— ¿Qué hizo? —gritó Isaac, y Lin despertó sacudiendo las manos y temblando nerviosa.
Kar'uchai dijo, sin pasión:
— Tú lo llamarías violación.
Oh, de modo que yo lo llamaría violación, ¿eh?, pensó Isaac con ánimo devastado, enfurecido, despectivo; pero el torrente de lívido desprecio que sentía no bastaba para ahogar su horror.
Yo lo llamaría violación.
No pudo sino imaginárselo. Inmediatamente.
El propio acto, por supuesto, aunque era una vaga y nebulosa brutalidad en su mente (¿La pegó? ¿La inmovilizó en el suelo? ¿Dónde estaba ella? ¿Acaso lo insultó y se resistió? Lo que vio con toda claridad, de forma inmediata, fue la infinidad de vistas, las avenidas de elecciones que Yagharek había robado. Por un instante fugaz, Isaac entrevió las posibilidades negadas.
La elección de no practicar el sexo, de no sufrir daño. La elección de no arriesgarse a quedar embarazada. Y luego… ¿Y si ella se había quedado embarazada? ¿La elección de no abortar? ¿La elección de no tener un hijo?
¿La elección de mirar a Yagharek con respeto?
La boca de Isaac se movió y Kar'uchai volvió a hablar.
—Fue mi elección la que él robó.
Isaac tardó unos pocos segundos, un tiempo absurdamente prolongado, en comprender lo que Kar'uchai quería decir. Entonces jadeó y la miró, reparando por vez primera en la suave curva de sus pechos ornamentales, tan inútiles como el plumaje de un ave del paraíso. Buscó desesperadamente algo que decir, pero no sabía lo que sentía: no había nada sólido que pudiera expresar con palabras.
Murmuró alguna disculpa espantosamente lacia.
—Creí que eras… una juez garuda… o una soldado o algo así —dijo.
—No tenemos tal cosa —replicó ella.
—Yag… un maldito violador —siseó y ella emitió un cloqueo.
—Robó una elección —dijo con voz neutra.
—Te violó —dijo él e instantáneamente ella volvió a cloquear.
—Robó mi elección —dijo. No estaba expandiendo sus palabras, advirtió Isaac: le estaba corrigiendo—. No puedes traducirlo a tu jurisprudencia, Grimneblin —dijo. Parecía molesta.
Isaac trató de hablar, sacudió la cabeza miserablemente, la miró y volvió a ver el crimen cometido detrás de sus ojos.
—No puedes traducirlo, Grimneblin —repitió Kar'uchai—. Basta. Puedo ver… todos los textos de la ley y la moral de tu ciudad que he leído… en ti —su tono le parecía monótono. La emoción en las pausas y las cadencias de su voz le resultaban opacas.
—No fui «violada» ni «destrozada», Grimneblin. No han «abusado de mí» ni me han «mancillado»… ni «violentado» ni «arruinado». Tú llamarías a sus acciones «violación» pero yo no lo hago. Para mí eso no significa nada. Él me robó mi elección y por esa razón fue… juzgado. Fue un castigo severo…el más severo a excepción de uno… Hay muchos robos de elección menos graves que el suyo y solo unos pocos más graves… y hay otros que se juzgan igual… muchos de ellos son acciones completamente diferentes a las de Yagharek. Algunas de ellas vosotros no consideraríais siquiera crímenes. Las acciones varían: el crimen… es el robo de la elección. Vuestros magistrados y vuestras leyes… que sexualizan y sacralizan… para ellos los individuos son abstractos… su naturaleza matricial es ignorada… el contexto es una distracción… eso no puedo comprenderlo. No me mires con los ojos que reservas para las víctimas. Y cuando Yagharek regrese… te pido que observes nuestra justicia, la justicia de Yagharek, no que impongas la vuestra. Robó una elección, en segundo grado. Fue juzgado. La bandada votó. Eso es todo.
¿Eso es todo?, pensó Isaac. ¿Es eso suficiente? ¿Es ese el fin?
Kar'uchai vio cómo se debatía por dentro.
Lin llamó a Isaac, dando palmadas como un niño pequeño y torpe. Él se arrodilló y le habló. Ella hizo señales ansiosas con las manos y él respondió, como si lo que le había dicho tuviera sentido, como si estuvieran conversando.
