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Aceptó la carta con instrucciones para regresar, la tomó con tanta rudeza como se la habían dado y se marchó sin equipaje ni fanfarrias, como un delincuente descubierto y, por tanto, caído en desgracia al que le ordenan volver a casa. Podría ser algo infantil, pero también él tendría algo que decir en el consejo… y si todos los géneros almacenados en el molino se empapaban el primer día de la administración de Konstantin, tanto mejor. Que en la estación sintieran la escasez de grano, que Angelo se lo explicara al consejo. Eso abriría un debate en el que él estaría presente y podría participar como deseaba.

Se había merecido algo mejor que aquello.

Finalmente se activaron los motores, anunciando el despegue. Jon se levantó y sacó una botella y un vaso de un armario. Le llegó una pregunta de la tripulación del transbordador y dijo que no necesitaba nada. Se acomodó en su asiento y se puso el cinturón de seguridad mientras la nave comenzaba a elevarse. Se sirvió un trago largo, preparándose para el vuelo, que siempre había detestado, y bebió el líquido ambarino que temblaba en el vaso bajo la tensión de su brazo y la vibración de la nave. Frente a él, los dos nativos se habían abrazado y gemían.

VII

Prevención de Pelclass="underline" Sector rojo uno; 5/20/52; 0900 h.

El prisionero estaba sentado a la mesa con los otros tres, mirando fijamente al guardián supervisor en primer plano, aunque su mirada parecía centrada en alguna otra parte. Damon volvió a dejar el expediente sobre la mesa y observó al hombre, el cual hacía lo posible para evitar sus ojos. Damon se sentía muy incómodo en aquella entrevista…, estaba ante un hombre distinto de los criminales con los que trataba en Asuntos Legales, un hombre de rostro similar al de un ángel pintado en un cuadro, demasiado perfecto, con el cabello rubio y ojos de mirada penetrante. Sólo había una palabra para calificarle: hermoso. Carecía de defectos. Su expresión era de absoluta inocencia. No era un ladrón ni un camorrista, pero sería capaz de matar si fuera preciso… Sí, mataría por motivos políticos, en cumplimiento del deber, porque pertenecía a la Unión y ellos no. Era un sentimiento en el que no intervenía el odio. Y tener en la mano la facultad de decretar la vida o la muerte de aquel hombre era turbador. Le turbaba, sí, pero a la vez le ofrecía alternativas, opciones que parecían en un espejo… no por odio, sino por deber, porque él no pertenecía a la Unión, como aquel hombre. «Estamos en guerra», pensó Damon sombríamente. «Porqué él ha venido aquí y la ha traído consigo». Desde luego tenía cara de ángel.

—¿No te crea problemas, verdad? —preguntó Damon al supervisor.

—No.

—He oído decir que es un buen jugador de cartas. Tras esta revelación siguió un breve silencio. En la prevención se practicaban juegos ilícitos, como en muchas otras secciones de la estación. Damon sonrió cuando el prisionero alzó la vista y movió los ojos azul pálido, pero aquella fue toda su reacción.

—Me llamo Damon Konstantin, señor Talley, y pertenezco a la oficina jurídica de la estación. Su comportamiento es excelente y le estamos reconocidos por ello. No somos sus enemigos. En principio aceptamos una nave de la Unión con la misma buena disposición con que recibimos las naves de la Compañía. Pero, por lo que hemos oído, ustedes ya no consideran neutrales a las estaciones, y por ello nuestra actitud debe cambiar en consonancia. No podemos correr riesgos dejándole suelto. Se trata de nuestra propia seguridad. Ya comprenderá usted.

No hubo respuesta.

—Su abogado ha hecho hincapié en que padece a causa de la estrechez de su confinamiento y que las celdas no han sido diseñadas para largos períodos de detención, que hay personas autorizadas a desplazarse libremente por la sección de cuarentena y que representan una amenaza mucho más considerable que usted para la estación, que hay una enorme diferencia entre un saboteador y un técnico en sondeos uniformado que ha tenido la mala suerte de que le cogiera el otro bando. Pero dicho todo esto, no recomienda su liberación excepto para instalarle en la sección de cuarentena. Hemos llegado a un arreglo Podemos extender un documento de identidad falso que le protegería y, a la vez, nos permitiría tenerle discretamente vigilado mientras esté ahí. No me gusta la idea pero parece factible.

—¿Qué es esa sección de cuarentena? —preguntó Talley en tono inquieto, dirigiéndose al supervisor y a su propio abogado, el viejo Jacoby, sentado al extremo de la mesa—. ¿Qué está diciendo?

—Se trata de una sección aislada que hemos habilitado para nuestros propios refugiados.

—Los ojos de Talley pasaron nerviosamente de uno a otro.

—No, no quiero que me pongan con ellos. Nunca he solicitado semejante arreglo. Nunca.

La incomodidad de Damon fue en aumento, y frunció el entrecejo.

—Mire, señor Talley, se aproxima otro convoy con otro grupo de refugiados. Estamos preparando en secreto la manera de mezclarle a usted con ellos, mediante documentos falsificados, a fin de sacarle de aquí. Seguiría siendo una especie de confinamiento, pero con paredes más anchas, con espacio para caminar, ir a donde quiera, vivir la vida… como se vive en la cuarentena. Piense que ésa es una buena parte de la estación, que está en régimen abierto, sin celdas. El señor Jacoby tiene razón: usted no es más peligroso que alguno de los que están ahí. Menos aún, porque siempre sabríamos quién es usted.

Talley miró de nuevo a su abogado y movió la cabeza en actitud suplicante.

—¿Lo rechaza de plano? —insistió Damon, vejado e irritado porque todas las soluciones y arreglos se venían abajo—. No se trata de una prisión, comprenda.

—Ahí… conocen mi cara. Mallory dijo… Entonces se interrumpió. Damon se quedó mirándolo y observó la febril ansiedad, el sudor que le cubría el rostro.

—¿Qué es lo que dijo Mallory?

—Que si causaba problemas… me transferiría a una de las otras naves. Creo saber lo que usted está haciendo: piensa que si hay unionistas con ellos se pondrán en contacto conmigo si me coloca ahí, en su cuarentena. ¿No es así? Pero no viviría tanto. Hay gente que me conoce de vista, oficiales de estación, policías. Son la clase de personas que consiguen pasaje en esas naves, ¿no? Y me conocen. Moriría en una hora si hiciera usted eso. Tengo noticias de cómo eran esas naves.

—Mallory se lo dijo.

—Así es.

—Por otra parte —dijo Damon con amargura—, hay algunos que se resistirían a subir a bordo de una nave de Mazian, estacionados que jurarían que la supervivencia de un hombre honesto no sería posible allí. Pero creo que su viaje no ha sido difícil, ¿verdad? Ha tenido suficientes alimentos y no ha debido preocuparse por el aire. Es la vieja querella entre los navegantes y los estacionados: dejan que éstos se asfixien y mantienen impecable su cabina de mandos. Pero usted no ha pasado privaciones, ha recibido un trato especial.

—No ha sido tan agradable, señor Konstantin.

—Pero tampoco tenía usted alternativa, ¿verdad?