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— ¿Vamos a nuestros asuntos, cariño? —le dijo, guiñando un ojo.

—Dígame qué servicios desea, señor.

Dejaron el baño. Al final del pasillo, visible gracias a la luz de la claraboya, estaba el cuartito en el que dormía Benjamin. Cerró la puerta con llave tras ellos. La estancia era como un pozo, mucho más alta que ancha. Otra ventana mugrienta se abría en el techo. Los dos pasaron por encima del colchón y se acercaron al desvencijado armario, una reliquia de grandeza moribunda que contrastaba en aquel paisaje desolado.

Benjamin lo abrió y apartó algunas camisas grasientas. Tanteó los orificios practicados estratégicamente en el fondo del mueble y, con un pequeño gruñido, lo levantó. Lo volvió con cuidado y lo depositó sobre el suelo del armario.

Derkhan observó el pequeño umbral de ladrillo que Benjamin había desvelado mientras él buscaba en una balda del mueble y sacaba una caja de cerillas y una vela. Encendió el cirio en una descarga de azufre, escudándolo del aire frío que se filtraba desde la habitación oculta. Con Derkhan detrás, atravesó el umbral e iluminó el despacho del Renegado Rampante.

Encendieron las lámparas de gas. El cuarto era grande, mucho más que el dormitorio adyacente. El aire en el interior era pesado y perezoso, y carecía de luz natural. En lo alto se podía ver el marco de una claraboya, pero se había pintado el cristal de negro.

Por toda la estancia había sillas destartaladas y un par de mesas, todas cubiertas de papeles, tijeras y máquinas de escribir. Sobre una silla descansaba un constructo desactivado, sus ojos apagados. Una de las patas estaba aplastada y sangraba hilo de cobre y fragmentos de cristal. Las paredes estaban empapeladas con carteles, y las pilas de Renegados mohosos cubrían el suelo. Contra una pared húmeda descansaba una imprenta de aspecto difícil, un enorme armatoste de hierro cubierto de grasa y tinta.

Benjamin se sentó en la mesa mayor y acercó una silla a su lado. Encendió un cigarrillo desanimado y fumó con profusión. Derkhan se unió a él y señaló al constructo con un pulgar.

— ¿Cómo está ese trasto? —preguntó.

—Demasiado ruidoso para usarlo de día. Tengo que esperar a que se vayan los demás, y como entonces la imprenta está funcionando, da igual. Y no te puedes imaginar qué alivio es no tener que estar girando esa maldita rueda una y otra vez toda la puta noche, una vez cada dos semanas. Le meto un poco de carbón en las tripas, lo señalo y me echo una siesta.

— ¿Cómo va el nuevo número?

Benjamin asintió lentamente y señaló un montón empaquetado junto a su silla.

—No va mal. Voy a imprimir algunos más. Hablamos de tu rehecho en la feria.

Derkhan hizo un gesto con la mano.

—No es una gran historia.

—No, pero tiene… ya sabes… garra… Abrimos con las elecciones. «A la mierda la lotería», en términos algo menos estridentes. —Sonrió—. Sé que es muy parecido al último número, pero es la época.

—No fuiste uno de los afortunados, ¿eh? —preguntó Derkhan—. ¿Salió tu número?

—Nah. Solo una vez en toda mi vida, hace muchos años. Fui corriendo con mi vale y voté por Al Fin Vemos. Entusiasmo juvenil —dijo con la sonrisa ladeada—. Tú no cumples los requisitos automáticos, ¿no?

— ¡Coño, Benjamin, no tengo tanto dinero! Si lo tuviera, mandaría a la mierda al RR. Y este año tampoco salí.

Benjamin cortó la cuerda del montón de papeles y le dio unos cuantos a Derkhan, que cogió el primer ejemplar para ver la portada. Cada uno consistía en una hoja grande doblada dos veces por la mitad. La fuente de la primera página tenía más o menos el tamaño de la empleada por el Faro, el Lucha y otra prensa legal de Nueva Crobuzon. Sin embargo, dentro de los pliegues del Renegado Rampante, las historias, lemas y exhortaciones competían entre ellas en un caos de letras diminutas. Era feo, pero eficaz.