Estaba nerviosa y lo abrazó mientras observaba a Kar'uchai con su ojo compuesto sano.
— ¿Respetarás nuestro juicio? —dijo esta con voz tranquila. Isaac la miró un instante. Estaba ocupado con Lin.
Kar'uchai guardó silencio durante largo rato. Al ver que Isaac no respondía, repitió su pregunta. Isaac se volvió hacia ella y sacudió la cabeza, no para negar, sino presa de la confusión.
—No lo sé —dijo—. Por favor…
Se volvió hacia Lin, que dormía de nuevo. Se inclinó sobre ella y le acarició la cabeza.
Después de varios minutos de silencio, Kar'uchai detuvo su rápido caminar y pronunció su nombre.
Él se sobresaltó como si hubiera olvidado que estaba allí.
—Me marcho. Volveré a pedírtelo. Por favor, no te burles de nuestra justicia. Por favor, permite que nuestra justicia siga su curso —apartó la silla de la puerta y salió. Las garras de sus patas arañaron la vieja madera mientras bajaba.
E Isaac se sentó y acarició el caparazón iridiscente de Lin, marcado ahora por las fracturas del estrés y las líneas de la crueldad, y pensó en Yagharek.
«No traduzcas», le había dicho Kar'uchai pero, ¿cómo podía no hacerlo?
Pensó en las alas de Kar'uchai, estremeciéndose de rabia mientras los brazos de Yagharek la sujetaban. ¿O acaso la había amenazado con un cuchillo? ¿Con un arma? ¿Con un puto látigo?
Que los jodan, pensó repentinamente, mientras miraba las piezas del motor de crisis. No le debo ningún respeto a sus leyes. Liberad a los prisioneros. Eso es lo que el Renegado Rampante decía siempre.
Pero los garuda del Cymek no vivían como los ciudadanos de Nueva Crobuzon. No tenían jueces, recordó Isaac, ni tribunales ni fábricas de castigo, ni canteras ni vertederos para llenar con rehechos, ni milicia ni políticos. El castigo no era administrado por jefes ambiguos.
O eso era lo que le habían dicho. Eso recordaba. «La bandada votó», había dicho Kar'uchai.
¿Era cierto? ¿Cambiaba eso las cosas?
En Nueva Crobuzon, el castigo era siempre para alguien. Servía a algún interés. ¿Era eso diferente en el Cymek? ¿Volvía el crimen menos atroz?
¿Era un violador garuda peor que uno humano?
¿Quién soy yo para juzgar?, pensó Isaac, presa de una cólera súbita; se precipitó hacia el motor y recogió sus cálculos, dispuesto a continuar, pero entonces, ¿Quién soy yo para juzgar?, pensó, sumido en una brusca incertidumbre vacía, mientras sentía como si le arrebatasen la tierra bajo los pies; dejó lentamente sus papeles en el suelo.
Miraba los muslos de Lin. Sus magulladuras casi habían desaparecido, pero su recuerdo seguía siendo una mancha tan salvaje como antes.
La habían marcado en sugestivos patrones multicolores alrededor del bajo vientre y en el interior de los muslos.
Lin se agitó y despertó y lo abrazó y lo apartó de sí con miedo, e Isaac apretó los dientes al pensar en lo que podían haberle hecho. Pensó en Kar'uchai.
Esto está mal, pensó. Esto es exactamente lo que ella te ha dicho que no debías hacer. Esto no tiene que ver con una violación, ella lo dijo…
Pero le costaba demasiado. No podía hacerlo. Si pensaba en Yagharek pensaba en Kar'uchai, y si pensaba en ella pensaba en Lin.
Todo esto es una mierda, pensó.
Si se llevaba a Kar'uchai a su propio mundo, no podría juzgar el castigo. No podría decidir si respetaba o no la justicia garuda: no tenía en qué basarse, no sabía nada sobre las circunstancias. De modo que era natural, claro que sí, inevitable y saludable, basarse en lo que sí sabía: su escepticismo; el hecho de que Yagharek era su amigo. ¿Dejaría a su amigo anclado en tierra solo porque le otorgaba a una justicia que le era ajena el beneficio de la duda?