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—Sí, es incómodo —reconoció Graff.

Miró alternativamente a Josh y a Konstantin, en cuyo rostro se reflejaba la esperanza. Soltó un bufido de disgusto y miró a Graff, que estaba al timón.

—Esa nave de observación unionista. Pon rumbo hacia ella. Emprenderán el salto en cuanto perciban nuestra presencia y no podremos seguirlos con el radar. Vamos a ponernos en contacto. Tendremos que tomar prestada una nave de la Unión.

—Si están por aquí, vamos a estrellarnos de cabeza contra ellos —musitó Graff.

Y era cierto. El espacio era amplio, pero había un riesgo de colisión cuanto más se acercaran a aquel vector particular fuera de Pell, dos rumbos cruzados en la pantalla de radar.

—Corremos el riesgo —dijo ella—. Les llamaremos la atención.

Miró entonces a Josh Talley y a Konstantin, y sonrió amargamente.

—Bien, sigo tu juego —le dijo a Josh—. A mi manera. ¿Conoces sus códigos para enviarles una llamada de atención?

—Mi memoria está llena de lagunas —respondió Josh.

—Piensa uno.

—Utilice mi nombre —dijo Josh—. Y el de Gabriel.

Signy dio la orden, mirando a los dos jóvenes larga y pensativamente. Al fin dijo a los soldados que les custodiaban que los dejaran en libertad.

Ya estaba hecho. Se volvió en su asiento, desvío un momento la mirada de las pantallas y miró de nuevo atrás, a la increíble presencia de un unionista y un estacionado sueltos en su puente de mando.

—Buscad un sitio seguro —les dijo—. Dentro de un momento vamos a trazar un arco… y puede que más adelante nos esperen cosas peores.

XV

Pelclass="underline" Sector azul uno; número 0475; 0100 h. d.; 1300 h. n.

La sensación de vuelo les afectaba de vez en cuando. Estaban apiñados, y algunos hisa en el corredor exterior gemían atemorizados, pero no los que estaban cerca de Sol-su-amiga. La sujetaban para que no cayera, para que ella al menos pudiera estar a salvo. Hasta el gran Sol se agitaba y oscilaba en su curso. Las estrellas se estremecían en la oscuridad alrededor de la cama blanca y la Soñadora.

—No tengas miedo —susurró la vieja Lily, acariciando la frente de la Soñadora—. No temas, sueña, sueña que estamos a salvo.

—Apaga el sonido, Lily —dijo la Soñadora, sus ojos tan serenos como siempre—. ¿Dónde está Satén?

—Aquí.

Satén se abrió paso entre los otros hasta el lugar donde se encontraba Lily. El sonido aumentó, las voces humanas que gritaban y gemían a través del comunicador, y las que trataban de pedir instrucciones.

—Es la central —dijo la soñadora—. Satén, Satén, todos vosotros… escuchad. Han matado a Jon… han dañado la central. Se acercan… los hombres de la Unión, más hombres-con-armas, ¿comprendéis?

—No vienen aquí —insistió Lily.

—Satén —dijo la Soñadora, mirando las estrellas temblorosas—. Te diré el camino… cada vuelta, cada paso; y tienes que recordar… ¿puedes recordar una cosa tan larga?

—Soy narradora —afirmó ella—. Recuerdo bien, Sol-su-amiga.

La Soñadora se lo dijo, paso a paso. Y lo que decía le asustaba, pero su mente estaba concentrada en recordar, cada movimiento, cada vuelta, cada pequeña instrucción.

—Vete —le dijo al fin la Soñadora.

Ella se levantó apresuradamente, llamó a Dienteazul y a los otros, a todos los hisa a los que podía llegar su voz.

XVI

Norway; 0130 h. d.; 1330 h. n.

