— ¿Qué es eso de ahí?
—Ahí es donde guardo a los exóticos —replicó Isaac—. Aspis, lasis…
— ¿Tienes un lasis? —exclamó el otro. Isaac asintió sonriente.
—No he tenido estómago para hacer experimentos con algo tan bonito —dijo.
— ¿Puedo verlo?
—Claro, Lub. Está ahí, detrás de la jaula con los murciélagos.
Mientras Lublamai se abría paso por el atestado espacio, David echó un vistazo a su alrededor.
—Entonces, ¿dónde está el problema ornitológico? —preguntó, frotándose las manos.
—En la mesa —indicó Isaac, señalando a la triste paloma crucificada—. Cómo hacer que ese bicho deje de sacudirse. Al principio no me importaba para ver la musculatura, pero ahora quiero ser yo quien mueva las alas.
David lo miró con los ojos entrecerrados, pensativo.
—Mátala.
Isaac se encogió de hombros.
—Lo he intentado, pero no se muere.
—Venga, no me jodas —rió David exasperado, acercándose a la mesa. Retorció el cuello del pájaro.
Isaac se encogió ostentosamente y levantó las grandes manos.
—No son lo bastante sutiles para esta clase de trabajo. Mis manos son demasiado torpes, mi sensibilidad demasiado delicada —declaró.
—Vale —respondió David escéptico—. ¿En qué estás trabajando?
Isaac se emocionó al instante.
—Bueno… —se acercó a la mesa—. Mi acercamiento a los garuda de la ciudad ha sido un desastre. Oí rumores sobre una pareja que vivía en el Montículo de San Jabber y en Siriac, e hice saber que estaba dispuesto a pagar una pasta por un par de horas con ellos y algunos heliotipos. Nada de nada. También puse algunos carteles en la universidad preguntando por algún estudiante garuda dispuesto a pasarse por aquí, pero mis «fuentes» me dicen que este año no ha habido ningún ingreso.
—«Los garuda no son… aptos para el pensamiento abstracto» —imitó burlón David el tono del portavoz del siniestro partido de las Tres Plumas, que había celebrado un desastroso mitin en la Ciénaga el año pasado. Isaac, David y Derkhan habían acudido para fastidiar, insultando y arrojando naranjas podridas al hombre sobre el estrado, para alegría de los xenianos en el exterior. Isaac lanzó una carcajada.
—Del todo. Por tanto, y a no ser que vaya a Salpicaduras, no puedo trabajar con garuda de verdad, de modo que estoy investigando los diversos mecanismos de vuelo que… eh… que ves a tu alrededor. Una variedad realmente sorprendente.
Isaac hojeó resmas de notas, mientras sostenía diagramas de las alas de pinzones y moscardas. Desató a la paloma muerta y trazó delicadamente el movimiento de sus alas en un arco. Señaló la pared alrededor de su mesa. Estaba cubierta de diagramas de alas cuidadosamente dibujados. Había detalles de la articulación rotatoria del hombro, representaciones de los pares de fuerzas, estudios sombreados de los patrones de plumas. Había también heliotipos de dirigibles, con flechas e interrogaciones marcadas en tinta negra. No faltaban los bocetos sugerentes de zánganos sin mente y enormes ampliaciones de alas de avispa. Todo estaba cuidadosamente etiquetado. David repasó lentamente las muchas horas de trabajo, los estudios comparativos de mecanismos de vuelo.
—No creo que mi cliente sea demasiado estricto en el aspecto que tengan sus alas, o lo que sea, siempre que pueda volar cuando lo desee.
David y Lublamai sabían de Yagharek. Isaac les había pedido que guardaran el secreto. Confiaba en ellos. Se lo había dicho en caso de que el garuda lo visitara sin estar él en el almacén, aunque de momento había conseguido evitarlos en sus rápidas visitas.
— ¿Y has pensado en, no sé, limitarte a pegarle unas alas? —preguntó David—. ¿En rehacerlo?
