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Descubro que no estoy sorprendido.

Jack Mediamisa extiende de nuevo su brazo rehecho y, con un movimiento lento y presago, me llama.

Me invita a entrar. En su ciudad.

Avanzo a la diminuta luz.

No lo veo sobresaltarse cuando dejo de ser una silueta y puede verme.

Sé el aspecto que debo de tener.

Mi rostro, una masa de carne viva y desgarrada, sangrando copiosamente por el centenar de pequeñas heridas dejadas por las plumas al abandonarla. La pelusa tenaz que se me ha pasado por alto me pica como una barba incipiente. Mis ojos se asoman desde una piel desnuda, rosada, arruinada, cuarteada y pegajosa. La sangre corre por todo mi cráneo.

Mis pies vuelven a estar constreñidos por asquerosos jirones que esconden su forma monstruosa. Las cañas de las plumas que atravesaban las escamas han sido arrancadas. Camino con lentitud y cuidado, mi ingle está tan desplumada y en carne viva como mi cabeza.

Traté de romperme el pico pero no pude.

Me alzo frente al edificio con mi nueva carne.

Mediamisa se detiene, pero no durante mucho tiempo. Con otro movimiento lánguido, repite su invitación.

Es generosa, pero debo declinarla.

Me ofrece medio mundo. Se ofrece a compartir conmigo su vida bastarda y liminar, su cuidad intersticial. Su oscura cruzada y su fanática venganza. Su desprecio hacia las puertas.

Rehecho fugado, liberto. Nada. No es cierto. Ha convertido a Nueva Crobuzon a la fuerza en una nueva ciudad y ahora se esfuerza por salvarla para sí mismo.

Ve a otra media-cosa destrozada, otra reliquia exhausta que podría convertir para participar en su impensable lucha, otro para quien la vida en cualquier mundo es inconcebible, una paradoja, un pájaro que no puede volar. Y me ofrece una salida hacia su incomunidad, su marginalidad, su ciudad bastarda. El lugar violento y honorable desde el que emerge su furia.

Es generoso, pero declino su oferta. Esa no es mi ciudad. No es mi lucha.

Debo dejar su medio mundo solo, su baluarte de insólita resistencia. Yo vivo en un lugar más sencillo.

Está equivocado.

Ya he dejado de ser el garuda encadenado a la tierra. Ese ha muerto. Esta es una nueva vida. Ya no soy una cosa a medias, un proyecto fracasado.

He arrancado las engañosas plumas de mi cuerpo y se ha vuelto suave, más allá de las afectaciones de las aves. Ahora soy idéntico a mis conciudadanos. Puedo vivir abiertamente en un mundo completo.

Le doy las gracias con un gesto, me despido y me alejo, salgo de la tenue luz y me encamino al este, hacia el campus de la universidad y la estación de Prado del Señor, atravesando mi mundo de ladrillos y cemento y alquitrán, de bazares y mercados, de calles iluminadas por el azufre. Es de noche; debo correr ala cama, a encontrar mi cama, a encontrar una cama en esta mi ciudad, donde puedo vivir mi vida abiertamente.

Le doy la espalda y entro dando un paso en la vastedad de Nueva Crobuzon, este colosal edificio de arquitectura e Historia, este complejo artefacto de dinero y miseria, este dios profano impulsado a vapor. Me vuelvo y entro en la ciudad, mi hogar, ya no un pájaro ni un garuda, ya no un híbrido miserable.

Me vuelvo y entro en la ciudad, mi hogar, un hombre.