había vuelto a montar.
—Yagharek —dijo él—. Se lo debo. Lo prometí.
Derkhan agachó la mirada y tragó saliva, y luego se volvió de nuevo a mirarlo. Asintió.
— ¿Cuánto tiempo? —dijo. Isaac levantó el rostro, no pudo soportar su mirada y lo apartó. Se encogió de hombros brevemente.
—Algunos de los cables se han quemado —dijo con vaguedad, y movió a Lin para que estuviera apoyada con más comodidad sobre su pecho—. Hubo un montón de retroalimentación que atravesó los circuitos y fundió algunos. Um… voy a tener que salir esta noche para tratar de conseguir un par de adaptadores… y una dinamo. El resto puedo repararlo por mí mismo —dijo—, pero tendré que conseguir las herramientas. El problema es que cada vez que afanamos algo nos ponemos en peligro —se encogió de hombros con lentitud. No había nada que pudieran hacer. No tenían dinero—. Luego tengo que conseguir una batería o algo así. Pero lo más difícil de todo va a ser lo de los cálculos. Arreglar todo esto no es más que… mecánica. Pero aunque consiga que los motores funcionen, hacer las sumas… ya sabes, formularlo en ecuaciones… eso es difícil de cojones. Eso fue lo que le pedí al Consejo la última vez —cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared—. Tengo que formular las órdenes —dijo con voz queda—. Vuela. Eso es lo que tengo que decirle. Pon a Yag en el cielo y tenlo en crisis, a punto de caer. Conéctate a esa energía y canalízala, manténlo en el aire, manténlo volando, manténlo en crisis, para que puedas aprovechar la energía y así sucesivamente. Es un bucle perfecto —dijo—. Creo que funcionará. Es solo cuestión de resolver las matemáticas…
— ¿Cuánto tiempo? —repitió Derkhan con voz tranquila. Isaac frunció el ceño.
—Una semana… puede que dos —admitió—. Puede que más.
Derkhan sacudió la cabeza. No dijo nada.
— ¡Se lo debo, Dee! —dijo con la voz tensa—. Se lo prometí hace mucho y él…
Él liberó a Lin de la polilla, estaba a punto de decir, pero algo en su interior se le había adelantado y le había preguntado si eso había sido algo tan bueno después de todo; y, devastado, se sumió en el silencio.
Es el más importante descubrimiento científico desde hace siglos, pensó, enfurecido de repente, y no puedo ni salir a la luz. Tengo que… hacerlo desaparecer como si tal cosa.
Acarició el caparazón de Lin y ella empezó a hacer señales, mencionando peces y frío y azúcar.
—Lo sé, Isaac —dijo Derkhan sin furia—. Lo sé. Se… se lo merece. Pero no podemos esperar tanto. Tenemos que marcharnos.
Haré lo que pueda, le prometió Isaac, tengo que ayudarlo. Me daré prisa.
Derkhan lo aceptó. No tenía elección. No le dejaría, ni tampoco a Lin. No lo culpaba. Ella también quería honrar su acuerdo, darle a Yagharek lo que este quería.
El hedor y la tristeza de la pequeña y húmeda habitación la abrumaron. Murmuró algo sobre ir hasta el río para reconocer el terreno y se marchó. Isaac sonrió sin calidez al escuchar excusa tan poco convincente.
—Ten cuidado —dijo, a pesar de que no era necesario, mientras ella salía.
Siguió acariciando a Lin con la espalda apoyada contra la pared.
Después de un rato, sintió que ella se relajaba y se quedaba dormida. Se levantó cuidadosamente, se acercó a la ventana y se asomó al bullicio que discurría por debajo.
Isaac no conocía el nombre de la calle. Era ancha y estaba ornamentada a ambos lados con árboles jóvenes, todo flexibilidad y esperanza. En el extremo más lejano, alguien había aparcado un carromato, creando deliberadamente un callejón sin salida. Junto a él, un hombre y un vodyanoi discutían ferozmente, mientras los dos burros que tiraban de él encogían las cabezas, tratando de no llamar la atención. Un grupo de niños se materializó frente a las ruedas inmóviles, jugando con una pelota hecha con harapos enrollados. Corrían de un lado a otro, haciendo ondear sus ropas como alas inútiles.
Estalló una discusión y cuatro niños pequeños empezaron a dar empujones a los dos pequeños vodyanoi que había en el grupo. El vodyanoi regordete retrocedió a cuatro patas, llorando. Uno de los niños le tiró una piedra. La discusión se olvidó con rapidez. El vodyanoi permaneció un rato de mal humor y entonces regresó al partido y robó la pelota.
Más lejos, unas pocas puertas más allá del edificio de Isaac, una joven estaba pintando con tiza un símbolo en la pared. Era un signo anguloso que no le resultaba familiar, algún talismán de brujería. Dos ancianos se sentaban juntos en un banco, tiraban dados y celebraban con risas escandalosas los resultados. Los sucios edificios estaban manchados de excrementos de pájaro, el embreado pavimento salpicado de baches llenos de agua. Grajos y palomas revoloteaban entre el humo emitido por millares de chimeneas.
Fragmentos de conversaciones llegaban hasta los oídos de Isaac.
— ¿…y dice que solo necesita uno para eso?…
—…se cargó el motor pero es que siempre ha sido un gilipollas…
—…no le digas nada de ello…
—…es el próximo Día del puerto y ella ha reunido varios cristales…
—…salvaje, absoluta y jodidamente salvaje…
— ¿…conmemoración? ¿En memoria de quién?…
De Andrej, pensó Isaac inesperadamente, sin aviso ni razón. Siguió escuchando.
Había mucho más. Había idiomas que él no hablaba. Reconoció el perrickiano y el félido, las intrincadas cadencias del bajo cymek. Y otros.
No quería marcharse.
Suspiró y se volvió hacia la habitación. Lin estaba acurrucada sobre el suelo, dormida.
La miró, vio sus pechos apretados contra la desgarrada camisa. Tenía la falda levantada hasta los muslos.
Desde que salvaran a Lin, había despertado en dos ocasiones sintiendo su calidez y su presión contra él, con la polla erecta y ansiosa. Había recorrido con la mano sus caderas y la había introducido entre sus piernas abiertas. El sueño había resbalado sobre él como si fuera niebla mientras su ansiedad iba en aumento, y había abierto los ojos para verla, moviéndose debajo de él mientras despertaba, olvidando que Derkhan y Yagharek dormían muy cerca. Había jadeado cerca de ella y le había contado amorosa y explícitamente lo que deseaba hacer, y entonces se había apartado de una sacudida, horrorizado, al ver que ella empezaba a balbucirle señales y al recordar lo que le había ocurrido.
Ella se había restregado contra él y se había detenido, había vuelto a restregarse (como un perro caprichoso, había pensado él, espantado), con una excitación errática y una confusión que resultaban absolutamente claras. Una parte lujuriosa de él había querido continuar, pero el peso de la pena había arrugado su pene casi de inmediato.