Derkhan sacó tres shekel y se los dio a Benjamin, que los tomó con un murmullo de agradecimiento y los guardó en una caja que había sobre la mesa.

— ¿Cuándo vienen los otros? —preguntó Derkhan.

—En una hora me reúno con una pareja en el bar, y con el resto esta noche y mañana. —En la oscilante, violenta, fementida y represiva atmósfera política de Nueva Crobuzon, era un defensa necesaria que, salvo en unos pocos casos, los redactores del Renegado Rampante no se reunieran. De ese modo se reducía el riesgo de infiltración por parte de la milicia. Benjamin era el editor, la única persona de una plantilla en cambio constante a quien todos conocían, y que conocía a todos los demás.

Derkhan reparó en una pila de pliegos mal impresos en el suelo, junto a su silla: los compañeros de sedición del Renegado, a medio camino entre camaradas y rivales.

— ¿Hay algo bueno? —preguntó, señalando el montón. Benjamin se encogió de hombros.

—El Grito es una mierda esta semana. Falsificación trae una buena historia sobre los tratos de Rudgutter con las navieras. De hecho, voy a hacer que alguien lo investigue. Aparte de eso, no hay novedad.

— ¿Qué quieres que haga?

—Bueno… —Benjamin hojeó varios papeles, consultando notas—. Si pudieras estar al tanto de la huelga en los muelles… Diversas opiniones, tratar de recoger algunas respuestas positivas, algunas citas, ya sabes. ¿Qué te parecen quinientas palabras para la historia sobre la lotería electoral?

Derkhan asintió.

— ¿Qué más tenemos preparado? —preguntó.

Benjamin apretó los labios.

—Corren rumores sobre que Rudgutter tiene alguna enfermedad, algo de cura dudosa: me gustaría investigarlo, pero lo han filtrado Jabber sabe cuántas bocas. No obstante, mantén abiertos los oídos. Y hay otra cosa… no más que un esbozo todavía, pero interesante. Estoy hablando con gente que asegura estar hablando con alguien que quiere levantar la liebre sobre los contactos entre el Parlamento y el crimen organizado.

Derkhan asintió lentamente, agradecida.

—Suena jugoso. ¿De qué hablamos? ¿Drogas, prostitución?

—Mierda, seguro que Rudgutter está pringado en todo el puto pastel. Todos ellos. Sacas el producto, coges los beneficios, mandas a la milicia para limpiar a los clientes, consigues unos cuantos rehechos o mineros esclavos para los pozos de Arrowhead, mantienes las cárceles llenas… No sé lo que esta gente tiene en la cabeza, pero están nerviosos que te cagas. Al parecer, están listos para soltarlo todo. Pero ya me conoces, Dee. Suave, suave… —Le guiñó un ojo—. No voy a dejar que esta se me escape.

—Mantenme informada, ¿quieres? —pidió Derkhan. Benjamin asintió.

La mujer metió todos los papeles en una bolsa y los ocultó entre diversas cosas. Se incorporó.

—Bueno, ya tengo mis órdenes. Esos tres shekel, por cierto, incluyen la venta de catorce RR.

—Buen trabajo —respondió Benjamin, abriendo un cuaderno de los muchos que había en su mesa para anotarlo. Se puso en pie y le hizo un gesto a Derkhan para que saliera. Ella esperó en el diminuto dormitorio mientras él apagaba las luces y la prensa.

— ¿Sigue comprando Grimcomosellame? —preguntó a través del agujero—. ¿El científico ese?

— Sí. Es bastante bueno.

—Oí un rumor muy gracioso sobre él el otro día —dijo Benjamin, saliendo por el armario mientras se limpiaba las manos manchadas de aceite con un trapo—. ¿Es el mismo que busca pájaros?

—Oh, sí, está metido en algún experimento. ¿Atiendes a los criminales, Benjamin? —Derkhan sonrió—. Colecciona alas. Creo que tiene por norma no comprar nunca nada de forma oficial si puede obtenerlo por medios ilícitos.