El comunicador farfulló. De repente, la pantalla del radar de largo alcance se iluminó con intensos destellos. La Norway cerró más la curva que estaba trazando. Signy se aferró a la consola y al sillón con un sabor de sangre en la boca. Se habían encendido las luces rojas y sonaban las alarmas de tensión. Josh y Konstantin intentaron desesperadamente encontrar un asidero en mitad del pasillo, pero no lo consiguieron y resbalaron.

—Aquí la Norway. Atención, unionistas. Aquí la Norway. No disparen. Repito. No disparen. Quieren un camino de acceso; síganme.

Se hizo el silencio de rigor mientras el mensaje de respuesta llegaba al comunicador.

«Más datos.»

Palabras, no disparos.

—Aquí Mallory, de la Norway. Me dirijo ahí, ¿me escuchan? Acompáñenme en busca de un espacio y les informaré. Mazian se dispone a volar Pell y huir a Sol. La operación ya ha empezado. Tengo a su agente Joshua Talley y al menor de los Konstantin a bordo. Van a perder una estación si se mantienen al margen. Como ignoren mi mensaje van a encontrarse con una guerra en la Tierra.

Se produjo un momento de silencio absoluto al otro lado. El tablero de la sonda estaba encendido y seguía el movimiento del objetivo.

«Aquí Azov de la Unity. ¿Cuál es su propuesta, Norway? ¿Y cómo podemos confiar en ustedes?»

—Hemos huido. Ustedes han recibido esa señal. Vamos a volver y ustedes pueden seguir detrás, la Unity y todos los demás. Mazian no podrá luchar aquí ni en ninguna parte próxima. No puede permitírselo, ¿me comprende?

Esta vez el silencio fue más largo.

—Nos están rastreando —dijo el técnico de radar.

—Lo más rápido que podamos, señor Graff.

La Norway pasó rozando por el borde del desastre, con todas las luces de tensión encendidas. Los corazones latieron con violencia, las manos temblaban mientras mantenían el control necesario, la experimentada tripulación soportaba estoicamente las molestias mientras la sincronización de combate y la inercia luchaban entre sí. Se mantuvieron serenos, siguiendo un curso firme por la larguísima curva, manteniendo en lo posible la velocidad que había adquirido, en dirección a Pell… La nave de la Unión tras ellos a toda velocidad… para atacarles con la misma disposición con que iban a atacar a Mazian.

—Vamos —susurró a Graff—. Mantén esta velocidad y que el rumbo no varía ni un ápice. No podemos permitirnos el menor error.

—Señal de precaución en radar —les advirtió la voz calma de un técnico.

En la pantalla del radar de largo alcance aparecieron nebulosos destellos verdes y dorados…, obstáculos en su camino que antes había recogido la memoria del ordenador y que seguían donde habían estado. Eran cargueros de pequeño tonelaje. Podían captar sus conversaciones, sus expresiones de pánico cada vez más intenso a medida que la nave se precipita entre ellos.

Graff los sorteó. La Norway pasó como una exhalación siguiendo un rumbo recto determinado por el ordenador, y se encendieron las luces que indicaban la aproximación a Pell. Los unionistas llegaron tras ellos con una celeridad que debió detener los corazones de los que tripulaban los cargueros entre los que pasaban. Captaron un aullido de terror que se desvaneció enseguida.

«Norway… Norway… Norway…», emitía frenéticamente su propio ordenador. Si las naves auxiliares habían sobrevivido, en sus pantallas aparecería la llamada.

Los destellos se reflejaban sólidos y firmes delante de ellos, demasiado rápidos para los cargueros. El ordenador emitía advertencias. Mazian estaba fuera de la estación, con las naves Europe, India, Atlantic, África y Pacific.

¿Dónde está la Australia? —preguntó Signy a Graff de improviso. No habían recibido aquel código de reconocimiento junto con los otros—. ¡Cuidado con ellos!

Graff debió de haberla oído. No había tiempo para charlas. La Flota estaba agrupada y colocada en un rumbo tal que la colisión sería inevitable. Todas las naves auxiliares ensambladas en las naves nodrizas, preparadas para el salto.