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La biblioteca de Palgolak era por lo menos igual a la de la universidad de Nueva Crobuzon. No hacía prestamos, pero sí admitía lectores a cualquier hora del día y de la noche, y había muy, muy pocos libros a los que no permitiera el acceso. Los palgolaki eran proselitistas, y sostenían que todo aquello que un fiel conociera era de inmediato conocido por Palgolak, motivo por el que tenían el deber religioso de leer con avidez. Pero la gloria de Palgolak era su misión secundaria. La principal era la del conocimiento, por lo que habían jurado admitir en su biblioteca a cualquiera que deseara consultarla.

Y por aquello protestaba Ged con suavidad. La biblioteca palgolaki de Nueva Crobuzon disponía de la mejor colección de manuscritos místicos de todo Bas-Lag, y atraía a peregrinos de una enorme variedad de tradiciones y facciones religiosas. Todas las razas creyentes se apiñaban en los límites septentrionales de la Ciénaga Brock y Hogar de Esputo, ataviados con túnicas y máscaras, portando látigos, correas, lupas, toda la gama de parafernalias devotas.

Algunos de los peregrinos no eran precisamente agradables. La Progenie Divina y su violenta aversión por lo xenianos, por ejemplo, crecían en la ciudad, y Ged veía como un desgraciado deber divino el asistir a aquellos racistas que le escupían y llamaban «sapo» o «puerco acuático» mientras les buscaba pasajes en los textos.

Comparados con ellos, los igualitarios Engranajes del MecDios eran una secta inofensiva, por mucha energía que pusieran en su mensaje sobre la mecanicidad del Único Dios Verdadero.

Isaac y Ged habían discutido largamente a lo largo de los años, sobre todo de teología, pero también acerca de literatura, arte y política. Isaac respetaba a aquel vodyanoi afectuoso. Sabía de su fervor en el deber religioso de la lectura, y, por tanto, estaba enormemente preparado en cualquier tema que pudieran tratar. Al principio siempre se mostraba circunspecto acerca de las opiniones sobre la información que compartían («Solo Palgolak posee conocimientos suficientes como para ofrecer un análisis», proclamaba pío al comienzo de un debate), hasta que el alcohol nublaba su dogmatismo religioso y comenzaba a perorar a voz en grito.

—Ged —comenzó Isaac—, ¿qué puedes decirme sobre los garuda?

El otro se encogió de hombros y sonrió ante el placer de impartir su saber.

—No mucho. Hombres pájaro. Viven en el Cymek, y en el norte de Shotek, y al oeste de Mordiga, se dice. Puede que también en alguno de los otros continentes. Huesos huecos. —Sus ojos estaban fijos, concentrados en recordar las páginas de la obra xentropológica que estuviera citando—. Los del Cymek son igualitarios… completamente igualitarios, y completamente individualistas. Cazadores y recolectores, sin división del trabajo según sexos. Sin dinero, sin rangos, aunque poseen cierta jerarquía… extraoficial. Solo se aplica para saber quién merece más respeto, cosas así. No veneran a dios alguno, aunque poseen una figura diabólica que puede o no ser un verdadero eidolón. Su nombre es Dahnesch. Cazan y pelean con látigos, arcos, lanzas, hojas ligeras. No emplean escudos, ya que su peso impide el vuelo. Tienen encontronazos ocasionales con otras bandas o especies, probablemente por el control de los recursos. ¿Sabes algo sobre su biblioteca? —Isaac asintió, y los ojos de Ged se iluminaron con un brillo hambriento, casi obsceno—. Por el esputo divino, me encantaría ponerle las manos encima, pero es imposible —parecía melancólico—. El desierto no es precisamente el territorio de los vodyanoi. Demasiado seco…

—Bueno, viendo que no tienes ni puta idea sobre ellos, mejor que lo dejemos —respondió Isaac. Para sorpresa del humano, Ged se abatió aún más—. ¡Era una broma, Ged! ¡Ironía! ¡Sarcasmo! Sabes un huevo, hombre, al menos comparado conmigo. He estado hojeando el Shacrestialchit, y ya has superado la suma de mis conocimientos. ¿Sabes algo sobre… um… sobre su código criminal?

Ged lo observó, entrecerrando los ojos.

— ¿En qué andas metido, Isaac? Son tan igualitarios… Bueno, su sociedad está por completo basada en potenciar la capacidad de elección del individuo, lo que los hace comunistas. Aceptan las elecciones más extrañas de cualquiera y, por lo que puedo recordar, su único crimen es privar de elección a otro garuda. Todo esto queda exacerbado o apaciguado por el hecho de que sean o no dignos de respeto, un concepto que adoran…

— ¿Cómo puedes robarle la elección a alguien?