—Bueno, por supuesto, esa es mi línea principal de investigación, pero hay dos problemas. Uno: ¿qué alas? Tendré que construirlas. Dos: ¿conoces a algún reconstructor preparado para hacerlo en secreto? El mejor biotaumaturgo al que conozco es el despreciable Vermishank. Acudiré a él si no hay otro remedio, pero tendré que estar totalmente desesperado para ello. De momento estoy con los preliminares, tratando de diseñar el tamaño, la forma y la fuente de energía, o lo que sea que las sostenga. Si al final tiro por ahí, claro está.
— ¿Qué más tienes en mente? ¿Psicotaumaturgia?
—Bueno, ya sabes, la TUC, mi vieja favorita… —Isaac sonrió y se encogió de hombros, rechazando su propia idea—. Tengo la sensación de que su espalda no está ya para reconstrucciones, aunque pudiera fabricar las alas. He pensado en combinar dos campos energéticos diferentes… Mierda, David, yo qué sé. Tengo el germen de una idea… —señaló vagamente el dibujo etiquetado de un triángulo.
— ¿Isaac? —gritó Lublamai por encima de los infatigables chirridos y chillidos. Isaac y David miraron en su dirección. Estaba detrás del lasis y la pareja de periquitos. Señalaba unas cajas y tinajas más pequeñas—. ¿Qué es todo esto?
—Oh, esa es mi guardería —gritó Isaac con una sonrisa. Se dirigió hacia Lublamai, arrastrando a David tras él—. Pensé que sería interesante comprobar cómo progresas desde algo que no puede volar a algo que sí puede, de modo que me hice con algunas crías, nonatos y polluelos.
Se detuvo junto a la colección. Lublamai miraba un grupo de huevos de color cobalto dentro de una conejera.
—No sé lo que son —dijo Isaac—. Espero que sea algo bonito.
La conejera estaba encima de una pila de cajas similares de frente abierto, en cada una de las cuales un nido improvisado albergaba entre uno y cuatro huevos. Algunos eran de colores asombrosos, otros de un vulgar pardo. Una pequeña tubería serpenteaba entre las conejeras y desaparecía hacia la caldera inferior. Isaac le dio un golpecito con el pie.
—Creo que prefieren el calor —musitó—. En realidad, no tengo ni idea.
Lublamai estaba inclinándose para mirar dentro de una pecera con el frente de cristal.
—Vaya —suspiró—. ¡Me siento como si volviera a tener diez años! Te cambio esto por seis canicas.
El suelo de la pecera hervía de pequeños ciempiés verdes, que masticaban voraz y sistemáticamente las hojas que tenían a su alrededor. Los tallos de las plantas estaban cubiertos por sus diminutos cuerpos.
— Sí, es bastante interesante. Cualquier día de estos deberían encerrarse en sus capullos, y entonces supongo que los abriré en distintas etapas para ver cómo se van transformando.
—La vida de un ayudante de laboratorio es cruel, ¿no? — murmuró Lublamai a la pecera—. ¿Qué otros desagradables gusanos tienes por ahí?
—Muchos. Son fáciles de alimentar. Probablemente de ellos sea el olor que molesta a Sinceridad. —Isaac rió—. Otros gusanos prometen convertirse en mariposas y polillas, en horribles y agresivos bichos acuáticos que, al parecer, se convierten a su vez en moscas damasquinas y en no sé qué más… —Isaac señaló una piscina llena de agua sucia, detrás de las otras. Trató de mantener el equilibrio al pasar sobre una pequeña jaula de malla cercana—. Y aquí tenemos… algo especial… —golpeteó el contenedor con el pulgar.
David y Lublamai se acercaron, observando con la boca abierta.
—Oh, eso sí que es espléndido… —susurró David después de un rato.
— ¿Qué es eso? —siseó Lublamai.
Isaac miró por encima de sus cabeza a su ciempiés estrella.
—Francamente, amigos míos, no tengo ni puta idea. Lo único que sé es que es enorme y bonito, y que no está muy contento.
El gusano agitó ciego la gruesa cabeza, desplazando torpemente su gran cuerpo por la prisión de alambre. Al menos medía diez centímetros de longitud y tres de grosor, con colores brillantes dispuestos al azar por su cuerpo cilíndrico. Un pelaje puntiagudo sobresalía de su lomo. Compartía la jaula con hojas de lechuga parduzcas, pequeños trozos de carne, rodajas de fruta y tiras de papel.