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—Señor.

Al fin alguien iba tras él para fastidiarle con una despedida. Bennett Jacint. Jon se volvió a medias, sin dejar de andar, y obligó al hombre a afanarse para darle alcance chapoteando en el fango.

—El dique del molino —jadeó Jacint a través del siseante respirador—. Se necesitan algunos equipos humanos con material pesado y sacos de arena.

—Eso ya no es asunto mío —replicó Jon—. Encárgate tú mismo. ¿Para qué sirves? Haz que esos mimados nativos se pongan manos a la obra. Reúne a unos cuantos más para formar un equipo extra. O espera a los nuevos supervisores. ¿Por qué no lo haces? Puedes explicárselo todo a mi sobrino.

—¿Dónde están? —preguntó Jacint.

Aquel Bennett Jacint era un redomado obstruccionista, que siempre salía con objeciones cuando se trataba de tomar medidas de mejora. Más de una vez Jacint le había importunado con protestas. Había conseguido detener un proyecto de construcción, de modo que la carretera que conducía a los pozos seguía siendo un lodazal. Jon sonrió y señaló a lo lejos, hacia las cúpulas de los almacenes.

—No hay tiempo.

—Eso es problema tuyo.

Bennett Jacint soltó una maldición y empezó a protestar, pero cambió de idea y se apresuró a desandar el camino. Jon se echó a reír. Muy bien. Que los Konstantin resolvieran el asunto.

Llegó a lo alto de la colina y avanzó hacia el transbordador, cuya plateada silueta se alzaba en la explanada de hierba pisoteada, con la escotilla de carga abierta. Los nativos se afanaban a su alrededor, y había entre ellos algunos humanos enfundados en trajes amarillos. La pista que había seguido Jon se juntaba con el camino enfangado por donde se movían los nativos. Avanzó por el borde cubierto de hierba, renegando cuando un nativo cargado pasaba demasiado cerca de él, pero al menos tuvo la satisfacción de ver que habían limpiado el camino hasta la nave. Llegó al círculo de aterrizaje, saludó brevemente a un supervisor humano, subió por la rampa de carga y penetró en el oscuro interior de acero. Se quitó entonces el traje especial, manteniendo la máscara. Ordenó al jefe de un grupo de nativos que limpiaran toda la zona enfangada y se dirigió al ascensor, subió a lo alto de la nave y, por un corredor de acero brillante, entró en un pequeño compartimiento de pasajeros con asientos acolchados.

Había allí dos trabajadores nativos, que parecieron inseguros al verle y se tocaron el uno al otro. Jon cerró el área de pasajeros y conectó el aire, de modo que pudo quitarse el respirador mientras los nativos tenían que ponerse los suyos. Se sentó frente a ellos, sin mirarles, en el compartimiento sin ventanas. El aire olía a nativo mojado, un olor que había soportado durante tres años, que debía soportar todo residente en Pell con un olfato lo bastante sensible, pero en la base de Downbelow era peor, porque allí se mezclaba con el polvo del grano y las destilerías, las plantas de empaquetado, el barro, el estiércol, el humo de las fábricas, las letrinas rezumantes, los sumideros con su capa de espuma, el moho del bosque que podía estropear el respirador y matarle, a uno si no llevaba repuesto… Y a todo esto había que añadir el manejo de los imbéciles trabajadores nativos con sus tabúes religiosos y sus excusas constantes. Jon estaba orgulloso de su labor, el aumento de la producción, la eficiencia que había acabado con la idea de que los nativos eran como eran y no podían adaptarse a programas y horarios. Podían, claro que sí, y habían llegado a establecer récords de producción.

No le habían agradecido aquellos logros. La crisis llegó a la estación y la base de Downbelow, una crisis que se había venido arrastrando en las sesiones de planificación durante una década y que no por esperada dejó de ser repentina. Las fábricas dispondrían de los servicios adicionales que él había hecho posibles, por medio de trabajadores cuyos suministros y viviendas él había logrado, utilizando los fondos y el equipo de la Compañía Lukas.

Durante aquella etapa, sólo enviaron a dos Konstantin para supervisar, sin un «gracias, señor Lukas», o un «bien hecho, Jon, gracias por dejar las oficinas de su propia compañía y sus propios asuntos, gracias por hacer el trabajo durante tres años». Emilio Konstantin y Miliko Dee nombrados supervisores de Downbelow… Por favor, arreglen los asuntos y regresen lo antes posible… Su sobrino Emilio. El joven Emilio iba a dirigir las cosas durante la construcción. Los Konstantin siempre intervenían en la etapa final, siempre estaban allí para llevarse los parabienes. El consejo era democrático, claro, pero las oficinas de la estación se regían por una dinastía. Siempre los Konstantin. Los Lukas habían llegado a Pell al mismo tiempo que ellos, habían participado tanto como ellos en su construcción, tenían una importante compañía allá en las Estrellas Posteriores; pero los Konstantin habían maniobrado y se habían hecho con el poder a la menor oportunidad. Y la ocasión presente no era una excepción. También ahora el equipo y la preparación eran de Lukas, y los Konstantin estaban al frente al llegar a una etapa en la que habría reconocimiento público. Emilio, el hijo de su hermana Alicia y de Angelo. Era fácil manipular a la gente, si el nombre de Konstantin era el único que se les permitía oír. Y Angelo era un maestro consumado en esa táctica.

Hubiera sido cortés por su parte recibir a su sobrino y la esposa de éste cuando llegaran, haberse quedado algunos días para darles información, o al menos comunicarles su inmediata partida en el transbordador que les había llevado allí. También habría sido cortés por parte de ellos haber ido enseguida a las cúpulas para dar un saludo oficial, algún reconocimiento de la autoridad de Lukas en la base… pero no lo habían hecho. Ni siquiera le habían enviado un «hola, tío» cuando aterrizaron. Ahora no estaba para cortesías inútiles, para permanecer bajo la lluvia estrechando manos y diciendo palabras convencionales a un sobrino con quien rara vez hablaba. Se había opuesto al matrimonio de su hermana, discutió con ella, y la boda no le unió a la familia Konstantin: la actitud de su hermana fue más bien una deserción. Desde entonces no se hablaba con Alicia, excepto oficialmente, y ni siquiera eso en los últimos años… Su presencia le deprimía. Y los muchachos se parecían a Angelo, eran iguales a Angelo en su juventud. Evitaba a aquellos jóvenes que probablemente esperaban poner sus manos en la Compañía Lukas… o al menos tener participación en la empresa cuando él no estuviera, como sus parientes más próximos. Estaba seguro de que esa esperanza era lo que había atraído a Angelo hacia Alicia. La Compañía era todavía la mayor de las empresas independientes de Pell. Pero él había maniobrado para salir de la trampa, sorprendiéndoles con un heredero, que no era precisamente de su gusto, pero que para sus fines daba lo mismo. Durante todos aquellos años había trabajado en Downbelow, calculando al principio que podría ser posible expandir la Compañía Lukas allí, gracias a la construcción. Angelo había comprendido sus planes e intrigó en el consejo para que lo impidieran. Adujeron preocupaciones ecológicas. Ahora llegaba la jugada final.