—Ni idea. Supongo que, si le robas la lanza a alguien, le quitas la opción de emplearla… ¿Y si te tumbas encima de unos suculentos líquenes, de modo que prives a los demás de la opción de comérselos?

—Es posible que algunos de estos «robos» sean analogías de lo que nosotros consideramos delitos, mientras que otros no tengan nada que ver —añadió Isaac.

—Supongo.

— ¿Qué es un individuo abstracto y uno concreto?

Ged contemplaba estupefacto a su compañero.

—Joder, Isaac, ¿tienes un amigo garuda, o qué?

Isaac enarcó una ceja y asintió con rapidez.

— ¡Mierda! —gritó Ged. La gente de las mesas cercanas se volvió hacia él, con sorpresa—. ¡Y del Cymek…! ¡Isaac, tienes que conseguir que venga a hablarme sobre el Cymek!

—No sé. Es algo… taciturno.

—Oh, por favor, por favor…

—Bueno, bueno. Se lo preguntaré, pero no tengas muchas esperanzas. Ahora dime qué diferencia hay entre los abstractos y los concretos.

—Oh, es tan fascinante… Supongo que no estás autorizado a hablarme del trabajo, ¿no? No, no creo. Bueno, para concretar, y por lo que alcanzo a comprender, son igualitarios porque respetan en grado sumo al individuo, ¿no? Y no puedes respetar la individualidad de los demás si te concentras en tu propia individualidad de una forma abstracta, aislada. La idea es que eres un individuo siempre que existas en una matriz social de otros que respetan tu individualidad y tu derecho a elegir. Eso es la individualidad concreta: una que reconoce que debe su existencia a una especie de respeto comunal por parte de las demás individualidades, a las que por tanto respeta.

—Así que un individuo abstracto es un garuda que olvida, por un tiempo, que es parte de una unidad mayor, que debe respeto a otros individuos electores.

Se produjo una larga pausa.

— ¿Sabes algo más, Isaac? —preguntó Ged con suavidad, rompiendo en risitas.

Isaac no estaba seguro de si debía seguir.

—A ver, Ged. Si te dijeran «robo de elección en segundo grado con falta de respeto», ¿sabrías lo que había hecho un garuda?

—No… —Ged quedó pensativo—. No. Suena grave… No obstante, creo que en la biblioteca hay algunos libros que podrían explicar…

En ese momento, Lemuel Pigeon apareció delante de Isaac.

—Lo siento, Ged —interrumpió el humano con premura—. Lo lamento y todo eso, pero tengo que hablar ahora mismo con Lemuel. ¿Podemos seguir después?

Ged sonrió sin rencor y despidió a Isaac con la mano.

—Lemuel, tenemos que hablar. Podría ser rentable.

— ¡Isaac! Siempre es un placer tratar con un hombre de ciencia. ¿Cómo va la vida de la mente?

Lemuel se recostó en su silla. Vestía sin gusto, con chaqueta borgoña y chaleco amarillo, además de un pequeño sombrero.

Una masa de rizos amarillos surgía de debajo en una coleta con la que estaba en franco desacuerdo.

—La vida de la mente, Lemuel, ha llegado a una especie de callejón sin salida. Y ahí, amigo mío, es donde entras tú.

— ¿Yo? —Lemuel Pigeon sonrió ladeado.

— Sí, Lemuel —replicó Isaac ominoso—. También tú puedes contribuir a la causa del saber.

A Isaac le gustaba charlar con Lemuel, aunque el joven le hacía sentirse algo incómodo. Se trataba de un buscavidas, de un estafador, de un perista… el pícaro quintaesencial. Se había labrado un provechoso nicho siendo el más eficaz intermediario. Paquetes, información, ofertas, mensajes, refugiados, bienes: para cualquier cosa que dos personas quisieran intercambiar sin reunirse, Lemuel era el mensajero adecuado. Era imprescindible para la gente como Isaac, que quería tratar con los bajos fondos de Nueva Crobuzon sin mancharse las manos. Del mismo modo, los moradores de la otra ciudad usaban a Lemuel para alcanzar el reino de la «legalidad» sin encallar en la puerta de la milicia. No todos los trabajos de Lemuel involucraban a ambos mundos: algunos eran por completo legales o ilegales. Pero cruzar la frontera era su especialidad.